InicioEspecialesRevoluciónLa novela de la Revolución. "Se armó la bola"

La novela de la Revolución. «Se armó la bola»

-

I

Bajo este título y para este trabajo, breve, se considera sólo a la novela, aunque debería incluirse —en un trabajo extenso— a los cuentistas y cronistas. En el primer caso se pueden citar a Cipriano Campos Alatorre con Los fusilados y a Gerardo Murillo (el Dr. Atl) con Cuentos bárbaros y de todos colores. Entre los cronistas a Ángel Moreno Ochoa con Semblanzas revolucionarias; los tres, para este ejemplo, de Jalisco. Se agrega: algunos novelistas también escribieron cuento, como es el caso de Mariano Azuela y Francisco L. Urquizo.

La Revolución mexicana, a nivel nacional, con sus bastantes y posteriores comentaristas y analistas, lo fue, en menor grado, con los prosistas de creación, de quienes sólo algunos han ingresado en la clasificación de este periodo armado. Sobresalen como precursores de la novela de la revolución: La bola (1887) de Emilio Rabasa; Tomóchic (1892) de Heriberto Frías y La parcela de José López Portillo y Rojas. Esta última novela ha sido llevada al cine en tres ocasiones, la última, La posesión (1938), con Miroslava y Jorge Negrete.

La segunda etapa en la clasificación sobre la novela de la revolución se incluye a las que son de testimonio. Destacan Los de debajo de Mariano Azuela, El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán, Cartucho de Nellie Campobello, y Tropa vieja de Francisco L. Urquizo.

Se tiene una tercera etapa, “la retrospectiva” utilizando la definición de Magaña Esquivel. Esta fase, para unos es breve y para otros es extensa en autores. Se anotan cinco de los representativos: José Rubén Romero con Apuntes de un lugareño, El resplandor de Mauricio Magdaleno, ¡Mi General! de Gregorio López y Fuentes, ¡Vámonos con Pancho Villa! de Rafael F. Muñoz; cierra esta etapa Agustín Yáñez con Al filo del agua. Es de señalar que Antonio Castro Leal en su antología sobre la novela de la revolución incluye a 12 autores; omite a Yáñez. El anterior listado es, se afirma, una básica exposición de títulos.

II

Novelas sí, y memorias también. Dos elementos que se conjugan para erigir una definición: la revolución ahí es la bola. “¿Pos cuál causa defendemos nosotros?”, se pregunta Demetrio Macías en Los de abajo a la aseveración de Luis Cervantes el Curro, sobre los ideales. A Espiridión Sifuentes en Tropa vieja, al rendir protesta como soldado de leva, Otamendi, un soldado viejo, le dijo: “Ya puedes matar gente y defender a los tiranos. Ya eres un instrumento de homicidio…”. Uno del lado villista y el otro del porfirista, llegaron a la bola por señalamiento de los poderosos. Macías porque don Mónico, el cacique de Moyahua lo acusó de maderista. Y a Sifuentes, el hacendado don Julián lo entregó a la Acordada de Marcos Nájera por haberle dado una pedrada al juez local, arriba del estómago: “Nomás dio un pujido y cayó sentado”.

Con un lenguaje directo, popular, Azuela redacta su novela Los de abajo. Al fracaso del villismo huye hacia El Paso, Texas, en donde la concluye y publica, primero en folletín en el periódico local Paso del Norte y posteriormente en libro. Sostiene Manuel Pedro González que “es fama” que recibió de pago veinticinco dólares. Treinta y un años después, el autor de Los de abajo, sostuvo que a ese editor le debía doce dólares.

Se ha dicho que esta novela fue escrita bajo la influencia del estridentismo mexicano. Su deslinde con las novelas decimonónicas y su estructura a base de “estampas” así lo parece. Pienso más en que Azuela, por intuición de lector, llegó a esa estructura novedosa en su tiempo. Quizá lo estridentista provenga porque cuando el movimiento de vanguardia se trasladó a Jalapa, ellos publicaron Los de abajo (1927), junto con otros autores.

Con el mismo estilo de lenguaje, en Tropa vieja, pero con el norteño de la Laguna, Urquizo escribe su novela. Coincide con Azulea en evitar las palabras altisonantes y sólo insinuarlas. Soldado el autor y soldado de leva el personaje no vacila en escribir, al menos, dos toques de humor. Dos ejemplos: animan a casarse “a lo militar” a Espiridión. Una de las razones: “Agárrele la palabra —dijo Otamendi— así tendremos mujer los que estamos solteros”. El segundo ocurre en la huida de una derrota. “Ábranse que vengo herida”. Dijo Chonita. (…) —¡Párese!, a ver, ¿en dónde la hirieron?, ¿te tocó algún trancazo en la refriega? —No —me contestó—, no fue en la refriega; fue entre la refriega y el ombligo…”

Es el destino, creen ellos, el que los arroja por esa pendiente que no tiene fin. “…mi sino era seguir siendo soldado y seguir marcando el paso.”, sostiene Sifuentes al inicio de la segunda parte de la novela. “Mira esa piedra cómo ya no se pára (sic).”, contesta Macías a su esposa cuando le pregunta: “¿Por qué pelean ya, Demetrio?” en el inminente cierre de Los de abajo.

Revolución por su violencia y según la novela, solamente por eso. “La Revolución apenas si tiene ideas”, sostiene Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Urquizo como Azuela fueron partícipes de los combates de batalla. Ellos ya no mostraron, entre la trama, la vida de los peones en las haciendas y sus vejaciones. Narraron, principalmente, un episodio de los combates de la revolución. El primero como soldado raso, el segundo como médico en campaña.

“Ese Madero va armar la bola”, sostiene un personaje de Tropa Vieja. Por el desencanto revolucionario que muestran estas dos novelas, sí, Madero sólo armó la bola.

Más