Mina en la isla de Galveston

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    Fuimos, entonces, a la islita de Galveston, a 80 kilómetros de Houston, porque recordábamos un dato impreciso. Falsamente creíamos que allí había nacido Janis Joplin, y con certeza que Barry White —nativo del lugar— rondó las playas de la isla. Pero ese viaje nos deparaba una sorpresa mayor, un dato inesperado, inédito para nosotros…
    Cruzamos a gran velocidad el puente Galveston Causeway, que unía tierra firme con el lugar, la mañana del domingo 3 de enero; y vimos, de pronto, las aguas del Golfo de México. Galveston se había derrumbado en otros tiempos, bajo la fuerza de los huracanes, uno de los más devastadores sobrevino en 1900 (en los años posteriores habría más catástrofes). Pero ahora el helado viento nos traía su imagen reparadora, y estaba de pie para recibirnos.
    El frente frío que zahería la región del país en ese momento, nos golpeaba con fuerza el cuerpo, y nos obligó a protegernos con sendas chamarras. A esa hora de la mañana los galvenianos y los turistas se resguardaban, y apenas una que otra sombra caminaba por las calles; lentos autos se deslizaban por sus avenidas, de un extremo a otro; el nuestro era uno de esos vehículos fantasmas que deambulaban por los edificios históricos de la isla, y nos deleitaba la atmósfera desierta.
    Con lentitud, transitamos por Broadway Avenue, Stewart, O y Sealy, antes de encaminarnos hacia Seawall Boulevard, donde el mar nos deslumbraría. En alguna de estas antiguas casonas (de arquitectura victoriana), alguna vez —lo sabríamos después— hacia el 24 de noviembre de 1816, se había hospedado Javier Mina, quien había hecho una travesía marítima desde Puerto Príncipe en Haití hacia las costas de Texas —pero había comenzado en Navarra, en España, su lugar de origen.

    En las playas de Galveston
    No sabíamos (o no lo recordábamos, lo dicen los textos escolares) que allí en esas extensas calles, que recorrían la isla de extremo a extremo, se había hechos presente Javier Mina (Idocín, 1789-México, 1817), a quien se le recuerda como uno de los personajes centrales de la independencia de México, y cuyo apelativo era, desde entonces —200 años atrás de este día cuando escribo estas líneas—, “El Mozo”. De algún modo Mina es el predecesor de Ernesto “Che” Guevara, pues antes de luchar por la liberación de la Nueva España, había librado otras batallas en muy distintas geografías.
    Juan Ramón de Andrés Martín, en su ensayo “Los informes realistas sobre el asentamiento de Javier Mina en Galveston (Texas) durante 1816 y 1817”, describe de esta manera la trayectoria de Mina: “Desde su estancia en Londres, entre abril de 1815 y mayo de 1816, el liberal español y navarro Javier Mina, héroe guerrillero de la Guerra de Independencia española contra la invasión napoleónica, había fraguado el plan de formar una expedición armada contra los dominios americanos del absolutista Rey Fernando VII, concretamente de introducirse en la Nueva España para apoyar a los insurgentes mexicanos que luchaban contra la dominación española. Al llegar después, en julio de 1816, a la costa norte de los Estados Unidos continuó sin cesar los preparativos de dicha expedición recabando ayudas de muchos angloamericanos, así como de franceses napoleónicos, emigrados de la restaurada Francia de Luis XVIII. Finalmente, para engrosar su expedición lo más posible viajó hasta Haití, en octubre de 1816, donde el presidente Pétion concedía generosas ayudas a todos los insurgentes hispanoamericanos, sobre todo a Simón Bolívar…”
    En las playas de Galveston, Francisco Javier Mina escribiría un manuscrito que describe su pensamiento libertario: “Sin echar por tierra en todas partes el coloso del despotismo, sostenido por los fanáticos y monopolistas, jamás podremos recuperar nuestra dignidad. Para esa empresa es indispensable que todos los pueblos donde se habla castellano aprendan a ser libres, a conocer y practicar sus derechos…”
    Los abundantes informes que disponían las autoridades realistas sobre este enclave —advierte en su investigación Juan Ramón de Andrés Martín— nos van a dejar ver con claridad por qué era tan importante este enclave para los insurgentes de Mina, y por qué fue tan difícil para España erradicarlo o, al menos, tenerlo bajo control. Igualmente, nos dan la oportunidad de observar todos los problemas a los que tuvo que enfrentarse Mina no sólo en Galveston, con sus disensiones y falta de autoridad, sino también en la Nueva Orleans —que nutría a Galveston de todas sus necesidades—, donde sufrió no sólo el desengaño que le propinaron los propios angloamericanos…
    Fuimos a Galveston a buscar a Janis Joplin, y a reconocer el mundo del adolescente Barry White, y lo que encontramos fue un dato perdido en nuestra memoria, la estancia de Mina en la islita texana y a reencontrarnos con su pensamiento libertario en los libros de historia y a localizar el Canto General (México, 1950) de Neruda en la biblioteca personal, donde en “Los libertadores”, parte IV, narra su admiración por el insurgente:

    Mina, de las vertientes montañosas
    llegaste como un hilo de agua dura.
    España clara, España transparente
    te parió entre dolores, indomable,
    y tienes la dureza luminosa
    del agua torrencial de las montañas.
    A América lo lleva el viento
    de la libertad española…

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