Cortos breves y sin espacios

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Luces, cámara, acción.
Primera escena: el hombre aterrorizado acaba de llegar al mundo de los muertos. Sudoroso y a punto de llorar, aguarda en la esquina de un bar para no perder de vista a las calacas amistosas que sonríen, bailan, brindan y cantan.
Segunda escena: mientras le presta atención a una seductora Catrina que canta “La Llorona”, un gusano se acerca para comérselo. Después de un rato de diversión y coqueteo, el hombre descubre que estar muerto no es tan malo.
Este cortometraje, llamado Hasta los huesos, del tapatío René Castillo y exhibido hace algunos años en el Festival de Cine de Guadalajara, fue aclamado por la crítica internacional.
El auge del cortometraje en México inició hace escasos 17 años, a principios de los noventa, cuando ingresaron las nuevas tecnologías que hicieron más fácil y económico llevar una pequeña historia a la gran pantalla.
En menos de dos décadas el ingenio de los mexicanos ha conquistado las salas de otros países, pero no las de México, por falta de proyección tanto en el cine como en la televisión, ya que solo los canales 11 y 22 programan cortos, afirmó Jorge Sánchez, director general del Festival Internacional de Cine en Guadalajara.
La apuesta de los realizadores mexicanos tiene que ver con la realidad nacional. Se inclinan a denunciar la violencia contra niños y mujeres, la corrupción, discriminación, indigencia y la falta de oportunidades.
Al público mexicano podrían interesarle más los temas que tienen que ver con su idiosincrasia y costumbres, sin embargo, el cine hollywoodense cuenta con más tiempo de exhibición y difusión.
“A las películas les cuesta mucho trabajo abrirse espacio en la maraña de los cines controlados por las grandes empresas, que no ofrecen lo que debieran al cine mexicano. Estamos bajo el imperio del cine de Hollywood”, detalló Vicente Leñero, escritor, dramaturgo, periodista y guionista, quien recibió el Mayahuel de plata por su contribución al cine mexicano.
México ocupa el quinto lugar en el mundo en cantidad de personas que asisten al cine, con un promedio de 165 millones de espectadores por año. Sin embargo, sólo ocho millones de esos pagan por ver lo mexicano.
Hollywood es apabullante. Además, en México es mínimo el fondo público destinado al cine, los incentivos fiscales son tardíos, hay inequidad en la distribución de los ingresos en taquilla y existe la tendencia a considerar la producción cinematográfica como un pasivo de la industria cultural, aseguró la escritora Fernanda Solórzano. (Letras libres, abril, 2007).
El cortometraje se ha visto beneficiado con el auge del cine nacional, con las películas Babel, Amores perros o El laberinto del fauno, porque los productores pueden conseguir más patrocinios, la mayoría proveniente del Instituto Mexicano de Cinematografía.

La angustia en corto
A principios de los sesenta, los jóvenes vieron en el corto el vehículo ideal para explorar técnicas y lenguajes, con base en el cine europeo, principalmente en la Nueva ola francesa, y en los movimientos artísticos de vanguardia de la época, desde el teatro y la literatura hasta la música y las artes plásticas.
Durante los últimos años del siglo XX, los cineastas recién egresados filmaban dos o tres cortometrajes, que les servían de ejercicio mientras esperaban la oportunidad de realizar su ópera prima. Pocos veían al corto como un vehículo con características propias para contar una historia concreta.
Hoy los jóvenes menores de 24 años encuentran en el cortometraje el medio de expresión para exhibir su postura ante los problemas en que se encuentran inmersos.
“El oscurantismo, la depresión, la angustia y la soledad son los temas recurrentes de la gente joven”, detalló Concepción Castillo, coordinador del Festival El cine a las calles, surgido a raíz de la inquietud de estudiantes de la UNAM por difundir el cine.
Para Castillo, preferir estos temas en el corto tiene como explicación que vivimos en una sociedad conflictiva, ausente de soluciones, menos propositiva y dedicada a la guerra.
Para Jorge Sánchez se debe a la formación audiovisual de los niños y jóvenes, que tienen acceso a ver el dibujo animado japonés y norteamericano, plagado de violencia y sangre
Castillo dijo que el número de cortometrajes que producen los jóvenes, cada año es mayor, a pesar de que los productores se quejan de la dificultad de obtener permisos para grabar en espacios públicos, por la tramitología y el financiamiento.
Los jóvenes dedican hasta tres meses a la producción de un corto y gastan de tres a 25 mil pesos para realizarlo. El 75 por ciento de los productores está integrado por hombres, mientras que el resto son mujeres. “Hay pocas productoras, realizadoras y guionistas, tal vez por falta de educación y recursos”, declaró el experto.
Los principales espectadores son mujeres de 20 y hombres de 22 años.
“La fuerza del corto consiste en la capacidad de contar la historia, y los mexicanos somos muy buenos cuenteros. Hay una tradición oral muy rica. Es una habilidad que se expresa en el corto”, aseveró Jorge Sánchez.
En dirección contraria al cine grandilocuente, hay jóvenes mexicanos que apuestan por historias sencillas, para que el público se vea a sí mismo en el espejo de la imperfección.

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