Una visión escéptica del Fin de los Tiempos

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Si contáramos las veces que se ha profetizado que el mundo va a terminarse, seguramente ya nos hubiéramos muerto por lo menos diez veces en cada década. Hay un augurio que resuena con más fuerza actualmente, principalmente a través del internet, en la cual se afirma que, de acuerdo con las profecías mayas, el mundo llegará a su fin. Las interpretaciones en este sentido son diversas, hay algunos intérpretes (o exégetas) que explican este fenómeno no como el fin de los tiempos, sino como un momento de renovación en la humanidad, mientras que otros pretenden ver este futuro como la destrucción absoluta de la vida en la tierra.
No resulta extraño que sea precisamente en el inicio de un nuevo año cuando las preocupaciones por el cambio, la renovación o el futuro se hagan presentes con más fuerza, sobre todo para quienes el calendario tiene un significado especial. Con el inicio de año surge la costumbre de hacer promesas o predicciones dentro del ámbito de lo posible y lo imposible. Algunas de ellas están en nuestras manos, pero hay otras que su cumplimiento no depende solamente de la voluntad del que hace las promesas.
La preocupación por el fin de los tiempos —o de la humanidad— es una de las temáticas que el pensador alemán Emanuel Kant señalaba como parte de las preocupaciones filosóficas de los hombres, pero una respuesta definitiva la consideraba imposible a través de medios naturales o racionales. Es decir, todo lo que digamos sobre el fin de los tiempos es parte de la especulación. En concreto la pregunta es expuesta en los siguientes términos: ¿Qué me cabe esperar?
Algunos sectores de las sociedades contemporáneas se han hecho más sensibles al fin de los tiempos en un sentido más realista y menos teológico. La pasada cumbre de Copenhague, sobre el cambio climático en diciembre de 2009, es un claro ejemplo de esta preocupación. Pero la pregunta se aborda no a partir de augurios místicos o teológicos, sino teniendo como base la manera en que las políticas industriales, económicas y culturales conducen a desestabilizar las condiciones de vida en el planeta, lo cual, sin ser un augurio en un sentido místico, puede conducir a un futuro poco promisorio. No son necesarias ni predicciones mayas, ni leyendas apocalípticas para comprender que si contaminamos un río, las poblaciones que de él dependen tendrán problemas para subsistir.
La preocupación se presenta como un aspecto distintivo de los humanos, los hombres parecen tener una especial capacidad de previsión que se ocupa del futuro a largo plazo, además de angustiarse ante la muerte. La conducta de otras especies, como algunos primates o insectos, nos permite observar que también ellos se ocupan del futuro, pero en nuestra especie se hace más evidente la manera en que proyectamos la situación que nos gustaría que fuera nuestra última morada o el patrimonio económico, político o ecológico que heredaremos nuestros descendientes.
¿Sería posible decir racionalmente algo acerca del fin del mundo? O para ser más precisos, ¿podemos saber racionalmente qué ocurrirá en diciembre del 2012? Kant respondió a esta pregunta en dos ensayos. Uno escrito en 1794, El fin de todas las cosas; y otro en 1798, Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor. En el primer texto presenta el carácter ambiguo y ligero con que es abordada la noción del tiempo. Si este es un continuo entre el pasado y el futuro, entonces ¿podría llegar un momento cósmico en el cual ya no hubiese más futuro? Por otra parte, resalta el carácter práctico de las profecías escatológicas (doctrinas referentes a finales horribles, como los descritos en el Apocalipsis, de San Juan de Patmos). Es decir, el carácter práctico de dichas narraciones impulsa, a quienes las promueven, a proponer un cambio de carácter y de conducta en la humanidad; de tal manera que quienes hayan decidido arrepentirse y cambiar sus hábitos, sean premiados y absueltos del terrorismo cósmico o divino. La manera en que aborda la problemática en el segundo texto, parece ser una perogrullada, pero en seguida se inclina por lo que considera dentro de probable.
¿Qué le espera a la humanidad en el futuro? Hay tres posibilidades. La primera es que siga todo como está, la segunda es que las cosas empeoren terriblemente y la tercera es que todo sea mejor. Las preguntas, dice Kant, se encuentran más allá de las posibilidades de comprensión humana, sin embargo, a partir de las dinámicas observadas en las sociedades, es posible establecer hacer un cálculo probable de lo que puede ocurrir. La opción del estancamiento queda anulada porque en las sociedades y en el mundo la transformación y el movimiento de las cosas se presenta con una evidencia incuestionable. Sólo queda pues la posibilidad de que nos orillemos a lo terrible o lo benéfico. Ante este dilema el filósofo alemán respondió con un desbordante optimismo al suponer que siempre se acercan tiempos mejores. Su confianza descansa en las esperanzas crecientes sentidas por el movimiento de la Ilustración. Dicho período, según Kant, implicaba la presencia de una nueva forma de enfrentar los problemas de la historia soportados en la razón humana. Esto es, si la razón logra imponerse sobre la superchería, entonces los afanes de justicia, libertad, bienestar e igualdad se soportarán sobre bases más seguras y firmes.
Pero la esperanza ilustrada hoy es fuertemente cuestionada. Las esperanzas de un mundo soportado sobre la racionalidad han traído aparejado el desarrollo de una industria egoísta, una tecnología que atenta contra el medio ambiente, guerras más destructivas y un modelo internacional de justicia que no supera las brechas de la desigualdad. Probablemente sean estas evidencias de un fracaso atribuido a la razón (visión que no comparto y espero poder profundizar sobre este particular en mi próxima entrega) las que han llevado a otro amplio sector de la sociedad a volver a mirar en los mitos y la superchería una guía que les permita responder a la eterna pregunta ¿Qué nos cabe esperar?

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