Un sueño llamado escuela

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De acuerdo con la prueba Enlace, esta escuela es la número 12 en la lista de las 100 mejores escuelas primarias en México: se llama Lázaro Cárdenas y se encuentra en el rancho Mesa de Flores, en Colotlán, Jalisco. Son 27 alumnos repartidos en los seis grados, con sólo dos profesores, en una comunidad que tiene alrededor de 150 habitantes.
Es 23 de abril, un incendio en el Bosque La Primavera es tema en los noticieros jaliscienses, pero aquí la única estación de radio que se escucha es zacatecana y la televisión de Jalisco no se ve. Tampoco hay internet. “A mí no me gusta”, comenta Josué. De 10 alumnos en este salón, sólo una niña es usuaria cotidiana de la red y ante mi pregunta: ¿Prefieren televisión o la web?, la pantalla chica gana por abrumadora mayoría.
El aula es pequeña, pero suficiente para albergar a los 10 alumnos de cuarto, quinto y sexto grados. La diferencia entre un nivel y otro se marca por la fila. Los de cuarto elaboran un artículo de divulgación, los de quinto hacen ejercicios de álgebra y los tres alumnos de sexto un tema para exponer. No se hacen bolas, como tampoco dudan cuando me describen con naturalidad una coralillo, una cascabel o cuentan de una víbora azul que vieron cerca del río.
Mesa de Flores es un pueblo conocido por los pescados: los comen y en ciertas temporadas los venden en Colotlán. Y esta actividad, la de pescar, es ya cotidiana para estos alumnos que ahora tengo enfrente dentro de un salón de clases.
La profesora María del Refugio Márquez Vázquez enrolla los papeles que servirán para el intercambio de regalos del Día del niño. Están entusiasmados por la cercanía de la fiesta. Son niños y niñas que juegan juntos al futbol, beisbol…, pero que también saben, incluidos los hombres, guisar un blanquillo, frijoles y preparar unas papas; que tienden su cama, que lavan sus calzones y calcetines, que le dan de comer a las vacas, que ordeñan. También ayudan en la recolección de orégano silvestre, en los meses de agosto, septiembre y octubre, un trabajo pesado para un niño, pero que ellos lo ven normal.
Otro trabajo, pero este envuelto en una delicia, es la recolección de pitayas. Mesa de Flores es un pueblo pitayero, y los niños saben cómo bajar este fruto, y también lo saben comer. Y claro, como ya lo dijeron, les divierte la televisión.
“A mí no me gusta Colotlán, porque hay mucho ruido”, afirma Josué, el más parlanchín en esta entrevista colectiva. Su comentario es apoyado por un murmullo. Les gusta su rancho, y no les falta razón: están al pie de una hermosa barranca, tienen un río, pitayas, orégano y suficiente agua.
Hay movimiento en la escuela Lázaro Cárdenas. Los padres de familia han estado trabajando: unos colocan una malla porque están haciendo viveros para siembrar rábanos, pepinos, cebollas, etcétera, y otros pintan una pared. Además, alrededor de la escuela sembraron distintos tipos de árboles y cada niño ha adoptado uno.
Ese 23 de abril, el Centro Hispano Pew dio la nota: “En la actualidad hay una tasa de migración cero” hacia Estados Unidos, por primera vez en 40 años. Y ese indicador se refleja en la asistencia de los padres de familia a las labores escolares: de los 10 niños que conforman este salón, sólo de uno su papá es migrante. La profesora y directora, María del Refugio Márquez, dice que el buen funcionamiento de la escuela tiene, en el apoyo de los padres de familia, uno de los factores indispensables.
En el otro salón, los de tercero aprenden adjetivos y adverbios, y los de segundo y primero hacen ejercicios en su libro. Aunque algún mesabanco tenga la tabla despegada, los niños escriben apoyando ahí su cuaderno que “Caperucita Roja es una niña bonita”, para reafirmar la regla gramatical que les ha enseñado el profesor Rafael Ruiz, con 14 años de servicio en esta escuela.
Menos tímidos, los niños posan para la cámara fotográfica o la piden para fotografiarse entre ellos. Luego saldrán al recreo.
Los niños y las niñas de Mesa de Flores viven el presente, y lo viven bien. Son una escuela de calidad: la número 12 en el ámbito nacional. No es un logro menor para ellos, sus padres y los profesores, ubicados en un rancho a media hora de Colotlán, en el Norte de Jalisco. Pero su futuro escolar es incierto. No había secundaria. Apenas este año abrieron un módulo del Conafe, pero no saben si será permanente.
En los 14 años de servicio que tiene aquí, la profesora María del Refugio recuerda con los dedos de una mano a los que han continuado sus estudios. Para la mayoría el ciclo escolar concluye con la primaria. No es fácil para las familias: más escuela implica emigrar.
Los niños lo saben. ¿Quién quiere seguir estudiando?, pregunto. No hay aclamación general en un sentido ni en otro. Acaso una respuesta tímida de Leo. “Te piden la prepa para los mejores trabajos”, dice. Zarahí, Juan Antonio, Sofía, el “Gordo”, María y sus compañeros como que sí les gustaría seguir estudiando, pero…
Por lo pronto, el 23 de abril estaban más interesados ante la cercanía del Día del niño.

Instrucción precaria
Alberto Spiller
En México aún no se logra la universalización de la educación básica, que abarca la educación primaria y secundaria, a lo que hay que aunar los altos índices de deserción y rechazo, dice la doctora María Luisa Chavoya, profesora investigadora del Departamento de Estudios sobre la Educación, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades.
Por esto, el panorama para los niños mexicanos, “no es alentador, puesto que cada día, para buscar un empleo, se requiere de una escolaridad más elevada, y si los niños no logran concluir su educación básica, incluido el bachillerato, van a jugar de manera desventajosa frente al mercado laboral”.
Actualmente en México el promedio de escolarización es de apenas 8.6 años, mientras que en Jalisco es de 8.8, poco superior al nacional.“Tenemos todavía rezago por los porcentajes de abandono escolar, de analfabetismo, y un alto número de jóvenes que no ha concluido la secundaria y el bachillerato, y esto los pone en desventaja”, añade al respecto la académica de la Universidad de Guadalajara.
Según el censo 2010 de INEGI, el porcentaje de deserción escolar en el país es del 24.3 en jóvenes con menos de 15 años. En Jalisco la situación no es mejor: el 3.4 por ciento de los niños que terminan la primaria no entran a secundaria, es decir, aproximadamente 4 mil 700.
“La deserción principalmente opera en función de los factores económicos y sociales, que hacen que la familia decida que no puede tener a los niños en la escuela”, afirma Chavoya Peña. “Porque aunque la educación básica es gratuita, esto no quiere decir que no tenga costos, como la matrícula, los materiales educativos, los útiles escolares, y a pesar de todos los programas para ayudar a los niños más necesitados, éstos no necesariamente van a incidir si los padres de familia no ponen en la escuela la oportuna esperanza”.
Para el ciclo escolar en curso, la Secretaría de Educación Jalisco contabilizó 360 mil alumnos que fueron aceptados en el nivel básico, pero reconoció que no se inscribieron 30 mil niños que estaban en su registro.
Si los datos agregados en el ámbito estatal pintan un panorama desalentador, la situación empeora en las zonas rurales y más apartadas de la entidad.
“Las situaciones regionales son contrastantes. Hay diferencias muy grandes, por ejemplo, en la zona Norte, donde los indicadores nos están hablando de más analfabetismo, de deserción escolar, a diferencia de la región Centro, donde tenemos más concentración de escuelas, de servicios, donde incluso los indicadores son más elevados”.
Por eso cobran mayor relevancia casos como los de Colotlán, donde la primaria Lázaro Cárdenas logró el lugar 12 del país en la prueba Enlace: “Que los niños estudien en condiciones adversas, y sin embargo logren estos éxitos, nos está indicando que finalmente existe la esperanza de que si coordinamos más las acciones e invitamos a que los padres no se desencanten y tengan la esperanza de que la escuela realmente va a ser de utilidad para los hijos, creo que esto nos va a ayudar bastante a abatir estos rezagos que tenemos”.
Esperanza en la educación podría ser un buen propósito para el Día del niño, que se celebra el 30 de abril, pero no sólo para los pequeños y sus familias, sino también para el gobierno.
Al respecto Chavoya Peña dice: “Para que los niños estudien, necesitamos de una escuela que sea más flexible. En la actualidad tenemos muchos programas para abatir el rezago educativo que se insertan dentro de un concepto de justicia social, pero el problema es ver cómo estas políticas se coordinan a escala local, para producir un efecto que finalmente sea en benéfico para los estudiantes.
“Creamos muchas políticas sociales, educativas y económicas, pero a veces no se articulan de la manera suficiente para abatir estos problemas. Tenemos que ir hacia políticas más integrales, para enfrentar problemas múltiples. Hay programas orientados a abatir la pobreza, como dar comida y apoyos a las familias más pobres, pero si éstos no se articulan con las políticas que dan apoyo a los niños para que sigan estudiando, no logran incidir, sobre todo en los sectores que tienen índices de rezago más evidente”.

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