Turismo en la ballena

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“Ahora, por allí andaban”, contesta Francisco, el lanchero, a la pregunta de los turistas, indecisos si pagar los 400 pesos para ir al avistamiento de ballenas, además de los mil 600 del tour a las Islas Marietas. “Hay como unas ocho”.

Y efectivamente, las ballenas están. Después de un recorrido de 15 minutos saliendo de una playa de Punta Mita, a una velocidad elevada —demasiado tal vez, pero es diciembre y hay decenas de personas esperando para hacer la visita—, llegamos al lugar, donde ya están varadas otras 6 u 8 embarcaciones. Calma expectante, mecida por el leve balanceo del mar. Luego, a lo lejos sale un chorro de agua: gritos emocionados de unas chicas, estruendo de los motores que arrancan, olor a gasolina, unas enormes jorobas saliendo del agua.

Las embarcaciones se desplazan como borrachas, acelerando a diestra y siniestra, para seguirlas. Unas enormes aletas: dos, cuatro; dos más allá; unas más chicas (son de unas crías). Estamos cerca, muy cerca: el pánico cunde en algunas mujeres: “No griten, las pueden asustar”, dice el lanchero. Un hocico descomunal sale del mar y emite un hondo “verso”, parecido al lamento de una res. “Estos son un macho y una hembra”, dice Francisco. Los reconoce por las aletas: los machos las tienen heridas, sonrojadas, por los golpes que dan y reciben al contender por las hembras…

Cada invierno, hasta 800 ballenas jorobadas llegan a Bahía de Banderas, en la costa de Nayarit. Los mamíferos marinos arriban por las condiciones del océano y la temperatura del agua, las cuales les permiten reproducirse y tener a sus crías.

Esta ballena hace migraciones anuales. En verano se encuentra en las aguas del norte de California, Oregon y el sur de Canadá, alimentándose. Después comienza su viaje hacia el sur, por lo que recorren alrededor de 10 mil kilómetros de ida y retorno entre zonas de alimentación y reproducción, explicó la oceanóloga Isabel Cárdenas Oteiza, docente del Centro Universitario de la Costa (CUCosta): “En ocasiones hay ballenas que entran a principios de enero, salen y regresan un poco después, hasta que vuelven a viajar a sus zonas de alimentación, lo cual les lleva unas cuatro semanas. Dependerá de cada individuo”.

La también oceanóloga del área natural protegida estero El Salado, de la Coordinación de Uso Público, detalló que la presencia de ballenas en Bahía de Banderas puede apreciarse desde inicios de diciembre y la mayor abundancia por lo general es durante enero y hasta mediados de febrero.

“Las que permanecen más tiempo en la bahía son las madres con cría. Las entrenan, alimentan y preparan para la migración. Las hembras que llegan aquí, que son receptivas y que quedan preñadas inmediatamente, regresan a las zonas de alimentación. Los machos buscan que su material genético pase a las siguientes generaciones y se mantienen a la expectativa de hembras disponibles a lo largo de la costa del Pacífico mexicano, por lo que algunas llegan hasta Oaxaca y otras se quedan en el sur de la península de Baja California o Mazatlán, aunque Bahía de Banderas, con una superficie de aproximadamente mil kilómetros cuadrados, representa la principal zona de crianza”.

La observación de ballenas es uno de los principales atractivos turísticos durante el invierno en las costas del Pacífico mexicano. Cárdenas Oteiza, guía especializada en esta práctica por la Secretaría de Turismo, con más de 20 años de experiencia, resaltó que la práctica está regularizada bajo la Norma Oficial Mexicana NOM-131-SEMARNAT-2010, la cual establece lineamientos y especificaciones para el desarrollo de actividades de observación de ballenas, relativas a su protección y la conservación de su hábitat. Pero en el recorrido realizado en lancha, fue posible constatar que las embarcaciones transgreden muchas disposiciones.

Por seguridad del observador y de la ballena, la NOM considera que “una afluencia de embarcaciones representan un riesgo al hábitat y el peligro de provocar alteraciones en el comportamiento y procesos biológicos de las especies”. Por ello, la oceanóloga reconoció que las visitas de un gran número de turistas puede perturbar a las ballenas, aunque este mamífero manifiesta tolerancia a los humanos y principalmente a las embarcaciones.

“Cuando no quieren ser molestadas, uno las pierde de vista, pero hay ejemplares adultos o crías que presentan una conducta amistosa con las embarcaciones, por lo que recomendamos que los turistas asistan con alguna embarcación autorizada. Lo más importante es no molestarlas. Pueden cambiar su conducta y volverse un poco evasivas, pero las jorobadas desde que nacen están en contacto con embarcaciones, porque procuran estar en zonas cerca de la costa. Así que a lo largo de su migración siempre habrá embarcaciones”.

En cuanto a los lineamientos de la NOM, establecen que “en presencia de ballenas, la velocidad máxima permitida de navegación dentro de las áreas de observación debe ser menor a nueve kilómetros por hora, disminuyendo esta velocidad a cuatro kilómetros por hora al entrar a la zona de observación. En todo momento la embarcación se deberá desplazar a menor velocidad que la ballena más lenta del grupo. En todos los casos se debe evitar acelerar y desacelerar de manera brusca”.

También indica que “sólo pueden permanecer un número máximo de cuatro embarcaciones en torno a una misma ballena o a un grupo de ballenas”, con una distancia de 60 metros cuadrados en observación. Estas indicaciones, en atención a la cantidad de viajes que realizan y de lanchas que en temporada de turismo acuden a la zona, resulta evidente que no son respetadas.

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