Sinfonía bajo el volcán

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A la memoria de Roberto García Correa

Compañeros de escuela en el estudio de las primeras letras, con el tiempo José Clemente Orozco y José Rolón se convirtieron en partes esenciales de la cultura en México. Orozco y Rolón respiraron del mismo aire, vieron el fuego y la nieve y, con seguridad, se mojaron las manos y los pies en los leves pero frecuentes oleajes de una laguna en la cual, de manera verificable, todavía germinan ondeos al paso de los vientos por el valle de Zapotlán.
En 1941, Pablo Neruda describió la geografía y el entorno donde nacieron el músico y el muralista con los siguientes versos: “…sobre su cabellera/ de roja flor y forestal cultura,/ tiene un tañido de campana oscura,/ de campana segura y verdadera.” Y 10 años después, en 1951, Carlos Pellicer cantó: “Entre rumores y amistad campea/ mi esperanza. Un volcán sus líneas sube/ y el valle con la tarde se ladea”. Ninguno de los sonetos escritos en esas tierras del sur describen, ni tienen mayor altura, que las obras de Orozco y Rolón. Ambos artistas, por cierto, procuraron cada quien una distinta visión muy particular que los diferencia. José Clemente fue hacia lo universal desde la tierra, y Rolón fue desde lo universal hacia su tierra.
Contrario a José Clemente Orozco, quien muy niño abandonó el pueblo, José Rolón estuvo íntimamente ligado al terruño. De su padre aprendió sus primeras lecciones musicales y, luego, fue acogido por Francisco Rodríguez. Fue en un viaje a la Ciudad de México cuando escuchó al pianista Ignaz Paderewsky lo que decidió su destino musical. Sus primeras clases de piano y armonía las tomó en Guadalajara; y en 1903 viajó a París para especializarse con Moritz Moskowsky y André Gédalge. Luego regresó a Guadalajara, en seguida, a un viaje sin retorno a la Ciudad de México, donde convivió con Xavier Villaurrutia, sobre todo, y musicalizó algunos de los poemas de la generación de Contemporáneos, con quienes mantuvo una estrecha relación. En la capital mexicana el músico creó algunas de sus obras y mantuvo una actividad con frutos significativos.
Es lamentable que su obra, en la actualidad, sea poco asequible. Sus mejores composiciones son Cuauhtémoc y Zapotlán (1925). Ambas lo enclavan en un indigenismo profundo y por ello se le considera parte del folclor nacional, y junto a Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, como los más grandes músicos nacionalistas que ha dado el país.
Cuauhtémoc es para mí desconocida, no así Zapotlán, que he podido escuchar en dos ocasiones en el Teatro Degollado y se puede calificar de magnífica. En internet se pueden localizar al menos tres de sus trabajos: El festín de los enanos y una canción, “Ingrata”, además del tercer movimiento del Concierto para piano y orquesta (1929-1935), dirigido por el maestro Guillermo Salvador y donde la pianista Claudia Corona logra una excelente ejecución como solista.
En El festín de los enanos Rolón se aleja de sus raíces naturales y se hermana con obras como el Aprendiz de brujo, de Paul Dukas, su maestro en Francia, como lo puntualiza el musicólogo Ricardo Miranda en su libro sobre José Rolón, El sonido de lo propio, cuyas opiniones extractadas son localizables en internet. En lo personal me parece que Rolón encuentra una mayor libertad imaginativa en El festín de los enanos, pero me inclino a pensar que en Zapotlán logra una excelente descripción de las posibles atmósferas de su pueblo nativo, cuyas experiencias le fueron dictadas por el viento, las nubes, el volcán de fuego, el nevado y el oleaje de la laguna que conoció y le dieron una personal forma de ver el mundo y la música y recuerda a la novela de Guillermo Jiménez que lleva el mismo nombre y fue publicada en 1940. Justo un año después Rolón estrenaba en Dallas, Texas, su trabajo orquestal.
Cuando escuché Zapotlán, me imaginé a un José Rolón enardecido ante su piano y describiendo sobre los pentagramas a su tierra: percibiendo, sintiendo, oliendo, escuchando los rumores del viento, el agua, la nieve y el fuego de un volcán ardiente.
“Allí está un José Rolón volcado —me dije— ante la esplendorosa naturaleza y lo grandioso de su ser”.

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