Paloma negra alma roja

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Salón Azteca. Hotel de Mendoza. Centro histórico. Guadalajara. 4:30 de la tarde. Lunes 28 de mayo. A través de las ventanas la catedral parece estar a un paso. La sala, está llena de reporteros, fotógrafos y organizadores. “Buenas tardes, señores”, es lo primero que dice la mujer que no abandona su estilo masculino: Cabello corto y gris, camisa naranja de botones, pantalón casual color café, zapatines cómodos, una piedra ámbar entre sus pechos y amplias gafas oscuras que le cubren la mirada.
Chavela Vargas. Conserva esa actitud masculina, aunque no deja de mandar besos a los fotógrafos que le estrellan sus luces intermitentes. “Acá, Chavela”, “Nos faltó beso de este lado, Chavelita”.
Por fin termina la sesión de las imágenes. A continuación, los juegos de la palabra. Que qué recuerdos tiene de Guadalajara, le preguntan. “Guadalajara es mi vida”, contesta. “Pero esa pregunta me la debió haber hecho cuando era joven”, reclama. Esta ciudad es la mitad de su vida, como mujer y ser humano, aclara por fin. “Cuando ustedes no habían nacido, Guadalajara ya se me había metido en el alma. Su música, sus atardeceres. Es el vivir eterno. Qué luz. Qué clima. Qué cielo. ¡Ay, Guadalajara, te amo!”.
Que si Cupaima, su más reciente disco, es su despedida musical: “Eso lo juzga el de arriba. En lo hermoso o feo que me ha sucedido, obedezco. Obedezco a la ley de la vida eterna. Obediencia eterna. Obediencia a mí misma”.
Dos reporteros, con igual pregunta, ordenada de diferente forma, hacen que Chavela respingue. “¿Por qué quiere que hable de eso? No jodas. No tengo nada de qué arrepentirme ni a quién pedir perdón”, responde cuando alguno le inquiere si se arrepiente de lo que hizo en el pasado.
Nada responde Chavela. Nada de los “45 mil litros de tequila” que bebió cuando abandonó los escenarios. Nada de sus manos divertidas encima de otras piernas femeninas. Nada de eso “que la gente no debe saber de los artistas”. Pero no se quedó callada: “Lo que hice, lo hice a sabiendas. No me voy a poner a llorar. La gente, cuando vale mucho, hace las cosas y afronta el porvenir. Resiste el qué dirán. Si eres valiente para hacerlo, sostenlo”.
Y ella se ha sostenido como una de las primeras mujeres en México que usó pantalones a lo macho y declaró que no le gustaban los hombres. Igual confiesa que permanece viva porque por mucho tiempo se conservó en alcohol.
Cómo le hace Chavela para mantener la pasión por las canciones que canta. Eso depende de dos situaciones: los versos poéticos que han construido su historia musical, y el alma. “No hay nada que alimente al alma. El alma se alimenta de su propia alma. Dale la vuelta a tu alma y encontrarás el alimento de tu alma”.
Habló más: de la canción que interpretará para una película de Pedro Almodóvar, que Lila Downs le dijo que tomaría su lugar dentro de la música mexicana, que si fuera política sería presidente de la república, no cualquier “diputadita”…

Canto del alma
“Voy a tratar de dar un concierto de verdad, no como los que se usan ahora”. Son las primeras palabras de Chavela Vargas, transformada ya en mito encima del escenario, con su atuendo negro y su jorongo rojo. La gente la recibe con palmas, te amos, gritos, silbatinas. Agradece con brazos crísticos. Al alzar los brazos parece un ave de alas extensas, una paloma negra con alma roja.
El auditorio se vuelve una balsa ebria que se menea con la garganta ronca y ardiente del mito que canta.
“Vengo porque ya me voy”, afirma la leyenda, que ahora dice salud con agua, entre canción y canción.
“Vámonos, donde nadie nos mire, donde nadie nos juzque que hacemos mal”, “Pónme la mano aquí, Macorina”, “Si tienes un hondo pensar, piensa en mí. Si tienes ganas de llorar, piensa en mí”,“Si ya te he dado la vida, llorona, ¿qué más quieres? ¡Quieres más!”.
El espíritu ebrio de Chavela embriaga al auditorio. Eriza la piel, lagrimean los ojos, sonrisas espléndidas, inundación de alcohol en el pecho.
“Madre tierra, madre patria… ¡México, creo en ti!”, fue la des-pedida de Chavela Vargas de tierras tapatías. Como buena amante, regresó a la ciudad para decir: “Ya me voy”… ¡No!, contesta el eterno.

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