Nueva geografía del poder público en Jalisco

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En la elección del domingo 1º de julio, los jaliscienses rescribieron la historia y por las mismas razones que en 1994 le dieron la espalda al PRI, hoy decidieron “expulsar” de Casa Jalisco a los panistas que gobernaron la entidad por 18 años.
La “vergonzante paliza” que le propinaron al PAN, tanto a escala nacional como local, se explica por las siguientes razones.
En primer lugar fue producto de la percepción mayoritaria de la ciudadanía sobre el ejercicio de un mal gobierno por parte de los panistas, manifestado principalmente por la grave crisis de seguridad pública, el desempleo y la pobreza que flagela a miles de jaliscienses. En este sentido, el voto constituyó un sufragio de protesta e inconformidad en contra de la difícil situación en la que viven muchas familias en la entidad y en la que los gobiernos panistas poco han podido hacer.
En segundo lugar, se concretó por la soberbia y autoritarismo en el ejercicio del poder público por parte del ejecutivo del estado, misma que se reflejó en la ya famosa “mentada de madre” para quienes disentían de sus polémicas decisiones. Al parecer, los panistas olvidaron considerar que, en democracia, la política se ha convertido en el arte de saber gestionar los afectos de la gente, de caer bien, agradar y, sobre todo, gobernar para los ciudadanos.
En tercer lugar, se originó por la postulación de candidatos con bajo nivel de rentabilidad electoral. Algunos incluso, como Jorge Salinas y Alfredo Argí¼elles, bajo “sospecha” de contar con graves antecedentes de uso fraudulento del poder para enriquecimiento personal. Fuera de “Bebeto,” quien también fue derrotado en las urnas, la mayoría de los candidatos del PAN eran verdaderos desconocidos para amplios sectores sociales, además de personajes sin carisma ni arraigo, que difícilmente podrían ser exitosos en una contienda democrática.
En cuarto lugar, por el impulso de campañas poco creativas e inteligentes, usando estrategias que les fueron útiles en el pasado, pero que mostraron su insuficiencia y disfuncionalidad en el presente. Es decir, fue un error garrafal considerar que las estrategias que les funcionaron en el pasado, como la “guerra sucia,” les serían útiles en la actualidad.
En quinto lugar, por la desaprobación y el voto de castigo de la mayoría de los electores al actual gobierno de Felipe Calderón y su “guerra suicida” en contra del narcotráfico, que ha manchado de sangre el territorio nacional, enluteciendo a miles de familias y atemorizado a la gran mayoría de los mexicanos.
En sexto lugar, por la falta de una estrategia certera, creativa y exitosa de persuasión y proselitismo electoral, ya que tanto en la campaña estatal como nacional, predominó un formato de estrategia tradicional poco útil y efectiva para los tiempos y circunstancias actuales. Adicionalmente, la cultura de la simulación y la adulación se impusieron como práctica cotidiana en este partido. En este sentido, el aprendizaje que se puede obtener de esta derrota es que las campañas electorales no necesariamente se ganan por los aciertos, sino que se pierden por los errores. Es decir, en política, como en la vida, es exitoso el que menos se equivoca y los panistas se equivocaron no sólo postulando malos candidatos, sino también hubo errores en el trazo estratégico.
En séptimo lugar, por la poca capacidad de los liderazgos panistas para entablar alianzas políticas y sociales que les pudieran resultar benéficas en términos electorales. Por ejemplo, los aliados tradicionales del PAN, como algunos sectores y líderes empresariales, se manifestaron y votaron a favor de otro candidato y partido. Por su parte, el PRI se alió con el PVEM y con “grupos locales de poder fáctico” que lograron movilizar a su favor a miles de votantes. Es decir, las campañas electorales se ganan o se pierden a nivel estratégico o táctico, siendo la estrategia el elemento distintivo en el resultado de una elección. En este caso, al contrario de sus opositores, el PAN no le apostó a la estrategia de las alianzas, lo cual le resultó perjudicial.
En octavo lugar, por la división interna generada a raíz de la precampaña para nominar a sus candidatos, principalmente a gobernador del estado. Producto de esta fractura interna, muchos panistas inconformes decidieron apoyar al candidato del Movimiento Ciudadano, quien creció en número de sufragios gracias a la pérdida de votos a favor del PAN.
Finalmente, porque los priistas fueron más competentes en movilizar el enfado y malestar social en contra de los panistas, generado por 18 años de gobierno. Supieron sortear los embates del movimiento #YoSoy132 y convertir el malestar social en votos, llenando no solamente plazas, sino urnas, ya que en democracia las elecciones se ganan con sufragios.
La nueva geografía del poder en Jalisco le da un control total al PRI y una hegemonía sobre los poderes públicos para impulsar las reformas y políticas públicas necesarias para revertir la actual situación y para, sin pretextos, impulsar un gobierno de resultados que beneficie a la mayoría de los jaliscienses. El sufragio de los electores no puede ser entendido por los ganadores como un “cheque en blanco,” sino como una nueva oportunidad para reconstruir la confianza, que por cierto es cada vez más volátil y efímera en los ciudadanos.

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