No leer no recordar no filosofar: ¡eso es felicidad! Tres divagaciones en torno a Fahrenheit 451

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Bien podríamos catalogar a Ray Bradbury como un visionario, porque en Fahrenheit 451 describe un mundo en el cual tener una pantalla de plasma gigante es la aspiración de miles de ciudadanos, quemar libros es motivo de orgullo (recordemos la quema de libros de ciencias naturales que a principios de octubre realizaron en Guanajuato), se castiga al que piensa o dice algo que desentone con la voz de la oficialidad y, estudiar historia, literatura, sociología o filosofía resulta inútil y hasta doloroso.
Bradbury no es ningún visionario, ya que durante los años 50, los estadounidenses ya habían alcanzado la adolescencia con el arribo de los televisores, la todavía reciente Segunda guerra mundial había hecho cenizas miles de ejemplares de autores judíos y los intelectuales, periodistas y filósofos nunca habían dejado de ser perseguidos, encarcelados o asesinados. Lo paradójico se presenta cuando, después de haber condenado las infamias en contra del pensamiento y la libertad, al iniciar el siglo XXI, la novela Fahrenheit 451 cobra vida como un triste reportaje de un mundo globalizado.

Allá vamos, para que el mundo continúe siendo feliz
Buscar la forma de ser felices es uno de los de los temas constantes de la ética y uno de los retos perennes de la humanidad. En el contexto de la obra de Bradbury, cabe destacar uno de los dilemas que entraña la eterna búsqueda de la felicidad: ¿cada quien decide como ser feliz o dejamos que los otros decidan cómo podemos serlo? La primera opción implica que los ciudadanos de manera libre, consciente y responsable elijan el incierto camino que lo conduce a su infinito afán.
Seguir la segunda opción del dilema implica renunciar a la libertad y dejar que los “expertos” decidan lo que nos conviene, lo que debemos hacer y lo que nos hace felices. Y esta última opción parece imponerse, diluyendo a un puñado de desadaptados, tanto en Fahrenheit 451, como en nuestra realidad.
“Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros”, hace decir a uno de sus personajes el escritor estadunidense. En nuestro contexto la venta de libros de recetas para ser felices sobrepasa con creces a los libros de literatura, ciencia o filosofía; tenemos una televisión saturada de superficialidades y los gobernantes suponen que si pagamos más impuestos, estaremos más tranquilos. “Lo importante es la felicidad. La diversión lo es todo. Y, sin embargo, sigo aquí sentado, diciéndome que no soy feliz, que no soy feliz”.
El público ha dejado de leer por propia iniciativa
Cuando el número de analfabetas se reduce en el mundo, pareciera que de manera proporcional se reduce el interés por la lectura y surgen nuevas opciones para obtener lo que se requiere saber. Los clásicos son sustituidos por resúmenes y la ciencia es divulgada a través de atractivos programas televisivos saturados de imágenes y colores.
“El televisor es ‘real’. Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: ‘¡Qué tontería!’”, decía Faber y pareciera que su creador hubiera viajado al futuro y visto que una universidad en el siglo XXI es más atractiva por sus laboratorios de cómputo que por sus bibliotecas, que un aula moderna debe tener televisores, que se valora más la esquematización de la ciencia que la comprensión de la misma, y es aceptada como una obviedad aquella frase que afirma que “una imagen dice más que mil palabras”.

No les des ninguna materia delicada, como filosofía o sociología, para que no empiecen a atar cabos
A punto estuvo de convertirse en realidad este presagio, a pesar de que los intentos por acabar con la enseñanza de las humanidades no cesan. Las razones son claras y descritas contundentemente por el líder de los incendiarios (Beatty): “La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?”. Cuando los pilares del mundo contemporáneo son el trabajo y el placer, ¿qué función cumple la universidad? ¿Qué sentido tiene la filosofía, la literatura, la historia o la sociología? Pareciera que los burócratas de la educación hubiesen leído Fahrenheit 451 como un manual para la educación del futuro y no como una obra de ficción que nos previene de uno de los más terribles crímenes de la humanidad, cifrado en la mutilación del pensamiento.
A) El añejo control del pensamiento como instrumento de control social adquiere matices semejantes a la ciencia ficción. No pensar, no recordar, no imaginar, no reflexionar… es la consigna. Los instrumentos para acallar el pensamiento se modernizan y todo es color de rosa, mientras no nos falte el futbol, tengamos el último celular y las Fiestas de Octubre nos complazcan con diversiones extremas.
B) Y el futuro no alcanzó. La Feria del Libro de Guadalajara ha programado la presentación vía satélite de Ray Bradbury. Seguramente podremos adquirir el video o el audiolibro de Fahrenheit 451 y la explanada principal se llenará de luz, baile, música y color, recordándonos que en torno al libro somos muy felices.

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