Las incongruencias del empleo infantil

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En México, más de tres millones de niños y adolescentes entre 5 y 17 años de edad trabajaban en el año 2011, lo que representaba un poco más del diez por ciento de la población de esa edad en el país. Las causas son diversas, desde las situaciones de extrema pobreza y marginación o la falta de acceso a la educación, hasta aspectos culturales.

José Manuel tiene 16 años y, desde hace siete meses, todos los días, de 6 de la mañana a dos de la tarde, asiste a trabajar a un puesto de tacos instalado en el Mercado de Abastos. Su intención no es otra más que apoyar a su familia con el gasto de la casa y, por qué no, obtener algo de dinero para él.

“Me gusta trabajar, no me gusta estar todo el día en la casa”, dice José Manuel, que por la tarde asiste a la secundaria y para quien trabajar no le impide cumplir con sus tareas y obligaciones escolares.

Como José Manuel, en Jalisco 243 mil 432 niños y adolescentes trabajaban durante el 2011, cifra que equivalía al 13 por ciento de la población infantil, de acuerdo con los resultados del Módulo de Trabajo Infantil 2011 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en colaboración con la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS).

A nivel nacional, de estos niños trabajadores el 34.6 por ciento no asistía a la escuela, 27.5 por ciento trabajaba más de 35 horas a la semana y 28.7 por ciento no recibía ingresos o le pagaban en especie por su trabajo.

Patricia Murrieta Cummings, especialista en Trabajo infantil y política pública del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas, opina que la sociedad ha impuesto la idea de que el derecho de los niños es que no trabajen, sino que jueguen, que estudien y que tengan momentos de recreación: “Lo que ha sucedido es que hemos pasado del trabajo visto como una formación, de principio de siglo, a la satanización del mismo, bajo el principio de que todo tipo de trabajo muchas veces atenta contra su derecho”.

El trabajo infantil también tiene directa relación con las estrategias de las familias para obtener un aporte económico adicional para poder solventar los gastos básicos de sus hogares. Los niños se integran a la vida laboral desde el momento en que realizan las tareas domésticas en sus casas, se unen al negocio familiar o se autoemplean en las calles.

De las 9 de la mañana a las 12:30 del día, antes del inicio de clases, Israel, de siete años de edad, asiste al mercado en compañía de su mamá a vender dulces entre los locales y bodegas. Mientras ella carga las cajas, él los ofrece: “El dinero que gano se lo doy a mi mamá para que compre comida”, dice Israel. El trabajo de ambos es para mantener la casa, ya que su papá es discapacitado.

En el país, la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes estipula que la edad mínima de contratación es de 15 años. Los empleadores de los menores de edad deben otorgarles acreditación médica, restringir las jornadas laborales a no más de seis horas diarias y prohibir horas extraordinarias, entre otras.

Los empleadores también deben acreditar registros de salud, reportes en los que conste el tipo de trabajo realizado y proporcionar a las autoridades toda información requerida. También deben brindar capacitación adecuada, cuidar que los horarios de trabajo sean compatibles con los de la escuela y que los adolescentes dispongan de tiempo para estudiar. A este respecto, el niño que no cumple con la edad para ser empleado se encuentra en la ilegalidad y sin ningún tipo de prestaciones: “La incongruencia es: estamos haciendo algo para protegerlos y al mismo tiempo los estamos vulnerando”, explica Murrieta Cummings.

“No es que la legislación esté mal, pero mientras no se atienda el problema de la pobreza, se seguirá orillando al trabajo infantil”, opina la investigadora.

Oscar y Héctor son diableros, con dieciséis y quince años de edad respectivamente. Trabajan antes de entrar a la escuela, ya que se encuentran a la espera de las fechas para tramitar su ingreso al bachillerato y la secundaria. Sin un salario fijo, su sueldo procede  solamente de propinas.

Para Murrieta Cummings, no hay una relación causal entre trabajo y escolaridad, es decir, el hecho de que un niño trabaje no implica que deje de estudiar. “En la escala de valores se muestra que la población mexicana valora mucho la educación sobre todo a nivel primaria, la mayoría de la gente está convencida de que vale la pena ir a la escuela”.

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