La noche en llamas de Juaritos

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Alex "Pelos" Briseno

El paisaje de Ciudad Juárez es amarillo. Se pinta igual que las dunas que la advierten desde los caminos del sur y también desde el aire. Aun con los ojos cerrados, el sol de Juárez llena las ideas de un color pajizo, seco y arenisco. Lo mejor de Juárez, lo saben todos, son sus cielos. Al amanecer sobre la ciudad hay oleajes nubosos que al atardecer se convierten en infiernos violetas y dantescos. Caserío ficticio, fantasmal y sobreviviente, Juárez cambia su ritmo al caer la noche. Juaritos, como la llaman sus enamorados habitantes, se resiste a morir, pese a la tensión que la cubre de luto. Sitiada por convoyes de policías federales, que por momentos parecieran ser sus únicos habitantes, Juárez regala el viento fresco de mayo a quienes nos atrevemos a recorrer sus calles oscuras. No es verdad: la ciudad no se muere una vez que su sol de desierto se esconde. Juárez, ciudad de la maldad, refugio de lo históricamente negado a los puritanos que habitan El Paso, Texas; Juárez de cantinas, prostíbulos, casinos y salones de baile vive en el parpadeo de su leyenda negra. Son muchas las advertencias para los visitantes. Fuera y dentro todos enlistan lo que está absolutamente prohibido si quieres conservar tu integridad, sobre todo si eres mujer. La principal restricción es no salir de noche. El único placer medianamente seguro en Juárez consiste en sentarte en algún porche y gozar de la gradación de la luz del cielo hasta que ésta se vaya por completo, siempre y cuando las ráfagas no te obliguen a bajar la mirada y el pecho a la tierra.

Olímpico recreo
Las primeras décadas del siglo XX hicieron a Juárez. Permisiva frontera para los años de la prohibición estadunidense, Juárez fue destino obligado de famosos, excéntricos millonarios, políticos, delincuentes y estrellas de cine. Cada una de sus calles ofrecía diversión coreada por la música de grandes orquestas y el tintineo del cristal con el hielo. Hoy son calles fantasmas. Uno tras otro los locales de bares, restaurantes y antros lucen tapiados. Sólo hay vidrios rotos, ventanas cegadas, rótulos gastados que cuentan en pasado la locura de la fiesta que fue. Sin embargo, sólo hay que buscar un poco, dejarse llevar por los juarenses a sus espacios defendidos con todo y contra todos. Algunos a la vista y otros más escondidos, están los bares, las cantinas, los antros que sobreviven a la extorsión, al pago por derecho de piso, a la presión de los malos que tienen la misma cara y distinto uniforme. En la calle Lerdo está “El olímpico”, lugar que hicieran famoso personajes como Al Capone y Jim Morrison. Ahora es un antro gay que conserva su nombre y su vocación libertina. Ahí cabemos todos. Es un buen sitio para ligar, beber y divertirse sin olvidar la estrategia para evitar los retenes. En la avenida 16 de septiembre y la calle Madero está “El recreo”, una cantina excepcional de 90 años de vida. Es un buen sitio para probar un chucho, bebida local de sotol con chuchupaste, una hierba lugareña de sabor intenso. Ahí convive la gente común con artistas, escritores y teatreros.

Cerda y Gemela
“El anteros”, café-sofá-bar es un sitio de contraste. Se trata de una terraza en segundo piso que programa música suave, igual que su iluminación. Un ambiente de sala bastante fresa para el espectáculo que presenta “La reina del porno show”. Bajo la dirección de Sandra Castañeda, Gabriel Valerio acompaña a Héctor del Río, el actor encargado de llevar a la violenta escena juarense a la equilibrada Paty Diphusa, de Pedro Almodóvar. La movida ochentera madrileña corresponde en su locura a la delirante inseguridad de Juárez. En Madrid: Paty Diphusa; en Juaritos: la reina del porno show, quien ganara un fálico cetro gracias a su convincente actuación en el filme Cerdas gemelas. Jóvenes parejas de novios heterosexuales y homosexuales, grupos de amigos de todas edades colman el lugar, se carcajean al escuchar las insomnes sexoaventuras de la actriz. La noche y las sirenas no los asustan: están ahí bebiendo, viviendo los relativos excesos de una ciudad de pálpito oscurecido. La Cerda Gemela concluye su monólogo, las luces se encienden y Héctor agradece a todos porque su presencia le dice sí a Juárez. El público se levanta y aplaude, sigue riendo mientras pide más tragos. Héctor se quita el maquillaje y los brillos del cuerpo. El camino de vuelta es igual para todos: oscuro, difícil, desarmado.

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