Huston el buen lector

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“A pesar de sus orígenes como invención visual el cine aspiró al prestigio de la literatura”, escribió Guillermo Cabrera Infante en un ensayo incluido en Cine o sardina. Luego el cinematógrafo influiría en las formas narrativas de la mayoría de los grandes autores del siglo XX; algunos de estos escritores lograron ofrecernos, a partir de esa tendencia, formidables novelas.
El cine anheló convertirse en obra literaria. No obstante, a decir de Cabrera Infante, se “volvió alimento de sí mismo”, y tal vez de allí venga el despropósito de una de las más grandes creaciones tecnológicas de todos los tiempos: ahora el cinematógrafo se ha quedado como una mera técnica y ha olvidado los contenidos. En la mayor parte de sus producciones lo esencial son los efectos. La narrativa, que continúa repitiendo las formas del cine, está a punto de convertirse, de igual manera, en un derroche formal: sin grandes contenidos, ni alcances: altura y profundidad.
Uno de los directores de la industria de Hollywood que pretendió convertir sus filmes en una forma de “literatura”, y de la narrativa desprendió sus trabajos, fue John Huston.
Hombre rudo y a la vez sensible, Huston fue un aventurero muy al estilo de Hemingway (con quien, por cierto, guarda un parecido en su físico y temple), que mantuvo inclinaciones hacia el boxeo, y fue militar, criador de caballos, cazador, periodista, coleccionista de obras de arte y hasta autor de novelas. Nacido en Nevada (en el estado de Missouri) en 1906, le correspondió vivir en un tiempo singular: el siglo más vertiginoso, apasionante y controvertido de la historia del mundo.
Cineasta de una generación ya perdida, John Huston fue quizás el más cercano a ese ideal del cine norteamericano de convertir al arte fílmico en una forma de la literatura. De allí que –en rigor– se deba elogiar a John Huston por ser uno de los mejores lectores de la literatura universal. Fue él quien “materializó” en imágenes y movimiento lo mejor, podríamos decir, de la narrativa universal. No escatimó, como buen ciudadano del mundo, ni discriminó en su canon: lo mismo filmó obras de James Joyce, que (de entre muchos –su filmografía suma cuarenta y dos producciones) a Dashiell Hammett, Herman Melville, Malcolm Lowry, B. Traven o Tennessee Williams.
Él mismo, guionista y novelista, supo observar el drama humano en todas partes: algo significativo que lo deriva a ser parte de la nómina de los grandes humanistas de la historia.

Huston en México
La relación del cineasta norteamericano fue larga y fructífera. Había comenzado su carrera en el cine como extra y, ya en 1941 como director de El halcón maltés, lo había llevado a convertirse en una lumbrera del arte visual; luego su mirada vino a nuestro país en 1948, para llevar hasta nuestros ojos El tesoro de Sierra Madre (de Traven), y posteriormente, en 1964 vino a Puerto Vallarta (que debió ser una aldea costera) para encargarse de la creación de La noche de la iguana.
En 1977, D. Wayne Gunn, en su estudio Escritores norteamericanos y británicos en México, refiere, en relación a la filmación de la obra de Tennessee Williams en la Bahía de Banderas: “A consecuencia de esta obra, México cobró vida para Williams en otro aspecto. En otoño de 1963, se unió a la compañía de John Huston en Puerto Vallarta y Mismaloya, durante unas semanas, para ver parte del rodaje de Iguana.”
La noche de la iguana, según algunos críticos, no alcanzó la misma altura que Huston había logrado en El tesoro de Sierra Madre, y, en 1975, el viajero insistió en temas mexicanos con su guión de Red Devil Battery Sing, rodada en Boston, “actuando Anthony Quinn como un músico callejero mexicano y Katy Jurado como su mujer”.
La última visita de trabajo de Huston a México, fue cuando filmó, en 1984, Bajo el volcán, basado en la novela de Malcolm Lowry.
John Huston murió el 28 de agosto de 1987, después de haber llevado a la pantalla Los muertos, un cuento de James Joyce, extraído de los Dublineses.

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