El tacto y el glamour

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En uno de los diálogos que el escultor jalisciense Víctor Manuel Contreras (Atoyac, 1941) recreó sobre Tamara de Lempicka, señalaba que la pintora polaca le dijo en uno de sus primeros encuentros en París: “El arte no es una evolución, es una revolución”.
Si algo quedó claro para los asistentes a la charla que, previamente a la inauguración de la exposición, dio el escultor Víctor Manuel Contreras es que la trayectoria profesional de un artista tiene mucho que ver con el azar. ¿Qué extraño capricho del destino fue el que unió a este mexicano con una aristócrata polaca que después se convertiría en una pintora fundamental para el arte moderno como lo fue Tamara de Lempicka? Quedó claro que lo que hermanaba a estos dos creadores era una sensibilidad común bien educada, una prestancia para maravillarse de la belleza y la tragedia por igual.

Una pintora de su tiempo
Tamara de Lempicka (1898-1980) fue una aristócrata polaca caída en desgracia en el tiempo de entreguerras. Como lo señaló Verónica López García, la pintora nacida en Varsovia enmarca de manera temprana su obra en dos aspectos: en el postcubismo y el manierismo modernista, al tiempo que retrata como ninguna la vorágine y el estilo de vida de su tiempo:

Esta nueva opulencia buscaba demostrar la superación de las experiencias de los conflictos bélicos a través de la demostración de una vida elegante y moderna. Las élites de esos años gustaban del jazz, del cine y sus grandes estrellas. Se abrían a experiencias de todo tipo, como el consumo de drogas o la bisexualidad. Sólo así consideraban ser cosmopolitas, sin olvidar la importancia del glamour. (La gaceta, 22 de junio de 2009).

El glamour no es un fin en sí mismo en el caso de Tamara de Lempicka, sino un punto de partida. Una manera de ver al mundo no de manera condescendiente, sino como un sine qua non para acceder a experiencias prohibitivas para la mayoría. En su ensayo sobre el Diablo, Giovanni Papini explicó la característica del artista, al señalar que como “el Dios de la creación, permanecen dentro, o detrás, o más allá, o por encima de su obra, transfundido, evaporado de la existencia…, indiferente…, entretenido en arreglarse las uñas”.
Si bien puede existir un cierto amaneramiento en la obra de Tamara de Lempicka, los pocos cuadros que se pueden apreciar en el Cabañas dan muestra de una calidad sin objeciones. En la litografías las figuras femeninas destacan por la belleza de sus líneas, y por el trazo –tomado en parte de la arquitectura como el stream line y el zigzag– que destaca la grandilocuencia de rostros, muslos y brazos. Como lo señaló López García: “Las figuras de Lempicka están cargadas de la fuerza fría que posee la corriente del agua, la energía lumínica y la dureza de las máquinas”.

Elogio a la locura
En una tarde nublada en una de las salas del viejo y sobrio Centro Cultural Cabañas, el escultor Víctor Manuel Contreras hablaba de su amistad y lo importante que resultaría Tamara de Lempicka en su vida. Separados por los materiales, mientras la pintura para Contreras es un arte más “ilusorio frente a la sensualidad de la escultura”, los unía algo más fuerte que las modas artísticas o las escuelas. Compañeros inseparables en la última etapa de la vida de la pintora art déco, lo que los asistentes tuvieron el privilegio de escuchar fue el anecdotario de un personaje que con sus confidencias humanizaba a su amiga y a él mismo. Pocas veces se puede conocer (sin recurrir a biografías o a chismes muchas veces mordaces) el trasfondo de la vida de un artista, construido por los pequeños detalles cotidianos que en su nimiedad pueden explicar profundas percepciones estéticas.
El escultor, agradecido con sus amigos y oyentes, describía sin ocultar su emoción a una amiga y al narrarla a ella, ponía en contexto su propia vida, su percepción de México en el extranjero, sus años en París (origen de tantas vanguardias), su relación con presidentes de México (que ignoraban su trayectoria y se sorprendían por sus premios en el extranjero), y finalmente no dejaba de sentirse orgulloso por su origen pueblerino y fue contundente al señalar que su escultura busca un origen, y que sus figuras sólo aspiran a ser metáforas de una humanidad que es parte del universo y que no puede funcionar de manera independiente de la Naturaleza.
En una última pregunta al terminar su charla, le preguntaron qué proyecto le quedaba por realizar, a lo que contestó: “Seguramente sólo me queda enloquecer”. Dejando a un lado la risa del público, no queda duda de que Víctor Manuel Contreras hablaba en serio y ponía de manifiesto una idea que ya había sido escrita por Susan Sontag en sus diarios, acerca del que el arte “era un modo de ponerse en contacto con la propia locura”.

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