El precursor impopular

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“Los vigilantes los arrean hacia el basural como a un rebaño aterrorizado. La camioneta se detiene, alumbrándolos con los faros. Los prisioneros parecen flotar en un lago vivísimo de luz”. Este pasaje del libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, describe cómo siete hombres son bajados y fusilados en un descampado cerca de Campo de Mayo, hectáreas reservadas a la práctica de militares en formación, vivienda de militares retirados y lugar de fusilamientos durante la dictadura militar argentina (1975-1983).
Cuando tenía 20 años llegó a mis manos Operación Masacre. La literatura nunca había sido tan cruda y tan vivencial hasta ese momento para mí. En Buenos Aires vivía en San Miguel, localidad en donde se encuentra Campo de Mayo, área que en tiempos de represión se tiñó de rojo más que del espléndido verde del pasto que ahora crece de manera disciplinada, como las rapadas cabezas de los militares. Mi casa quedaba a tres cuadras de Campo de Mayo y el camión que tomaba para ir a la universidad recorría todo el espacio lleno de cañones y trofeos militares.
Una noche volviendo de la facultad, el camión en el que viajaba se paró en medio de Campo de Mayo. Llovía y todos los pasajeros nos bajamos a esperar el próximo transporte. La única luz que nos alumbraba era la de las balizas del vehículo. Recordé el pasaje del libro y tuve escalofríos. En ese momento supe que lo que Rodolfo Walsh había escrito era más que sólo periodismo.
El llamado “nuevo periodismo”, nacido en Estados Unidos, concibió a A sangre fría, de Truman Capote, como la Biblia de los relatos o novelas de no ficción, periodismo narrativo, literario o novela periodística, junto con Tom Wolfe, Norman Mailer y Gay Talese, en la década de los 60. Entonces se creyó que el periodismo había descubierto una forma de contar diferente a lo que ya existía, un modo de relatar sucesos reales con la atracción de una historia de ficción. Lo que no es conocido en esta historia del nuevo periodismo es que Walsh ya lo había hecho en 1957, nueve años antes, con Operación Masacre.
Rodolfo J. Walsh fue un periodista argentino, nacido en 1927, que a sus 30 años publicó la obra que lo consagró. En ese tiempo Walsh ya estaba involucrado en grupos revolucionarios peronistas, aunque él no se consideraba como tal. El peronismo apoyaba a los obreros y personas de bajos recursos que quedaron desprotegidos y sufrieron atrocidades por parte de la dictadura militar desarrollada en Argentina. Opositor público y con un impetuoso compromiso social, comenzó a ser víctima de agresiones por parte del poder fáctico y llegó al extremo de ejercer su labor periodística desde la clandestinidad.
Fue militante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), de la agrupación Montoneros, en la que era conocido como “El capitán” y creó la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla). A Walsh no lo podían encasillar. Era difícil describir el tipo de escritura que hacía. Empecinado en la investigación y en hablar acerca de la revolución de la que era testigo, se iba cerrando puertas de periódicos y pequeñas publicaciones, porque, como ahora sucede en México, el día siguiente se convertía en una incógnita de vida no sólo para el periodista que publicaba un artículo de denuncia, sino también para el medio que lo apoyaba.
El 24 de marzo de 1977, Walsh envió una carta a las redacciones de periódicos locales en Buenos Aires y a corresponsales de periódicos extranjeros. Con el nombre de “Carta abierta de un escritor a la junta militar”, el periodista planteaba situaciones específicas de corrupción, abuso de poder y economía vendida. Finalizaba el escrito con: “Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Un día después del envío de la carta Walsh pasó a formar parte de la lista de desaparecidos. Y aunque muchos dicen que fue baleado en la esquina de San Juan y Entre Ríos, lo oficial es que lleva 35 años de “desaparecido”.
Puede ser que por 1957 no se haya acuñado el término “nuevo periodismo”. Todavía no se construía como tal. Puede que ni el mismo Walsh haya sabido lo que estaba haciendo. Lo cierto es que al escritor argentino se le ubica como el precursor. Se dice que Truman Capote contaba con más renombre que Walsh en el ámbito internacional y que su obra, A sangre fría, se difundió con mayor facilidad; por eso se adjudicó a él el nacimiento del nuevo estilo.
Este eslabón perdido es lo que recupera autores valiosos dentro de la era del “nuevo periodismo”, que no se abordan con facilidad fuera de sus países de origen. Es importante resaltar que, más allá del estilo que Walsh demostró tener, logró combinar su ética periodística y la investigación y valentía que requiere el oficio para denunciar, aun sabiendo que podría perder su vida, con el ímpetu de dar un paso más allá de lo estrictamente periodístico. Lograr que los que lo lean puedan meterse en la piel de los fusilados y sentir, al lado de un camino en Campo de Mayo, el terror de la dictadura, aún después de muchos años.

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