El legado de Enrique Díaz de León

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Antes de venir aquí, me preguntaba por qué este homenaje que cada año se rinde a Díaz de León no se suele realizar al interior del Paraninfo que lleva su nombre y que es, también, el aula magna de nuestra casa de estudios.
Creo que la respuesta reside en que resulta más significativo, más adecuado para conmemorar a un hombre como Enrique Díaz de León, estar aquí al lado de este monumento alusivo a él, percibiendo la representación de su figura, imaginando los gestos de su rostro y su mirada.
Evocar a un ser humano a la intemperie resulta más natural y más auténtico. Al fin y al cabo, estamos rememorando a alguien que no está materialmente entre nosotros, y que ha regresado a los elementos esenciales, a la tierra y al viento, al agua y al fuego. Acaso en el algún sitio, y no creo que al decir esto falte al espíritu racionalista de universitario, pueda Enrique Díaz de León escuchar estas palabras.
Y si no es así no tiene importancia, pues resulta más relevante lo que nos digamos a nosotros mismos inspirados en Enrique Díaz de León, de manera que hagamos de este acto algo más que el cumplimiento de un ritual protocolario.
¿Qué significado tiene la vida de Enrique Díaz de León para nosotros, a ochenta y siete años de la fundación de la Universidad de Guadalajara y a setenta y cinco años de su muerte?
Enrique Díaz de León nos dejó un legado a los hijos de la Universidad de Guadalajara del siglo veintiuno y de siempre. Ese legado se suma a la herencia que nos dieron hombres como Valentín Gómez Farías, Ignacio L. Vallarta, Mariano Otero y Guadalupe Zuno, por mencionar algunos de quienes forman parte de la tradición intelectual y política de la que se ha nutrido nuestra casa de estudios. Ese legado de Díaz de León, evidentemente, es la Universidad de Guadalajara, pero es algo más sutil que ella misma, sus instalaciones y sus cátedras.
Es la creencia en el valor de luchar por un país libre y justo, acorde con las aspiraciones de los individuos y con las necesidades de la colectividad. Es la convicción de que debemos forjar una sociedad más civilizada y más ilustrada; alejada de la ignorancia, la barbarie y el fanatismo; dispuesta al progreso y a la expansión de la inteligencia científica, atenta al desarrollo de la sensibilidad estética y moral.
Es, entonces, el legado de Enrique Díaz de León, un paso adelante en la evolución del liberalismo jalisciense y mexicano del siglo diecinueve y de principios del siglo veinte. Esta evolución convirtió las ideas liberales en un proyecto educativo al servicio del bien común, particularmente al servicio de quienes carecen de recursos materiales para costear su formación profesional o técnica de carácter universitario.
Para el primer rector de la Universidad de Guadalajara, la educación es una herramienta para la emancipación humana y para ayudar a erradicar todo lo que nos oprime y nos limita.
Fue así en los años veinte del siglo pasado, y así sigue siendo en el presente.
Una convicción habita en mí después de revisar la vida y la obra de Díaz de León: la confianza en que si somos capaces de rendir tributo a grandes ideales podemos cristalizar grandes realidades.
Esto se desprende de las palabras que pronunció con motivo de la fundación de la Universidad de Guadalajara en su época moderna:
“Ya es un lugar común —dice Díaz de León— hablar del proletariado intelectual; del médico ganapán y merolico; del abogado rábula que perdió el ovillo en el laberinto e hizo una madeja inextricable de la justicia; del que arrastró la toga por el fango. La Universidad tiende a corregir esa lacra de organización…”
Nótese la fe que Enrique Díaz de León deposita en las capacidades civilizadoras de la Universidad. Es claro que para nuestro primer rector un proyecto educativo impulsado por ideales de justicia social y razón científica contribuye al bienestar social.
No podía ser menos si consideramos que en los años de Díaz de León se creía más que ahora en la fuerza transformadora de las ideas. Se aceptaba menos el egoísmo, se ponían límites al individualismo y se valoraba más el cuidado de los otros.
Hoy estamos obligados a cuidar el legado de Enrique Díaz de León. Estamos obligados a volver a creer en que necesitamos vivir poniendo toda nuestra confianza en grandes ideales. Necesitamos recuperar el criterio que nos permite distinguir lo justo, lo correcto y lo que está bien, y rechazar lo que es injusto, incorrecto y que está mal.
En esta época de desorientación moral debemos formar a las nuevas generaciones en el conocimiento de los valores esenciales de nuestra cultura, en el amor a la ciencia, en la pasión por la crítica y la autocrítica, en la solidaridad con los demás, en la apreciación del arte, en el respeto hacia todos los seres humanos y hacia todas las formas de vida, en la tolerancia y aceptación de la diferencia, en el cultivo del bien público.
Y también, para decirlo con palabras de la época de Díaz de León, necesitamos inculcar en nuestros estudiantes profundos sentimientos nacionales.
Cuidar el legado de Enrique Díaz de León significa cuidar la Universidad de Guadalajara, y cuidar la Universidad de Guadalajara significa trabajar y pensar por su superación constante: lograr que reafirme su liderazgo social; llevarla a los primeros planos de la producción científica; promover que se distinga por las innovaciones tecnológicas que genera; hacerla destacar por la calidad de los profesionistas que forma; llevarla a ser un ejemplo para las demás universidades porque encuentra soluciones a los problemas sociales que padecemos; sobre todo, convertirla en objeto de nuestro orgullo por las generaciones de egresados en las que siembra la esperanza en una vida más digna.
La condición para lograr esto es que todos los que hacemos la Universidad nos esforcemos con honestidad y responsabilidad en las tareas del día a día. El estudiante debe estudiar con seriedad y ahínco, el profesor debe honrar su misión preparando adecuadamente sus clases y respetando la curiosidad de sus alumnos. Por nuestra parte, quienes tenemos un cargo directivo, debemos poner la administración al servicio de la vida académica, es decir, debemos poner los medios al servicio de los fines y no hacer que los fines se subordinen a los medios.
Señoras y señores: Enrique Díaz de León es un hombre ilustre de Jalisco. Lo seguimos recordando porque su proyecto universitario sigue vivo y presente. La prueba la tenemos aquí mismo, pero la mejor manera de hacerlo es, insisto, cuidar la Universidad de Guadalajara, pero no con una actitud defensiva y conservadora, sino con una actitud de atrevimiento y audacia que la lleve a nuevas realizaciones, algunas de las cuales he mencionado aquí.
Para seguir engrandeciendo a la Universidad de Guadalajara tenemos el talento y la capacidad, tenemos los valores y los ideales. Sólo nos falta la voluntad y la disposición de ánimo. Hagámoslo para honrar las generaciones pasadas y para saludar a las que vendrán en el porvenir. El ejemplo de Enrique Díaz de León está allí. [

*Coordinador General Académico de la Universidad de Guadalajara

Palabras pronunciadas en la ceremonia conmemorativa del Natalicio de Enrique Díaz de León, uno de los fundadores de la Universidad de Guadalajara y su primer rector. Guadalajara, Jalisco, 26 de septiembre de 2012

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