El dios sempiterno

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“Moonlight Drive” fue una canción reveladora para Jim Morrison. La melodía es una invitación a nadar hacia la luna y ahogarse en el sexo. De esa misma manera, una tarde de junio, durante un paseo por París, Morrison vislumbró su destino. El Rey Lagarto preguntó a Alain Ronay —viejo amigo de la universidad que se encontraba de visita en esa ciudad— acerca de la colina verde que aparecía en el horizonte. Ronay respondió que se trataba de Pí¨re Lachaise, el gran cementerio parisino, lugar donde se encuentran los restos de Chopin y Balzac. Ambos visitaron este lugar lleno de impresionantes mausoleos. Cuando Alain Ronay comentó que estar ahí le parecía una experiencia mórbida, Jim Morrison protestó diciendo que a él particularmente le encantaba esa espectral tranquilidad en mitad de una ruidosa ciudad, y que definitivamente quería ser enterrado ahí cuando muriera.
Nacido en fuego y abrigado por los brazos de Dionisio, Jim Morrison proclamó el fin del rock e insólitamente se convirtió en el dios del género. A través del tiempo, la vida, obra y muerte del poeta y cantante de The Doors, se traducen en seducción, idolatría y misterio. El creador de “Strange Days”, “Love Street” y “L.A Woman”, vivió en constante aprendizaje y recorrió los límites y los excesos, durmió con brujas y encarnó todos los atributos que el rock posee, siempre acompañado de la poesía, lo más valioso para él.
En los poemarios The lords y The new creatures, así como en el opúsculo An American prayer, Jim Morrison entregó sus oscuras visiones y logró consolidar su trabajo, en el que está inmerso el espíritu de Aldous Huxley, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y, en particular, William Blake. En 1971, pocas semanas antes de morir, escribió: “Bien, su padre ha muerto/ su hermana es una estrella/ su madre se pasa el día fumando diamantes/ y ella está durmiendo en un coche”, frases dedicadas a Pamela Courson, su pareja.
Con su primer disco, The Doors logró situarse en los primeros lugares de popularidad. Canciones como “Light my fire” penetraron en la cultura pop de aquellos años, consecuencias con las que Morrison no estuvo totalmente de acuerdo. Surgió la superestrella, el ídolo, Jim Morrison comenzó a lidiar con la fama, pero prefirió un camino diferente, sin restricciones. En el escenario, el líder de The Doors obtuvo la facultad de hipnotizar con su voz y actitud, con sabiduría representó la figura del chamán y abrazó una música imponente, así, su posterior discografía y en especial el tema “The end”, terminaron por sellar su futuro.
Tras dejar Estados Unidos, debido a cargos de “obscenidad y exhibición indecente”, Morrison viajó a París y se sumergió en el hartazgo. Algunas versiones aseguran que Max Fink, el fiscal que lo defendió, recibió información sobre la neutralización de su famoso cliente, es decir, se temía que Morrison pudiera ser asesinado o incapacitado en prisión, por ello, se presume que el viaje fue inminente. En uno de los cuadernos de apuntes de Morrison, titulado “Tape Noon”, localizaron reflexiones y poemas sobre la muerte, allí apareció la frase: “íšltimas palabras, últimas palabras, fuera”.
La madrugada del 3 de julio, de 1971, Jim Morrison finalmente vio frente a frente a la muerte. Pamela Courson lo encontró dentro de la bañera. Tenía sangre aún fresca bajo la nariz, como si hubiera sufrido una hemorragia violenta. Courson declaró que era la primera vez en meses que se le veía relajado, su cabeza vuelta ligeramente a la izquierda y el esbozo de una sonrisa en sus labios. “Tenía una expresión tan serena”, dijo Pamela Courson. “De no haber sido por toda esa sangre…”.
El deceso de Jim Morrison se atribuye a un ataque cardiaco. Otra versión es la de muerte por sobredosis. Para el doctor Max Vassille, resultó extraño que un hombre tan joven —27 años—, y en tan buenas condiciones, muriera de esa forma. De esta manera, la vida de Morrison concluyó de manera dramática. No obstante, desde tiempo atrás, el fatídico destino estaba pactado con una fuerza salvaje y desconocida. A cuarenta años de este suceso, la música y la poesía abrazan al dios sempiterno.

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