Ecologistas sin título

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A las ocho de la mañana comienzan a trabajar los pepenadores del vertedero de Matatlán. Cuatrocientas familias subsisten del plástico, aluminio, vidrio y cartón que rescatan de entre los desechos. Entre todos pepenan 150 toneladas de basura al día y cada uno gana entre 40 y 80 pesos.
Ochenta de estas familias tienen sus covachas a escasos metros del área donde las máquinas descargan los desechos en este vertedero, ubicado en el municipio de Tonalá, a pocas cuadras del desarrollo residencial Banús, un escenario que contrasta con el basurero.
Esta comunidad de pepenadores formada por ancianos, adultos y niños enfrentan graves problemas económicos, pero principalmente de salud al vivir en un ambiente tan contaminado y con gran número de carencias, señala Carmen Reyes Arreguín, investigadora del Departamento de trabajo social del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH).

Los dueños de la basura
La separación de residuos no favorece a los pepenadores. La razón es que a los vertederos llega un 30 por ciento menos de cartón, aluminio, vidrio y plástico. Es posible que se quede en manos del gobierno, quienes hacen el negocio, señala Andrés Gaona, líder de los pepenadores del ex vertedero.
“Esa es la movida. Están separando, pero no cae aquí nada. Llega puro material que no se vende, ahora si que basura de la basura. Los dueños de la basura somos nosotros y tenemos que seguir siendo nosotros, nadie más”.
Andrés denuncia que las autoridades del estado no cumplieron con la promesa de que serían microempresarios. “Nosotros no estamos en contra de la separación, estamos a favor de la separación, pero no llega aquí el material”.
Con 50 años de edad y 40 pepenando, a Andrés no le interesa conseguir otro trabajo, ya que también pepenan su esposa, hijos y nietos. “Yo no quiero tratos con el gobierno. Es un trabajo muy bonito, pero también es muy pesado. Nosotros somos ecologistas sin título. Yo pienso y pienso bien: esta chamba la vamos a defender con uñas y dientes, porque habemos mucha gente que no sabemos hacer otra cosa más que pepenar y esta ha sido nuestra vida”. Sin embargo, dice estar dispuesto a colaborar con la separación siempre y cuando llegue toda la basura al vertedero.
Además, en el lugar cuentan con una banda de separación en condiciones para trabajar. Debido a que 70 personas pueden trabajar en ella al mismo tiempo, es posible hacer algún producto reciclado. “La paramos ya que no hubo dinero para darle mantenimiento, pero tenemos tecnología para que salga un producto hecho de esta planta de transferencia”, señala el líder del grupo.
La investigadora Carmen Reyes, quien durante cinco años ha realizado trabajo social con los pepenadores, opina que las soluciones a esta problemática, principalmente a la situación marginal en la que viven, serán diferentes para cada familia.
“Primero es necesario conocer objetivamente cuál es la situación de cada familia. Escuchar los que ellos necesitan, conocer cómo quieren salir de la situación y con base en eso, sugerirles soluciones con las que estén de acuerdo. No es imponerles por ejemplo llevar a los niños a albergues por que no van a aceptar. He encontrado que si quieren apoyo, pero en ocasiones no quieren irse. Están abiertos a recibir algún apoyo: una beca, una despensa periódica o servicios médicos. Eso les entusiasma, mas es necesario una atención individualizada”.

El señor de las ratas
Durante los últimos 24 años y hasta la fecha, el señor Luis Flores Reynaga ha sido pepenador en el vertedero de Matatlán.
A punto de iniciar su jornada del día, vestido con un suéter a rayas color azul y blanco, una gorra que trata de ocultar su calvicie, un pantalón negro en el que resalta lo deslavado y cargando un pequeño costal en el que guarda un lonche y sus cigarros, dice que inició en este trabajo debido a que no encontró otra oportunidad, pues sólo terminó la escuela primaria.
“Este trabajo, pa nosotros, sí es agradable, por que ya nos acostumbramos. No tenemos sueldo, lo que uno se haya es ganancia de uno, pero si me dieran trabajo en otro lado yo sí lo aceptaría. Hay muchas envidias entre todos”.
A sus 46 años, el señor Luis trabaja de ocho de la mañana a ocho de la noche, los siete días de la semana, igual en temporada de calor como en lluvia o en frío, enfermo o sin haber desayunado. El objetivo es “sacar lo del día”.
“Con lo que yo me ayudo es con el aluminio y con el envase de vidrio. Aquí mismo me lo compran. Por cada costal de vidrio me dan 10 pesos y por el de aluminio, 30”. Asegura que “se gana poco, pero se gana diario”.
El señor Luís vive en la colonia Oblatos y dice que lo que ya no les sirve a algunos, para ellos representa la comida del día.
Dice también que aunque en contadas ocasiones, entre la basura y el gas blanco que desprende, ha tenido la suerte de encontrar cadenas de oro, anillos, relojes y en una ocasión, 12 mil pesos en efectivo, pero es más común que se encuentre restos de niños recién nacidos o fetos en procesos de descomposición envueltos en bolsas negras o cajas de cartón.
Las heridas con vidrios son comunes, sin embargo no le asustan. “Me he enterrado jeringas y ay que feo se siente. Todos las pisamos, pero nunca he tenido la mala suerte de caer en la Cruz Roja”.
Para trabajar sólo necesita sus manos y un costal. En ocasiones utiliza un gancho para levantar los desechos, espantar alguna rata, matar a un alacrán, cucaracha o hasta una que otra víbora.
Sus gastados zapatos y su delgadez extrema reflejan la marginal situación en la que vive y dice “Estaría bien que viniera alguien pa que lo ayudaran a uno…”.

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