Cuando la bola se hizo literatura

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La revolución mexicana fue un movimiento que ha suscitado múltiples estudios, igual que provocó balaceras de ida y retorno, de pleito y vejaciones. Después los políticos la hicieron estandarte y demagogia: panacea de conquistas, ejemplo de lucha popular, no sólo para beneficio del país, sino para aleccionar al mundo.
Dijeron que “hicimos” la primera revolución social del siglo XX.
De esta revolución hubo registros literarios: novela, cuento, crónica, corridos y hasta rimas despatarradas.
La novela de la revolución mexicana va de los tiroteos, heroicidades, planes de Estado o Estado sin planes, al análisis que sus protagonistas –ficticios o no– efectúan como sin querer. O queriéndolo. Sus voces y comentarios la desnudan. Así hable un general o un campesino.
Esta modalidad literaria es tan abarcadora, que parte de Mariano Azuela a autores vivos; de los temas en que esplenden las ráfagas de las carabinas 30-30, a otros que asustarían a soldados bigotones y machistas, como lo que narra Fernando Zamora, autor de Por debajo del agua, en que dibuja la moral porfiriana frente a la decisión de dos hombres de vivir su opción sexual como pareja. O Por si no te vuelvo a ver, de Laura Martínez Belli, catalana que liga muralismo y revolución a fuego lento.

De “arriba” Mariano Azuela
retrató a los de abajo
Mariano Azuela, médico de las tropas de Julián Medina y escritor laguense, inaugura la novela de la revolución mexicana con Los de abajo, texto que contradice a los demagogos empeñados en lucir una historia desde la oficialidad pulcra y perfecta.
Los de abajo describe la lucha encarnizada de un pueblo que no supo a dónde iba, pero que con la violencia cobró deudas pendientes. Años de humillaciones y autoritarismos en el balancín de la sangre. Les llegó su hora, canallas y canallitas.
Esta novela nos conduce por el círculo que torna y retorna: los de abajo también saben robar a los de su condición, no tienen conciencia de clase y pierden el pivote con una rebanada de “poder”. “Ora es cuando mis collones”.

Sinopsis para lectores
de ingestión rápida
Dos son los personajes centrales de esta novela: Demetrio Macías y Luis Cervantes, que abanderan una determinada postura social.
Demetrio Macías es el líder de los de abajo, orgulloso de sus dotes como manejador de armas e individuos, que deambula en el huracán de las balas como protesta a un estado denigrante de cosas, pero que no consigue sostener sus principios: de víctima se convierte en verdugo. Si no, para qué tanta refriega.
Si Demetrio Macías representa al gañan de este movimiento, Luis Cervantes es la estampa “citadina” del mismo. A pesar de que en la trifulca lo encontramos con el perfil de las circunstancias, no pierde sus modales finos y su aspecto de intelectual: conoce la trascendencia de la sublevación y sus alcances. Su formación e información no lo engañan. Esto no es un pleito de mercado. Profesó un idealismo que luego abandonará para actuar según sus intereses personales. A la revolución que fueres, haz lo que vieres.
En ambos personajes las motivaciones son diversas, pero una misma tempestad los conduce a adoptar posturas similares: aprovechar la ocasión para desquites, rapiñas, procurar ascensos y vivir al amparo de la burocracia.
Estos personajes resultan un símbolo que se repite una y otra vez a lo extenso de la historia patria: los hijos y los cachorros de la revolución le cobraron a ésta las facturas.

La sombra del caudillo, El águila y la serpiente
Estas novelas fueron escritas por el indicado: Martín Luis Guzmán conoció a los “monstruos” que delinea: integró el estado mayor de los generales Ramón F. Iturbe y ílvaro Obregón. Estuvo a las órdenes de Venustiano Carranza y luego de Francisco Villa, quien lo nombra coronel. ¡Recórcholis!: no existe mejor versión que la del testigo ocular cuando es honesto. Y también si puede escribir con oficio y metodología.
Martín Luis Guzmán ofrece detalles verídicos, históricos y biográficos de importancia. Cuando biografía y transcurrir nacional estuvieron ligados a los caprichos y percepciones del poder y del séquito de oportunistas que se congratulan con el mismo. Con todo y tramoya, escenografías y luces artificiales. Parafernalia que heredarán a otras generaciones.
Francisco Villa, el de “ajusílenlos y después veriguamos”, exhibe su crueldad. Conoce las reglas de la situación: el que asesina primero aventaja al enemigo. A pesar de que muchos lo admiren, incluido Martín Luis, resulta “cañón” disimular tamaña incivilidad.
La sombra del caudillo no tiene piedad con Plutarco Elías Calles y “descubre” a la eminencia gris de quienes lo precedieron.
El águila y la serpiente denuncia la barbarie de esa etapa, especialmente la reacción brutal del gobierno de Obregón para sofocar el levantamiento de los generales Arnulfo Gómez y Francisco Serrano. Nombres propios de una circunstancia real.
Su obra estuvo “enlatada” para no contrariar los “gustos” oficiales de los regímenes priístas. Fueron novelas “agotadas” durante mucho tiempo.

La autobiografía
Mucho de lo que narran las novelas referidas es autobiográfico. Eso agrega valor a lo testificado.
José Vasconcelos dijo “yo soy autobiografía y linterna de la revolución”. Con enjundia, ira y un estilo apasionado, refiere anécdotas y esboza el perfil de los que pusieron las bases de la vida institucional y de quienes la socavaron.
José Vasconcelos Calderón no escribió una, sino más obras autobiográficas, en las que va del porfiriato a la organización institucional del país. La saga inicia con Ulises criollo y prosigue con La tormenta, El desastre, El proconsulado y La flama.
De ai p’al rial
Hay quienes afirman que después de este disparadero de balas, planes sin visos de plan, encontronazos de intereses, todo es novela de la revolución mexicana. Porque tales sucesos impactaron nuestra percepción de la realidad. Premisa con ribetes de exageración, pero no exenta de verdad. Otros aseguran que es la que va de 1910 a 1920. De nuevo otra exagerada delimitación.
Enumerar a los autores del presente que embonan con los novelistas del pasado, ayuda a demostrar que la revolución mexicana fue un traumatismo imposible de soslayar. Aún vemos los moretones.
Luego de las obras fundacionales del género, muchos novelistas, cuentistas y narradores han tenido como trasfondo a líderes y ambientes de tal suceso. En fechas cercanas al mismo e incluso hoy.
Veamos. íngeles Mastretta, en Mal de amores, da otra visión de aquella “refocilata”. La vivió a través de los comentarios de sus abuelos, por lo que su punto de vista es diferente y por lo tanto rejuvenecedor.
Creo que Arráncame la vida, de la autora poblana, describe los abusos del poder de parte de Maximino ívila Camacho, hermano del presidente Manuel ívila Camacho, protagonistas, producto y usufructuarios de esa lucha. Otros nombres suplantan a los verdaderos, para disfrazar la biografía.
En Ninguna eternidad como la mía, la Mastretta vuelve a inspirarse en la revolución.
En estas novelas, la mujer es eje: por lo regular víctima.
La familia vino del norte, de Silvia Molina, constituye un caso parecido al de las anteriores obras: la visión de los nietos o bisnietos de los generales y líderes que vomitaron balas.

Matices regionales
Si bien todo es regional porque nada acontece en la totalidad de un universo (el todo) y para el universo (la totalidad), existen escenarios más restringidos: las regiones, estados o municipios.
Algunos matices regionales de esta lucha nos los heredaron Juan Rulfo (Pedro Páramo y El llano en llamas), Agustín Yáñez (Al filo del agua), José Revueltas (El luto humano, Dios en la tierra), Nellie Campobello (Cartucho), Rosario Castellanos (Balún-Canán), Carlos Fuentes (La muerte de Artemio Cruz), etcétera.
Si bien no todas estas novelas o cuentos se refieren a la “revolufia” en sí y a sus personajes históricos, de forma tangencial retratan un mundo y unas acciones que hoy nos continúan afectando. La revolución mexicana, aunque en el sepulcro, no ha muerto.

De la solemnidad a la parodia
La novela de la revolución mexicana persiste en criticar los desmanes de sus protagonistas. Recurre a la solemnidad. La pluma se engola. Hasta que llega un autor irreverente a poner carcajadas o sonrisas en el análisis: Jorge Ibargí¼engoitia.
Este novelista, cuentista y dramaturgo nacido en Guanajuato, emplea la ironía y la parodia en Los relámpagos de agosto, con lo que escribe de otra manera lo ya escrito. Para burlarse y enjuiciar.
Los relámpagos de agosto inicia en 1928, cuando un grupo de militares se rebela contra la “ineptitud y tiranía” del gobierno federal.
Abarca un lapso de tiempo que va de 1920 a 1934. Su autor acude a la autobiografía del general José Guadalupe Arroyo, quien relata sus memorias para “deshacer algunos malentendidos, confundir a algunos calumniadores y poner los puntos sobre las íes” respecto a su papel en la revolución del 29. Luego se desgranan peripecias, embrollos y situaciones que invitan lo mismo a reír que a reflexionar sonriendo. Puntos divergentes que confluyen en un centro: nos gobiernan ladrones, vulgares rateros, torvos asesinos y “el Ave Negra del Ejército”. Postura del personaje principal de esta novela, ni más ni menos.

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