Cazador de colores

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Su taller por fuera parece un lugar abandonado, como una bodega sin uso. Tiene como fachada una cortina de fierro con brochazos de grafiti. Por su aspecto pensé que me había equivocado con la dirección.
En mi desesperación por mi supuesto extravío y con los rayos quemando mi cráneo, timbré varias veces. Pregunté al vecino de cabello cano, si el artista acudía ahí, pero no lo sabía. Por fortuna abrió la puerta de la cortina y apareció Garval. El taller por dentro es totalmente diferente a su aspecto exterior: es una casa antigua, decorada con un patio central y pasillos custodiados por efigies, imágenes, pinturas de todos los formatos y figuras a medio terminar regadas por el suelo. Me llamó la atención la escultura de una cabeza diminuta de un cura que nos observaba desde el piso.
Presentí que conocería a un artista que tiene el alma bien puesta para pintar y esculpir de esa forma.
El fresco de la casa alejó lo opresivo del aire caluroso. Llegamos a una sala rodeada de libros, pinceles, más pinceles y pinturas, donde Garval contó que desde niño comenzó a colorear.
Sus tíos y su padre también matizaban de forma recurrente. Así Garval nació con la fortuna de los pocos hombres que ya saben qué harán por el resto de su vida. “Ya lo traes desde niño. Para mí era como un juego. Con los lápices y los crayones creaba mundos. Y poco a poco formalizas la técnica de expresión que te da más posibilidades de creación y así incursionas en el arte”.
A Garval se le traza fuerte la sonrisa. Su cabello es bruno. Sus ojos oscuros esparcen brillo. Porta anillos de encajes de hierro y un dije que el mismo diseñó. Mueve mucho sus manos al hablar. Vive alejado de la vanidad y el talento le sale a borbotones.
Si no fuera pintor, tal vez se dedicaría a las letras. Desde su juventud quien lo conocía lo animaba a que entrará a la Escuela de Artes Plásticas de la UdeG y así lo hizo. Ya en la academia, Garval analizó a los pintores y formó su biblioteca conceptual. Por eso le gustan los tenebristas, expresionistas, impresionistas, como Rembrandt, Vernet, Caravaggio, Goya, Picasso, Orozco.
Contó que hay días, cuando se acerca una exposición, que pinta hasta 18 horas seguidas. “Puedo pintar en cualquier momento, a partir del medio día hasta la noche. Las horas de claridad las va condicionando la música de jazz o blues. Medito. Me confronto con la obra, doy vueltas como gato alrededor de ésta. Veo los bocetos, veo cómo voy atacar los colores. Para mí es importante dónde comienza el cuadro, porque explota hacia los extremos como un estado catártico”

La confrontación como destino
De los géminis, se dice que son intelectuales, comunicativos y dotados de habilidades extraordinarias para expresar sus ideas. Las ilusiones los mantienen permanentemente vivos. Son de espíritu independiente. Libres de convencionalismos.
Garval no cree en los signos zodiacales, aunque si lo describimos bajo el signo que le tocó nacer (Géminis), coincide con su personalidad.
En lo que sí cree Garval es en la magia que produce encaminar las acciones. “Lo que estás haciendo ahora va a repercutir en un mes o en 10 años y si estamos conscientes, podemos manejar el destino. Lo mío es resultado de acciones del pasado que van detonando consecuencias”.
Su destino es realizar sus pinturas subversivas, que invitan al espectador a cuestionar su paso por el mundo. “Me vinculo con el humanismo, donde me interesan los cuestionamientos y reflexiones del ser humano. Me gusta mucho el sentido del humor. No creo en los estereotipos, ni en los códigos de conducta que tenemos. La mayoría son cuestionables, pero los asumimos de una manera contundente. Me gusta la reflexión, la confrontación y el cuestionamiento de nosotros mismos. Busco en la agudeza visual desentrañar lo que hay entre líneas y nuestro mundo.
“Para exteriorizarlo pinto objetos cotidianos en escenarios contemporáneos, escenarios que no remiten específicamente a un espacio determinado. Por eso manejo mares y naufragios para descontextualizar a las figuras y meterlos en un contexto frágil y que el espectador entre en contacto con la acción y el personaje”.
Sus pinturas no buscan la belleza convencional, ni la imagen mediatizada. Ha hecho esculturas de sacerdotes montados en carros de supermercado, con la idea de cuestionar a la iglesia, que hace dinero con ideas salvadoras.
Garval aseguró que no trata de asumir una posición moral: busca que el espectador haga su propia interpretación.
“Soy un observador más, porque el arte no debe estar sometido a cuestiones políticas ni morales. La libertad no puede quedar subyugada por una cuestión ideológica”.

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