«Artistas» del asesinato

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Tradicionalmente la ciudad de Tijuana ha sido un punto clave para el crimen organizado en el paso de la droga hacia los Estados Unidos, as’ como tambiŽn para realizar otro tipo de actividades delictivas como el secuestro. Por lo tanto en est‡ zona desde hace tiempo, se han venido presentando una gran cantidad de asesinatos como consecuencia que las bandas criminales trabajan libremente sin ser molestados por la polic’a, o incluso ellos mismos trabajan para las mafias. Pero las cosas se agravaron a partir de finales de septiembre de 2008, cuando el grupo criminal en el poder, se dividi— en dos y empezaron la guerra uno contra el otro por controlar la zona. Grandes cantidades de matanzas se han ocurrido, y hasta la fecha aun continœan. El 2008 fue el a–o m‡s violento en la historia de esta ciudad. Todo esto se est‡ dando en el marco de la guerra declarada que tiene el gobierno mexicano contra el crimen organizado. En muchas zonas del pa’s tambiŽn se viven tiempos funestos, la cantidad de asesinatos en este 2008 aument— en toda la repœblica m‡s del doble que el a–o anterior. En nœmeros redondos se cometieron aproximadamente 5,500 ejecuciones en todo el pa’s.

Ciudad Juárez se sofoca a sí misma en su propia sangre. Es la ciudad de las ejecuciones, raptos, violaciones, narcos, violencia, balas, drogas, dólares, tiroteos, muerte… Ciudad donde todo el mal es posible, Ciudad del crimen, pues, en resumen, como el título de la obra del escritor y periodista norteamericano Charles Bowden.
Engarzada la novela en una narración que parecieran extractos diarios de la nota roja de los periódicos, va describiendo el autor, poco a poco, de manera anecdótica y precisa los horrores de una ciudad sacada del inframundo, custodiada por Plutón y rodeada por demonios que pareciera inhabitable por los sobresaltos mismos que ahí a diario suceden.
“El Viernes Santo trae once ejecuciones, el Sábado de Gloria seis, y el Domingo de Pascua otras once. Es la una de la tarde del Domingo de Pascua, y en una calle de obreros de la maquila, una multitud se reúne para ver un cadáver. El muchacho tiene diecinueve años y pertenece a una banda. La bala, al salir, le ha hecho un agujero en la cara que parece un tercer ojo. Los miembros de la banda contraria están recargados en un pick up de la policía, mientras un oficial llena un formulario”.
Así, una a una, las descripciones del pavor parecen tautologías unas con otras. Y cómo no va a serlo una ciudad en la que el cártel de Juárez, según estimaciones de la DEA, en 1995 generaba 12 mil millones de dólares de venta en mayoreo de heroína, marihuana y cocaína. Nadie en el mundo piensa que sus ingresos brutos hayan disminuido un ápice desde entonces. La nómina de los empleados en la industria de la droga supera la nómina de todas las fábricas instaladas en Ciudad Juárez.
“No hay familia en la ciudad que no tenga un familiar metido en la industria de la droga, ni hay nadie que no pueda señalar narcos y sus hermosas casas, o que tenga reparos en usar las iglesias construidas con narcodólares. Todo el tejido social de Ciudad Juárez se basa en el dinero del narcotráfico. Es la única esperanza posible para los pobres, los valientes y los condenados”.
En el libro se encarga el autor de que no haya protagonistas, excepto la intimidación y la barbarie, por supuesto, que giran en torno del mundo de la droga, con sus 20 mil puntos de venta al menudeo, en la que los vendedores trabajan tres turnos al día, pequeñas empresas y empresarios que libran a diario una batalla feroz por el incipiente negocio dentro de un capitalismo feroz.
“Alrededor del mediodía, Juan Carlos Rocha, treinta y ocho años, se encuentra en una avenida vendiendo P.M., el periódico de la tarde, donde aparece el elenco de asesinatos. Dos hombres se acercan a él y le disparan en la cabeza. Nadie ve nada, salvo que están armados, usan máscaras y se mueven como comandos. Se alejan. Un policía vive enfrente del escenario del crimen. La gente del barrio dice que Rocha no solamente vendía periódicos. También ofrecía cocaína de cuatro y seis dólares el paquete. Los dos misteriosos desconocidos le habían hecho dos veces la advertencia que abandonara ese negocio. Él no hizo caso”.
Juárez es también la ciudad de la simulación, la de los dos Méxicos, no sólo porque la debilidad del Estado y la violencia han dado paso a un nuevo orden en que las organizaciones criminales han suplantado al gobierno, sino porque a pesar de que Estados Unidos refuerza la frontera, levanta torres de alta tecnología y eleva la altura del muro fronterizo, sin embargo la droga llega siempre a tiempo a las narices, pulmones y sangre de los norteamericanos.
Matar en Juárez no es un accidente, es una decisión lógica de los miles que forcejean para mantenerse a flote en una economía en crisis y en un Estado fallido. Por algo proliferan ahí bandas con nombres tan abigarrados como Los artistas del asesinato.
Si usted no le gusta el fétido aroma de una ciudad podrida y que apesta desde las primeras páginas, absténgase de leer este libro; en cambio, si prefiere hurgar en las entrañas mismas de la patología social en la ciudad más violenta del mundo, en este libro encontrará su vademécum del horror. O como dice el autor: “A los asesinos parece gustarles esta ciudad”. De seguro a los lectores de historias trémulas y espeluznantes, también.

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