Anecdotario esencial de Arreola

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No sin esfuerzo, pero quizás con un enorme entusiasmo, el escritor zapotlense Vicente Preciado Zacarías debió comenzar sus Apuntes de Arreola en Zapotlán, que acaba de plublicar el Municipio de Zapotlán el Grande en un bello y grueso tomo de al menos seiscientas cincuenta páginas, donde reúne una serie de notas que realizó a mano en “un altero de libretas de bolsillo”, como él mismo dice en el prólogo del libro.

La empresa le llevó a Preciado Zacarías ocho años, los que van de mil novecientos ochenta y tres y hasta mil novecientos noventa y uno, y debido a que el fabulador no aceptó que se utilizaran grabadoras, lo que hizo el recopilador fue “emplear papel y lápiz para capturar sólo la frase seminal, ésa que como ave de fúlgido plumaje, relampagueaba por un instante entre las frondas del árbol del conocimiento en la conversación de Arreola”, apunta el autor.

En ese tiempo Arreola —lo sabemos quienes somos de allí— pasaba sus días refugiado en su casa del bosque que era su centro y universo, para, luego, salir en su moto Vespa a recorrer las calles del Zapotlán que lo vio nacer el veintiuno de septiembre de mil novecientos dieciocho.

De algún modo, y tal vez sin que Vicente Preciado Zacarías se diera entera cuenta, lo que hizo fue, a través de sus Apuntes de Arreola en Zapotlán, un registro de los pensamientos del autor de La feria, y recordarnos el mundo de Arreola: sus pensamientos, sus lecturas, sus recuerdos… Podría pasar desapercibido, sin embargo ese es tal vez uno de los mayores aportes del libro.

Ecuménico como lo era Arreola, su mente vivió siempre poblada de grandes pasajes de textos de la literatura universal. Se podría decir que Arreola fue un ser poblado de palabras, de lenguaje y, claro, forjado con la materia literaria de los más altos maestros de la lengua castellana.

El libro, de no fácil lectura —no por su dificultad en los temas, si no por su extensión— vendría a completar la biografía de Juan José Arreola en esos años en los cuales poco o nada estuvo entre los círculos culturales de nuestro país, porque como buen zapotlense adoraba estar en el pueblo y eso fue lo que hizo en los años que de manera impecable capturó Preciado Zacarías.

Libro de anécdotas, de lecturas, de imaginación, el libro no podía ser de otra manera sino que amplio y disperso y abundante. Los temas que apasionaron al fabulador están en el grueso cuaderno de notas, pero a su vez logra ser un diario intelectual de Arreola, pues, como el propio Preciado Zacarías lo menciona, “Arreola como Borges y otros autores, se repite. Casi todos los libros a propósito de él duplican imágenes y escenas como un juego múltiple de espejos: Kafka, Papini, Duhamel, Jules Berry, Jouvent, Villaurrutia, López Velarde…”.

Pero además de la repetición de temas, lo que se encuentra en estos Apuntes es la esencia de lo que lo formó, pues —sabemos— fue en su propio terruño donde leyó a los autores que le serían caros y están siempre presentes en cada uno de sus cuentos y, claro, en su única novela.

La lectura de estos Apuntes de Arreola en Zapotlán, en lo personal me resultan muy gratos; me recordaron que por esos años el maestro fue director de la Casa de la Cultura y en su oficina, algunas tardes, nos recibía a mi amigo Margarito Chávez (que ahora vive en Colorado, Estados Unidos) y a mí para ofrecernos su tiempo y darnos hermosas lecciones de lectura en voz alta. Llegábamos a las cinco de la tarde en punto y durante hora y media le escuchábamos y nos permitía conversar con él, para luego partir a la escuela nocturna donde volvíamos a rememorar cada una de sus charlas. Fue un tiempo épico para mi amigo y para mí, pues no fue casual que asistiéramos a sus clases, al menos no para mí, pues ya más tarde, en los años noventa, me fue más sencillo hacer el libro de entrevistas —a manera de homenaje— Arreola, un taller continuo, (Ágata, 1995) que allí nació, pero yo en ese momento —lo juro— no lo sabía…

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