Alcohol en jóvenes

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Para agarrar la jarra no hace falta que sea fin de semana. A cuarenta jóvenes, de entre 18 y 23 años, en una universidad privada, les preguntamos cuál es su preferencia en el consumo de bebidas alcohólicas y cuánto es el promedio de consumo semanal.  La tendencia indicó que tanto hombre como mujeres salen a beber una copa o “precopa” cuatro veces por semana. Sus preferencias varían,  las mujeres se deciden por el whisky, tequila, vodka y cerveza. Mientras que el hombre prefiere la cerveza y luego el tequila.
De acuerdo con estadísticas de la Secretaría de Salud, en México existen alrededor de 32 millones de bebedores. De ellos, más de 19 millones son hombres (59.3 por ciento) y 13 millones son mujeres (40.6 por ciento). La estadística preocupa al indicar que 30 por ciento de bebedores mexicanos son adolescentes de entre 12 y 17 años.
La doctora Marisela Hernández González, especialista en neurofisiología de la conducta reproductiva y profesora investigadora del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Guadalajara, señala que el adolescente es más vulnerable a caer en el consumo del alcohol porque el área frontal del cerebro, zona encargada de estructurar la personalidad y la que maneja las consecuencias  de los actos, se desarrolla hasta después de la adolescencia. Por consiguiente, si esta área no está madura, “los jóvenes asumen riesgos sin estar conscientes de las consecuencias. Es drástico que los niños o los adolescentes comiencen a consumir a esa edad ya que esa parte del cerebro no está madura”.
 
Cómo llega al cerebro
Explica la investigadora que como todo nuestro cuerpo está constituido por células, al consumir alcohol, por cualquier vía de administración, el líquido llega a todos los tejidos a través de la sangre, afectando  a todas las estructuras cerebrales, “mismas que se activan cuando se consumen anfetamina, éter, cocaína, benceno o cigarro. También las que se activan cuando comemos chocolate, al tener relaciones sexuales o en la conducta maternal.  Este sistema afecta al sistema cerebral recompensante (SCR), que procesa la información placentera”.
Por sí mismo el cerebro secreta altos niveles de dopamina, serotonina y endorfina;  cuando hay relaciones sexuales o al ver a la persona que nos gusta, son endorfinas propias del cerebro, las cuales provocan placer.  Al momento en que se consume alcohol, los niveles de dopamina y otros neurotransmisores, se van más arriba y la sensación de euforia se incrementa.
Explica Hernández González la manera en cómo la molécula de alcohol se adhiere a receptores como el acido gamma aminibutirico, principal neurotransmisor inhibitorio cerebral. “El alcohol se pega y ejerce los efectos ansiolíticos. Los efectos de euforia aumentan por la implicación de las neuronas GABA-inhibitorias que liberan dopamina. Todo dependerá a cuál neurona se pega para saber cómo serán los efectos de euforia o de inhibición”.
Añade que si un sujeto consume alcohol por varios días, no alcanza a percibir que se hace dependiente cuando consume alcohol de dos o tres días a la semana.
Para la maestra, es difícil tratar de controlar la incidencia de los sujetos al consumo del alcohol porque socialmente es aceptado. “Lamentablemente, lo que no se tiene en el país es una cultura de prevención, se tiene una cultura de tratamiento cuando ya está el problema. Atender aquellas familias donde haya alcohólicos para que los hijos, los adolescentes y los que están alrededor no incidan en la práctica”.

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