Tiempo de preguntas esenciales

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Todo es presente, ¿entienden? Ayer no terminará sino mañana,

y mañana empezó hace diez mil años

W. Faulkner

Entiendo que las fechas son simbólicas. Los símbolos tienen peso, pero no definen el curso de nuestras vidas. Lo que hacemos es usarlos como señal, como un indicador, no para hacer una lista de deseos y rituales como los de Navidad y de Año Nuevo.

Tenemos claro que el inicio de un año es sólo una conclusión de otro y de una vuelta de nuestro planeta alrededor del Sol. Recordemos que la Navidad, como la celebramos el 25 de diciembre, según Ignacio Manuel Altamirano, escritor mexicano de finales del siglo XIX, fue instituida por el Papa Telésforo y que antes era movible, pues en algunas partes la celebraban el 6 de enero, con el nombre de Epifanía; en otras el 13 de agosto o el 20 de abril.

Precisemos que para los chinos, la cuarta población del mundo, el Año Nuevo lo celebran en febrero. Para los judíos, donde quiera que estén, el Rosh Hashaná tiene verificativo en los primeros días del séptimo mes. Para los hindúes, el Diwali es en octubre y para los musulmanes, en el mes de Muharran, por septiembre. El año azteca duraba más que el nuestro y el o Xihuitl, año nuevo, sucedía en noviembre y no en enero.

La historia no tiene nada que ver con los anales del calendario. La deciden las masacres, las hecatombes, las guerras, los descubrimientos, las hazañas de los héroes. El siglo XX terminó el 9 de noviembre de 1999, con la caída del muro de Berlín; el 1968 de las olimpiadas culminó con una masacre y el siglo XXI inició el 11 de noviembre de 2001, con el atentado de las Torres Gemelas. Sucede lo mismo con la vida.

Los años no empiezan el 1° de enero, sino a mitad de septiembre, con el curso escolar, que viene a coincidir con el inicio del ciclo agrario de la naturaleza. Mientras los niños van a la escuela, en otoño se produce la sementera. La semilla del trigo se pudre y germina bajo tierra, como los sueños, y en junio se realizan los exámenes y la siega. La vida tiene una estructura dramática, con planteamiento, nudo y desenlace, cuyos éxitos, fracasos, felicidad o desdicha, los decide el azar, al margen del almanaque. La infancia termina cuando con la llegada del uso de razón el niño percibe que sus padres no son inmortales. Esa es la verdadera expulsión del paraíso, el final de la inocencia, el presentimiento de la muerte. El adolescente se convierte en adulto cuando comprende que sus maestros, lejos de tener siempre la razón, pueden ser cuestionados, contestados. La inocencia y la rebeldía constituyen el planteamiento de la vida: el sexo, el amor, la ambición, el mando y la sumisión forman el nudo; el desencanto y las ilusiones perdidas son siempre el desenlace.

Este tiempo es tiempo de hacerse preguntas esenciales; por ejemplo: ¿qué tiene para uno más interés, un análisis político y económico o un análisis de orina?, ¿qué sucederá de terrible, de placentero, de orgiástico, de tenebroso, de insólito en este 2018, que pueda alterar el curso de la historia?, ¿quién ganará o habrá fraude en la elección del 1° de julio en este México de violencia, corrupción, impunidad, desaparecidos?, ¿en este 2018 todo seguirá igual de rudo y pedregoso, consabido, rutinario?

En fin, nunca se cumplen años. Se cumplen salud o enfermedad, ilusión o desengaño.

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