Ricardo Silva

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Al conversar con Ricardo Silva antes de ver Navajazo, filme ganador como Mejor Largometraje en el Festival de Cine Mexicano de Durango y que recientemente ha sido galardonado con el Leopardo de Oro en la Sección Cineastas del Presente del Festival de Cine de Locarno, en Suiza, quedé intrigada y al mismo tiempo dubitativa. El cineasta, de 28 años, originario de Guanajuato pero residente en Tijuana, hablaba de etnoficción, realidad y manipulación en un discurso acentuadamente sociológico con el que confesaba que su principal interés no estaba, por paradójico que pudiera sonar, en el cine sino en la búsqueda de un método mediante el cual, a pesar de la manipulación del director y la inserción de la mentira, la realidad desbordara el control de un actor, un productor, un fotógrafo o incluso un director, donde cada uno de ellos o todos a la vez se vieran sorprendidos por el devenir de la realidad inevitable.

Al ver el largometraje, sus palabras finalmente cobraron sentido.
Silva parece estar menos consciente que sus críticos de los alcances de un método de filmación éticamente dudoso, pues Navajazo —con una apariencia de documental y una manufactura que más que a la ficción se asemeja a las prácticas de improvisación teatrales o a la estructura de caos parcialmente controlado de reality show— dibuja a partir de inmersiones anónimas, escenarios cargados con una socialización funcional en un contexto de drogas, una sexualidad que sirve como moneda de cambio en una sociedad hastiada y crisis ideológicas, económicas y morales que han emergido del fondo al frente como una constante en la definición de jóvenes tijuanenses en busca de una identidad propia. Un pedazo de realidad alcanza a asomar entre las imágenes.

¿Qué motivó tu interés en el cine?
Muy pronto me di cuenta que me gustaba el video. Hice un cortometraje y gracias a eso cuando terminé la preparatoria me gané una beca para estudiar cine en el DF, pero la perdí a los dos años. Entonces regresé y estudié Sociología, en Tijuana. Como tengo dislexia —y me cuesta mucho trabajo expresarme por escrito—, llegó un punto en que hablé con mi coordinador y le propuse hacer ensayos en video. Desde ese momento me la pasaba en la calle grabando en la época en que había una violencia muy grande en Tijuana, por ahí del 2006 y 2007. Empecé a trabajar en una cadena de televisión en la sección de la nota roja, y puedo decir que gracias a eso mis compañeros y yo empezamos a desarrollar una buena relación con la gente de zonas marginales. A mí me llamaba la atención en parte porque uno de mis hermanos  (yo soy el menor de nueve) era dealer en una de estas zonas y desgraciadamente falleció hace dos años, producto precisamente del contexto de cárteles y violencia. Por la misma razón, la nota roja en Tijuana empezó a convertirse en un trabajo muy peligroso. Ya no podías investigar quién era el muerto o los implicados. Así que empezamos a inventar historias sobre esos muertos. Fue, lo reconozco, un rompimiento con la ética. Más tarde empecé a hacer programas con Laura Bozzo y creábamos historias haciendo casting y toda la cosa. A partir de esto hace cuatro años empecé a trabajar en un formato que llamo etnoficción, tratando de cuestionar la ética del documental, o la ética del mismo director, imaginando cómo una mentira puede convertirse en algo tan real. Empecé con una serie de clips donde ponía a prueba la realidad.

¿Te refieres a que contrataste actores?
Metí actores dentro de los espacios reales y simulamos la compra de droga en los lugares donde sabemos que se llevan a cabo compras reales. A veces no pasaba nada, otras había variaciones por la presencia de sujetos reales que estaban fuera de mi control. Yo podía generar un conflicto y luego no saber cómo se resolvería. El final no me correspondía. Enviaba al actor con una especie de argumento, muy general, pero después enviaba a alguien más con uno diferente, así que realmente nadie sabía lo que estaba pasando. 

¿Qué buscas tú con la etnoficción?
La realidad dentro del video. Eso es lo que Navajazo no logró hacer. Yo tenía la intención de hacer algo que metodológicamente tuviera un mayor valor, que es lo que ha llamado la atención de la gente, pero dentro del proyecto personal no logra evidenciar lo real, una imagen tan espontánea que no sea generada por la cámara a pesar de estar ella ahí, sino que ocurriera aunque no estuviéramos nosotros como elementos participantes. Éste no es un cine de denuncia,  es sólo un momento de sobrevivencia y, a nivel personal, un método para discutir. Si algún día lo logro quizás comience a hacer películas un poco más convencionales y mejores.

 

BiografÍa

Nació en Valle de Santiago, Guanajuato, reside desde niño en Tijuana. Estudió cine la Escuela de Estudios Audiovisuales Centro, en la Ciudad de México. En Tijuana cursó la licenciatura de Sociología al mismo tiempo que laboraba como reportero en una televisora local, donde su trabajo en video captando estampas de las zonas marginales de aquella ciudad fronteriza le permitió no sólo concluir sus estudios sino comenzar a trabajar en su primer largometraje, Navajazo, con el que busca proponer un método de acercamiento a la realidad.

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