Pancho Villa en su casa

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Pablo de Tarso nació en Asia Menor, en la región de Cilicia, en lo que actualmente es Turquía. Fue un mercenario que, después de una célebre visión en el Camino a Damasco, se convirtió de verdugo de cristianos, al cristianismo. Uno de los primeros mártires, en cuyo sacrificio estuvo involucrado, fue San Esteban. En los textos bíblicos se atribuye el suceso a que se encontró con la figura de Jesús (oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer… Hechos), y después del evento lo dice en alguna parte la historia, fue el primer evangelizador, y el más grande de los Apóstoles. Realizó múltiples viajes y escribió impecables epístolas, incluidas en el Nuevo Testamento.

En la última de sus travesías, después de algunas complicaciones y encarcelamientos, fue capturado en definitiva durante las persecuciones de Nerón, en el año 67; el dato escalofriante de su muerte lo ofrece Enrique Simonet, en su cuadro “La decapitación de San Pablo”. No menos funesta resulta la historia de Pancho Villa, lo pienso justo frente a su mascarilla mortuoria (que sacó Alfonso Herrera en yeso), la mañana del 19 de marzo, en su casa (vuelta museo), donde vivió con su “legítima” esposa Luz Corral, en la ciudad de Chihuahua actualmente resguardada por la Secretaría de la Defensa Nacional, y a cuyos semejantes Villa combatió en las primeras décadas del siglo pasado. Por órdenes de Álvaro Obregón, fue emboscado y acribillado (¿con 17 balazos?), a la entrada de su hacienda de Parral, el 20 de julio de 1923. Su corazonada, en todo caso, se tornó realidad: “Este Parral, hasta para morir me gusta”. Quinta Luz El sol que ilumina el patio central y su fuente, no alcanza a alumbrar la recámara donde durmió alguna vez Villa, al lado de Luz Corral, pero se mantiene intacta, como la señora la abandonó hace algunos años, antes de morir, en 1981.

La casa que ocupara el general y su esposa, cuando fue nombrado gobernador del estado, ahora luce espléndida, pero me indica mi mujer (quien estudió en la universidad aquí y tuvo la oportunidad de conocer a doña Luz), por mucho tiempo fue “una pocilga”. Deana apunta con su índice la foto de Luz Corral. Y no logro imaginar sus “piernas inflamadas hasta el punto de casi reventar”, algo que ya no le permitía ningún movimiento. Se me ocurre, entonces, imaginar el enorme cuerpo de Villa sobre las carnes de Luz. Y el rechinar de la cama a la hora del instante amatorio. Villa fue un mil amores, se reconocen a veinticinco de sus mujeres y eso bastaría a muchos para considerarlo un héroe, pero hay mucho más en este personaje. Fue un estratega nato y ese don surgió de las enseñanzas de los bandidos, como él mismo lo fue en un inicio.

Su vida, sus épicas batallas y sus ocurrencias inspiraron no únicamente a escritores, cineastas y redactores de guiones para radionovelas, de sus hazañas surgió la invisible vida (pero real al oído) de Porfirio Cadena, el Ojo de vidrio, y atrajo a John Reed a la frontera, y en enero de 1914 a diversos periódicos americanos para seguir in situ sus batallas; la compañía Mutual Films Corporation solicitó la exclusividad de sus imágenes en la lucha bajo un cincuenta por ciento de utilidades. En alguna de las secuencias se puede mirar a Pancho Villa disparando una ametralladora. Su imagen y su personalidad fueron y siguen siendo singulares. Sus movimientos militares estudiados. Se han escrito infinidad de páginas sobre su vida, pero lo interesante es, sobre todo, que Villa supo responder adecuadamente a la construcción de su personaje. Lefio y con oficios deleznables el abigeato y la transgresión fue su modus vivendi casi toda su existencia, su vida encontró un espacio en la historia de nuestro país y su figura y batallas son admiradas, al grado de que en la ciudad de Chihuahua se erigen dos efigies en las avenidas y plazas públicas. Y se le trata como un verdadero héroe. Su final es claro, y su grandeza también en la épica nacional.

De rostro singular y buen vestir se muestra a cada paso por la que fue su casa. Hay algunas fotografías que siempre recuerdo de Pancho Villa, y están aquí, en las paredes de la Quinta Luz. Villa en la silla presidencial con Zapata. Villa cabalgando la Siete Leguas por un camino como un real Centauro, con un fondo de Dorados atrás de él. Villa en la escalerilla de un tren, y que lo lleva a la cárcel de México. Villa con un suéter de cuello de tortuga bañado en lágrimas por la muerte de Madero. Villa acribillado en su Ford T y depuesto en una cama de barrotes. Villa en un cartel de “Se Busca”. Villa en su tumba profanada y sin cabeza… Doroteo Arango se hizo pasar por “Pancho Villa”, un ladrón que lo alimentó y fue su maestro en su natal Durango. Él, que nunca perdió la cabeza en las batallas ni en sus correrías amorosas, fue decapitado en 1926, quizás por eso la analogía con Pablo de Tarso recordada frente a la máscara mortuoria del General.

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