Pablo Berger

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Pablo Berger, más que un director, se define como un cuentista, o mejor aún: “un hipnotizador de espectadores”. Vasco de nacimiento, a sus 49 años sigue viviendo en un departamento alquilado de 70 metros cuadrados en el centro de Madrid, y dice no tener “vocación de ser un director de culto”, sino más bien que afronta cada película como si fuera la última. Su nueva cinta, Blancanieves, recibió este año 10 premios Goya, entre los cuales destaca el de mejor película: “Yo quería grabar un filme de ‘Hollywood ibérico’: una producción grande con valores españoles”, mismos que se reflejan en la temática taurina y en el acompañamiento musical flamenco. Un película muda, en blanco y negro, que más que basarse en la clásica fábula de los hermanos Grimm, es un “cuento de cuentos”, como los que cada día reinventa —en un juego que define como su “gimnasio mental”—,  para contárselos a su hija de nueve años, a quien Blancanieves está dedicada e inspirada.

 

Abierto
Hay dos periodos del cine que me fascinan: los años 20 y los 70. Y en este último había muchos finales abiertos. Las películas nunca las acaba el director, las acaba el espectador, pero incluso me gusta más que las películas no se acaben, me gusta que se queden en la memoria y en el imaginario del público. Me encanta que la película viaje con el espectador y que cuando se enciendan las luces, éste hable de la película y la comente con otras personas, y que difieran. Por esto Blancanieves es una película que tiene un final abierto, un final sorpresa…

 

Silente
La primera vez que vi una película muda proyectada fue Avaricia, de Erich von Stroheim, con una orquesta en vivo. Tenía 18 años: fue una experiencia mística, que jamás olvidaré. Había esa mezcla entre ver en la pantalla una obra maestra, la música en vivo, un teatro con dos mil personas, que se convirtió en una experiencia catártica. A partir de ese momento me obsesioné con el cine mudo, es una de mis debilidades, porque me provoca emociones: es tan abstracto que a veces entro en trance, me siento hipnotizado. Se me hacía una sensación tan bonita que quise compartirla, y así nació la idea de hacer Blancanieves.

 

La renuncia
Los guionistas y directores cuando escribimos una película, la estamos viendo y soñando. Para mí la película ya está hecha cuando escribo el guión, pero luego hay que hacerla realidad. Y en el proceso de hacerla está la renuncia, pero no me parece algo negativo: la vida es una renuncia. Lo que hay que tener es una actitud positiva. Entonces un director se mide por cómo se enfrenta a los problemas, no cuando las cosas van bien.

 

“De culto”
Yo escribo para mí. Soy espectador antes que director. Mi primer corto ganó muchos premios y es un corto de culto, y también mi primera película, Torremolinos 73, lo es de alguna forma. Pero mis películas están muy espaciadas y mi vocación es de llegar al gran público, por eso no creo en la distinción de “cine de autor” y “cine comercial”, ni creo que éste tiene que ser despectivo, ni creo que aquello significa que sea necesariamente una gran película. Creo en el cine, y para mí el cine es llegar al mayor número de espectadores, sea como sea.

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