Ofrezco este retablito

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Los globos sueltos para que floten hacia el cielo, listones de colores amarrados cerca de algún altar, veladoras, trenzas de cabello natural, milagritos de metal con forma de pierna, brazo, corazón, la foto del ser amado, la receta médica prendida de la bastilla del vestido del santo… muchas son las manifestaciones en la tradición católica para, de manera pública y patente, pedir o agradecer favores a la divinidad, sus santos y advocaciones.
Desde que la fotocopia y la fotografía se volvieron accesibles y baratas, una de esas ofrendas cayó en desuso, y casi se ha extinguido: el exvoto. Del latín Ex voto sucepto (“por el favor recibido”), se trata particularmente de pequeños retablos pintados sobre lámina o madera, en los que se ilustra el problema solucionado, la cuita resuelta, la gracia concedida, el accidente salvado, la enfermedad superada gracias a la intercesión divina, junto a un breve texto que narra el milagro.
Fue una práctica en boga durante el siglo XIX y la mayor parte del XX, hasta los años 70 u 80, en los que otros medios de reproducción menos simbólicos, pero igualmente efectivos, sustituyeron los monos pintados a mano en colores brillantes y la caligrafía retorcida de los retableros.
En Favores insólitos. Exvoto contemporáneo, el Museo Nacional de Culturas Populares muestra 180 piezas de entre 2009 y 2012 que remedan el estilo de antaño, y hasta el deterioro y el paso del tiempo, pero con temas e historias ficticias, trasgresores y críticos de la tradición y la moral católica.
“Doy gracias a la virgencita de Zapopan por haberme ayudado a encontrar un trabajo en Guadalajara como Teibolera y gracias a mi cuerpo el dueño del club se enamoró de mí y ahora soy la gerente del teibol dance”, dice uno de los muchos exvotos agrupados bajo el tema “Prostitución, cabaret y table dance”, una de las paredes más extensas y de las que más risas ahogadas saca a los asistentes.
“Virgen de Guadalupe, gracias por quitarme la maña del masoquismo que tenía yo, ya que le decía a mi pareja que me pegara el trasero con un cinturón ya que sólo así me sentía satisfecho”, dice otro en el que “La Morenita” mira con piedad la escena de placer y sangre en el extremo de la habitación dedicada a la “Diversidad sexual”.
El morbo es más explícito y evidente en estas secciones, en las que “Superhéroes”, “Ídolos del ring” y “Circo, maroma y teatro”, y otros apartados que también hacen torcer sonrisas, aunque con un humor menos mordaz. Además de estos, otros ocho temas extienden la variedad a tópicos como “Alucinaciones y aparecidos”, “Rituales y hechicería”, “Problemas con la suegra”, “Infidelidad”, “Amor y desamor” y “Tradicional ficticio”, este último el que más se asemeja a los exvotos auténticos, tanto, que un visitante distraído puede perfectamente creerlos auténticos.
El arraigo cultural implícito es tal que ni la advertencia clara de que son apócrifos evita la sensación de encontrarse ante una plegaria, y esta confusión de lo sagrado, lo profano y lo blasfemo es lo que produce las risitas soslayadas y el prurito de pudor que invade al espectador a lo largo de la sala.
Sin embargo, la intención de los retablos no es para nada sacra. No aspiran a adornar el interior de ninguna iglesia y sus motivos son más parodias que paráfrasis de los exvotos tradicionales que les sirven, en última instancia, de modelo.
Escándalo o no, morbo o no, el verdadero objetivo de la muestra es reunir a una serie de pintores que se han dedicado a rescatar la estética de los exvotos populares como una forma más de la cultura plástica mexicana, más allá de su función sacra: Gonzalo Hernández, Medora García, Viridiana Canseco, Guadalupe Velázquez, Flor Palomares, David Mecalco, Graciela Galindo, José Luis Hernández, Enrique Ávila, Rogelio Peña, Rafael Contreras, Guadalupe Velázquez, Flor Palomares y Gonzalo Palacios.

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