Leer ciencia

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Cuando se habla de ciencia, la gente piensa que es algo inamovible, seguro y definitivo, y pierde de vista los constantes cambios que sufren los descubrimientos y los conceptos científicos. Se olvida que el cambio es la constante, que la ciencia genera conocimiento comprobable y que cuando deja de serlo hay que modificar los conceptos. Porque finalmente la ciencia es una manera de interpretar al mundo, dice mi definición favorita, y el mundo es en esencia cambiante.

Cuando en la actividad científica se llega a una conclusión, ésta continúa discutiéndose, comprobándose, y a veces alcanza una refutación. De ahí el interés que existe en las publicaciones científicas, que viene a cuento por la exhortación del premio Nobel de medicina, el biólogo estadunidense Randy W. Shekman, quien aprovechó la tribuna de su designación para criticar ásperamente el desmedido interés que tiene todo investigador por la publicación de los resultados de su trabajo en las conocidas revistas que encabezan el grupo de publicaciones científicas: Science, Nature, Cell, en las que, afirmó, no publicará nunca más, según consignó una reciente nota del periódico británico The Guardian.

Esto ha levantado una polémica en el mundo académico, a la que no podemos ser ajenos, porque este científico habla de que esas publicaciones imponen una presión a los investigadores para que se concentren en los temas de “moda”, en vez de referirse a temas que tendrían verdadera relevancia en sus campos de investigación.

Además, Schekman, investigador de la Universidad de California, hace un señalamiento pertinente: que los editores y directores de esas revistas no son científicos y por tanto, se guían únicamente por criterios editoriales sensacionalistas o de audiencia al momento de publicar los estudios elegidos.

“La ciencia debe romper la tiranía de las revistas de lujo”, afirmó el científico de referencia, quien admitió que ha “publicado en las grandes marcas, incluidos los estudios que me valieron un premio Nobel. Pero ya no”.

Acusó a las revistas científicas más importantes de estar demasiado pendientes del impacto que tienen en internet sus artículos, así como el número de comentarios que generan, lo que también podría distorsionar su criterio editorial.

“Al igual que los diseñadores de moda que crean bolsos de edición limitada, las revistas saben que la escasez de publicaciones alimenta la demanda, por lo que reducen artificialmente el número de trabajos que aceptan”, denunció Schekman, que es el editor de eLIFE , una revista en línea donde los artículos presentados son discutidos por científicos y que publica en abierto los estudios.

Fuertes palabras de un galardonado que alcanza a todos aquellos lectores que frecuentan las páginas de las revistas citadas y quienes creen saber lo más relevante de la actualidad científica.

Representantes de Nature, Cience y Cell se defendieron, tras asegurar que llevan décadas (Nature la fundaron hace 140 años) apoyando a autores y científicos en la difusión de sus trabajos, lo que contribuye a incrementar el valor de los mismos y a atraer la atención de la sociedad sobre la ciencia. Además, recalcan que son medios de comunicación sometidos a costos que tienen que cubrir, por lo que deben tomar decisiones que afectan a su continuidad.

La alternativa a las carísimas revistas comerciales es el llamado “open access” (acceso libre): revistas que pueden ser leídas gratuitamente en internet —aunque cobran a los autores por publicar en éstas— y que en muchos casos (el más famoso es el de las revistas del proyecto PLoS, Public Library of Science) publican todos los artículos que reciben, siempre y cuando sean investigaciones bien hechas, es decir, no eligen “la mejor” ciencia (ni la más vistosa).

La propuesta de Shekman de abandonar estas publicaciones es tan revolucionaria como la investigación de años que les valió el Nobel, que compartió con James Rothman, de la Universidad de Yale, y el doctor Thomas Sudhof, de la Universidad de Stanford.

El trabajo distinguido con el galardón explica cómo las enzimas, hormonas y demás materiales clave son transportados a través de vesículas dentro de las células, un proceso conocido como “tráfico de vesículas”. Este sistema de control de tráfico asegura que las moléculas sean entregadas en el lugar adecuado en el momento adecuado, regulando las actividades celulares.

Los defectos en este sistema pueden ocasionar enfermedades neurológicas, diabetes y desórdenes que afectan al sistema inmunológico.

En 1970, Shekman descubrió los genes necesarios para el transporte vesicular. En las décadas de los 80 y 90, Rotham reveló cómo estas vesículas llevaban su carga al lugar adecuado.

También en los años 90, Sudhof identificó el mecanismo que controla cuándo las vesículas liberan mensajeros químicos de una neurona, lo que les permite comunicarse con otras.
Además de contribuir a la investigación de prácticamente todas las enfermedades neurológicas, los hallazgos han ayudado a diagnosticar una forma de epilepsia severa y enfermedades de inmunodeficiencia en los niños. En un futuro los científicos esperan que su labor conduzca a medicamentos efectivos contra tipos comunes de epilepsia, diabetes y otras deficiencias metabólicas.

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