Hambre de desperdicio

1168

Las recientes estadísticas sobre el desperdicio de alimentos en el ámbito global que publicó la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el pasado 24 de octubre, arrojan que el 30 por ciento de la producción mundial de alimentos nunca llega a la etapa del consumo humano.

Ello coloca nuevamente en la opinión pública internacional la discusión sobre uno de los problemas sanitarios, económicos y ecológicos más complejos en el mundo, y en la que, de acuerdo al informe “La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos naturales” que dio a conocer el mismo organismo el 11 de septiembre de 2013, existen 870 millones de personas en situación de hambre en el planeta, mientras mil 300 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año.

En este proceso de desperdicio sistemático, México no se queda atrás. De acuerdo a datos ofrecidos por la Cruzada Nacional Contra el Hambre 2013, se desperdicia el 37 por ciento de la producción agropecuaria del país —porcentaje superior a la media mundial—, incluyendo los cárnicos, uno de los desechos menos usuales a nivel global.

La investigación realizada en 2014 por la National Geographic Society, “El futuro de la comida”, con estudios centrados en Latinoamérica, reveló que en el caso mexicano las pérdidas económicas por desperdicio alimentario ascienden a mil 200 millones de pesos anuales.

La explicación podría encontrarse en los fallidos procesos de distribución y comercialización, así como en la presencia de monopolios en diversos sectores, que provocan la pérdida de plantíos enteros, “porque los mercados cercanos se saturan, y el precio debe bajar hasta niveles en que no es costeable cosecharlos, como sucede con las plantaciones de mango en la costa. Si hubiera una red de distribución que permitiera llevar estos productos a lugares más lejanos, podría venderse a buen precio”, explica Julián González González, ingeniero agroindustrial egresado de la Universidad de Guadalajara.

“Pasa lo mismo en los Altos con los productos lácteos. La zona está saturada, así que muchos productores tienen problemas para acomodar sus productos, además de que en este sector hay monopolios que controlan la distribución”.

De acuerdo a la FAO, el 54 por ciento del desperdicio mundial ocurre en las etapas primarias de producción y recolección, mientras que el 46 por ciento restante sobreviene en las fases de procesamiento, comercialización y consumo final en restaurantes, mercados, supermercados y hogares.

Si bien en los países desarrollados el excedente proviene principalmente de las etapas finales, en los países en vías de desarrollo es en las etapas iniciales, relacionadas directamente con el campo. Sin embargo, nuestro país registra año con año un aumento de excedentes procedentes de etapas más avanzadas, lo que resulta, además de costoso, altamente contaminante, pues cuanto más procesado se desperdicia un producto, el impacto ambiental es mayor, porque implica pérdidas alimentarias, energéticas —empleadas durante su procesamiento— y materiales, en el caso de productos envasados o enlatados.

El informe de la organización advierte también que los alimentos que no llegan a utilizarse, consumen un volumen de agua de más de 8 mil metros cúbicos, además de añadir 3 mil 300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera del planeta.

La propuesta para reducir el desperdicio consiste en tres recomendaciones que las políticas internacionales deben considerar: priorizar los esfuerzos para no desperdiciar comestibles; en caso de excedentes, articular mecanismos para reutilizar productos, derivarlos a mercados secundarios o donarlos; y en última instancia, activar una red de reciclaje y de recuperación de energía a través de procesos de incineración.

Ante la ausencia de campañas gubernamentales de aprovechamiento de alimentos y los bajos índices de reciclaje en nuestro país, que alcanzan apenas el 11 por ciento del total de residuos generados —según datos ofrecidos en 2014 por el Instituto Nacional de Recicladores (Inare)—, los esfuerzos para reducir el desperdicio alimentario se centran en la reutilización y la donación, a través de bancos de alimentos o fundaciones encargadas de vincular sectores del mercado con consumidores, aunque incluso en este campo “todavía tenemos muchas tareas pendientes por hacer”, afirma Marién Aubert, directora de vinculación del colectivo Food Founding.

Save the food
La Asociación de Bancos de Alimentos de México, que agrupa a más de 60 bancos, es un ejemplo de los esfuerzos a seguir en América Latina para evitar el desperdicio de alimentos, afirma la FAO en un informe presentado en julio de este año sobre la situación de pérdida de alimentos que persisten en la región, como parte de su iniciativa global Save the food (Salvar la comida).

Uno de los miembros de esta asociación es el Banco Diocesano de Alimentos (BDA) de Guadalajara, que opera en el estado de Jalisco desde hace más de 20 años, el cual surgió con el objetivo de ser un puente entre los mercados y las empresas que desechan alimento en buen estado, y personas de bajos recursos que lo necesitan.

El BDA recauda aproximadamente 16 mil toneladas de alimentos al año, en su mayoría frutas y verduras desechadas por su aspecto físico, pero que son aptas para consumo humano.
Dicha cantidad de alimentos es distribuida en forma de despensas a personas de bajos recursos que se organizan en sus colonias para adquirir los alimentos a cambio de una cuota de recuperación, que puede variar de acuerdo al contenido de la despensa, pero que no sobrepasa los 100 pesos.

Adriana Torres Villa, habitante de la comunidad de Toluquilla en Tlaquepaque, desde hace casi un año compra al Banco de Alimentos una despensa cada 15 días, que le sirve para dar de comer a cuatro hijos.

“En ningún otro lado nos dan todo esto por cien pesos”, dijo la mujer que lleva a su casa una cubeta con plátano, chayote y jícama, así como una bolsa  rotulada con el logotipo del gobierno del estado de Jalisco (que apoya también el programa), donde lleva frijol, soya y lenteja, entre otros productos básicos.

Lo recaudado de las despensas es utilizado para el funcionamiento del mismo banco, dijo José Neftalí Martínez, encargado de la imagen institucional de la organización, como también para la compra de frijol, arroz o algún otro producto que adquieren de vez en cuando para complementar las despensas.

De acuerdo con Martínez, casi la mitad de los alimentos recaudados provienen del Mercado de Abastos de Guadalajara, que los apoya desde el primer día de trabajo del banco.

El BDA brinda alimentos a 142 mil personas al año, en más de 230 comunidades. En los 23 años de existencia del banco, éste ha colectado más de 200 mil toneladas de alimentos.
“Sin todo este esfuerzo, además de que no hubiera ocurrido la ayuda social, eso se hubiera convertido en basura, con los costos que eso representa, como el proceso de desecharla, las plagas que genera y el impacto ambiental”.

De acuerdo con el informe de la FAO, la Asociación de Bancos de México recaudó durante el año pasado más de 56 mil millones de toneladas de alimentos.

Artículo anterior“Un buen muchacho”
Artículo siguienteResultados Programa Especial de Promoción 2014