A ocho décadas del estallido de la segunda conflagración mundial

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El pasado 1º de septiembre se conmemoraron ocho décadas del estallido del más letal de los conflictos armados en la historia de la humanidad: la Segunda Guerra mundial (1939-1945); misma que es definida como “guerra total” porque la tasa de defunción de la población civil superó a la de los combatientes propiamente dichos. Así, se estima que 65 por ciento de los cerca de 60 millones de muertos y desaparecidos que arrojó dicho conflicto armado fueron no combatientes.

Esto se explica, en gran medida, por dos factores: 1. el desarrollo del poder aéreo y 2. el genocidio.

La Guerra Civil española (1936-1939) es considerada el laboratorio de prueba de la Segunda Guerra mundial, puesto que durante la misma se ensayaron estrategias, operaciones, sistemas de armas (medios) y tácticas que, posteriormente, se utilizarían masivamente tanto en el teatro de operaciones europeo como del Pacífico.

El bombardeo de Guernica —inmortalizado por Pablo Picasso— da inicio a emplear éste como estrategia operacional de la fuerza aérea, es decir, el ataque desde el aire sobre bienes civiles con la finalidad de debilitar la voluntad de resistencia del enemigo. Lo que comenzó como una iniciativa de la Luftwaffe alemana en apoyo a Francisco Franco en España y como componente de la blitzkrieg, o guerra relámpago de la Wehrmacht, pronto se extendió a los aliados, responsables —entre otros crímenes de guerra— de la destrucción de la abadía de Montecasino y del bombardeo de Tokio con bombas incendiarias (conviene recordar que la mayoría de las viviendas de la capital nipona de aquella época estaban construidas con madera y papel de arroz), a lo que hay que sumar el uso de armas de destrucción masiva en Hiroshima y Nagasaki.

En síntesis, a partir del desarrollo del poder aéreo desaparecen los santuarios y todo el territorio nacional se convierte en teatro de operaciones y, por tanto, en objetivo militar. Al mismo tiempo, el genocidio como crimen contra la humanidad de carácter imprescritible encuentra sus raíces en en el Holocausto o voluntad de exterminio del pueblo judío como política de Estado del Tercer Reich (1933-1945).

Cabe destacar que el término genocidio se debe el jurista judeo-polaco Rafael Lemkin (1900-1959), quien lo acuña en 1943, al combinar la palabra griega genos —entendida como raza, nación o tribu— con el sufijo latino cide —entendido como matar.

A los seis millones de judíos asesinados en los campos de concentración nazi, se suma el frente oriental en el que no se respetó límite alguno y se cometieron la mayor parte de las atrocidades de la guerra: 27 millones personas de la entonces Unión Soviética perecieron entre 1941 y 1945.

En este marco, destaca la obra de Primo Levi, como autor de la trilogía/testimonio de su experiencia en el complejo concentracionario (läger) Auschwitz-Birkenau-Monowitz, donde fue internado y marcado con el número 174 mil 517: Si esto es un hombre (1947), La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986).

La denominada “solución final del asunto judío”, es decir, el proceso de exterminio propiamente dicho, tuvo en Primo Levi un testigo de primer orden en el campo de concentración más letal del régimen nacionalsocialista (1933-1945), ya que se estima que de un millón trescientas mil personas que fueron enviadas a Auschwitz, un millón cien mil murieron allí. Resulta clave recordar que más del 90 por ciento de las personas que perdieron su vida en Auschwitz lo hicieron por el sólo hecho de nacer judíos.

De ahí la iniciativa de la Universidad de Guadalajara de crear, en el año 2011, la Cátedra Primo Levi, para mantener viva la memoria histórica y rendir homenaje a este escritor.

Finalmente, cabe señalar que las lecciones aprendidas de la Segunda Guerra mundial fueron canalizadas por la comunidad internacional y se plasmaron en los cuatro Convenios de Ginebra de 1949 y en la Convención para Prevenir y Sancionar el Delito de Genocidio de 1951, así como en la génesis del sistema de justicia penal internacional con los juicios de Nuremberg y Tokio de 1946.

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