Viaje alrededor de Lemebel

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Pedro Lemebel no da entrevistas por teléfono ni en persona. Después de un cáncer de laringe, su voz, que antes era delicada, ahora parece ser un  hilo auditivo tan fino como un susurro.
Se sabe que se refugia en su departamento del barrio de Bella Vista. También se sabe que su silueta se ha dibujado como una promesa para un sinfín de encuentros con medios de comunicación que ha dejado colgados. Sin embargo, nadie sabe cuándo dejará de ser una especie de fantasma sólido en Santiago. Todos hacen sus apuestas respecto al regreso victorioso de “La loca”. Un reportero de cultura de una revista de moda en Chile ha prometido obtener la exclusiva, otros más con temores internos, afirman que en unos meses más volverá con toda su personalidad y encanto: porque él no puede estar fuera de los reflectores, es un artista que vive de la fugacidad de sus vivencias, pero ¿qué es lo que lo hace tan especial, tan amado y tan importante en un país en donde hace unos años ser homosexual era una falta administrativa?
Mi editor me ha propuesto una entrevista con Lemebel. Lo que él no sabe es que ha negado todas, hasta La Tercera, uno de los diarios más importantes en Chile, obtuvo escasas letras del autor de Háblame de amores por medio de un correo electrónico redactado hace días. Sólo él contesta los correos, no hay intermediarios. Si te dice no, es no; y si te dice quizás, puedes esperar sentado.
Hace unos días Pedro se vio con toda su majestuosidad en tres eventos en la pasada edición de la Feria del Libro de Santiago. Vestido impecablemente de negro, con su ya famoso paliacate del mismo color, sus ojos caídos delineados perfectamente y con un caminar pausado, lo busqué para entrevistarlo. Fue imposible. Él no obedecía a nadie. Ni miraba. Su sola presencia congela el lugar. Todos saben quién es, pero él no se molesta en saber quiénes son. Se niega a entablar conversación.  
Hay un Pedro amable y otro agresivo. Un Pedro confiable y otro suspicaz como dice Óscar Contardo en su crónica “El corazón rabioso del hombre loca”. Y es que Lemebel es así. Nacido a las orillas de un basural, Pedro superó las estadísticas y se convirtió en todo lo que dentro de una dictadura se prohibía: dijo lo que pensaba y, aún peor, vivió como quería.
En 1982, Pedro ya había sido Lemebel: el extraño, la única, la incambiable, la niña, porque para Lemebel todas lo son, hasta las viejas, porque son eternas: “Hay algo bonito en eso, y es que pueden tener ochenta años y allí están con zapatos blancos en la Plaza de Armas a la pesca de algún gígolo de poca monta” y para los ochenta, él ya usaba tacones altos frente a Truman Capote en Harvard.
Sus primeros acercamientos a la literatura ocurrieron en un taller literario a comienzos de los ochenta, donde comenzó a escribir cuentos. También participó en algunos concursos menores, como el organizado por la Caja de Compensación Javiera Carrera, donde obtuvo un premio por su cuento “Porque el tiempo está cerca”, publicado en una antología de 1983. El autor tenía entonces 26 años y trabajaba como profesor de Artes Plásticas en dos liceos, de los cuales fue despedido ese mismo año, presumiblemente por su apariencia, ya que no hacía mucho esfuerzo por disimular su homosexualidad. Para Patricio Jara, cronista chileno –y representante del país andino en la FIL–, Lemebel es el prócer de la crónica en Chile. Su prosa deprimente pareció acompañar a un grupo de chilenos que no disfrutaban del éxito económico, que se decepcionaron de la democracia. Tanto es así, que Monsiváis lo definió como un escritor entre un estilo barroco y marginal con un tono de provocación y resentimiento.
No se sabe exactamente cuándo fue que Pedro Mardones Lemebel conoció al poeta y artista Francisco Casas. Ni tampoco se tiene claro de dónde surgió el nombre del conjunto que formarían a finales de los años ochenta.  El debut de “Las Yeguas del Apocalipsis” fue la tarde del sábado 22 de noviembre de 1988 durante la entrega de un premio al poeta Raúl Zurita en La Chascona, casa de Neruda en el Barrio Bellavista.  Las “Yeguas” pronto se transformarían en un mito, uno que murió a las veinte presentaciones. Un mito que estremecía a la parte más conservadora de Chile y un mito finalmente, que marcó la libertad de expresión en una sociedad reprimida ideológicamente.
Ha pasado más de una semana desde que le envié un cuestionario. No hubo respuesta. Y quizá no la haya. Pedro no escribe gratis a extraños, él mismo me lo hizo saber. Y es que Lemebel es el protagonista de la historia chilena del último siglo; su contribución es una voz llena de memoria. Le interesa lo que pasa en la plaza pública, las manifestaciones, las consignas, todas las voces.
Uno puede goglear su nombre, ver lo primero que aparece ahí, abrir Wikipedia y leer de su vida, de su pasado, de su presente. De lo que no le gusta hablar y del éxito en sus eventos. Pero Pedro no procede así. Su genialidad es descartada por su apariencia infantil, femenina, brusca y radical, él o ella, la loca o el loco son invocaciones a un ser; sin embargo, la realidad de su prosa va más allá. Ya no es sólo un personaje, es el Personaje.

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