Tragedia bajo cuatro llantas

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Lupita o Guadalupe Ortiz Mariscal, ha olvidado sonreír. Los recuerdos de su hija la mantienen en un punto de quiebre. Desde la sala de su casa, en Ameca, Jalisco, un poblado donde el canto de los pájaros y el ladrido de los perros se escucha nítidamente, cuenta su historia: “Nací en la Ciudad de México, pero desde niña vine a Ameca, con mis familiares. Ellos me ayudaron con el problema de la polio. Conocí a mi marido en la secundaria para adultos. Nos casamos y tuve a mi niña”.
El nombre de su única hija, Liliana del Refugio Díaz Ortiz, desciende a la punta de su lengua con gran dificultad. Sabe a dolor incontenible. Mira al techo para que las lágrimas regresen a la cavidad de donde brotaron.
“Lili era una niña muy linda, muy sociable. Todo el mundo me decía que la tenía bien educada, porque era muy amable con toda la gente. Era una niña hermosa. Y yo sólo la tuve a ella por la dificultad de mis piernas”.
La señora Lupita camina con muletas. La poliomielitis le obliga a atar sus piernas a unos fierros. Con dificultad va y busca las fotografías donde aparece su hija. El álbum familiar recopila imágenes de una niña pequeña y sonriente, con vestido ampón. Una niña de 10 años de cabello rizado que sonríe al estar abrazada de su papá. Una joven de facciones delgadas que se prepara para bailar en el festival de la secundaria.
La señora Lupita sostiene las fotografías, mientras se le amontonan los recuerdos. “Lili tenía 13 años y muchos amigos. Su cumpleaños era el 27 de febrero e iba a la secundaria José María Morelos y Pavón, donde tenía beca. Era entusiasta, le gustaba el estudio. Ella quería ser arquitecta. Ir a estudiar a la Ciudad de México o irse a Estados Unidos. No era una niña loquita, sino muy hogareña: siempre estaba conmigo”.
El 12 de diciembre de 2009, Lili pidió permiso a su mamá para ir al cumpleaños de una amiga: Dulce Guadalupe. Prometió regresar a su hogar más tardar a las 8:30 de la noche. Pero Lili nunca regresó. 
El caso de Iris
Eliseo Mora Silva es agrónomo y originario de Ameca. Él era papá de Iris Amecalt Mora Meza, una joven de 14 años, que tampoco regresó a su casa ese trágico 12 de diciembre de 2009.
El dolor que sufre Eliseo le impide respirar por momentos. El sufrimiento le viene de los recuerdos de ese día: “Esa vez me preparaba para ir a jugar futbol. Yo tengo canas en las cejas, y le dije: ven hija, sácame las canas. Me dijo: no papi, a mí se me hace difícil, mejor que te ayude mi mamá. Esas fueron mis últimas palabras con ella. Me fui a jugar futbol y estando en casa de un amigo del equipo, llegó un vecino diciendo que Iris había sufrido un accidente. Ahí sentí que me fui a un pozo profundo”.
Iris era la hermana más pequeña de sus seis hermanos, quienes al igual que ella, preparaban su fiesta de 15 años.
“Mi niña, sin agraviar a nadie, era la más hermosa del  mundo. Iba a cumplir 15 años, cuando pasó esa tragedia. Todo el mundo la amaba, todo el mundo la quería. Sus amigos siempre la seguían mucho, por su amoroso carácter”, cuenta su papá Eliseo, en palabras cortadas por la falta de felicidad.
“A Iris lo que más le gustaba era comer, especialmente el pozole que preparaba su mamá. La escuela no era su fuerte. Era reburra, pero le gustaban todas las materias. Era burrita, pero no reprobaba. Ella quería ser maestra, como su hermano más grande, que es maestro y a ella le gustaba cómo daba las clases”.
Sus hermanos, su mamá y su padre guardan las fotografías que imprimen la sonrisa sincera de una joven rodeada de amigos, de Iris que muestra en cada gesto su entusiasmo por la vida.

El 12 de diciembre de 2009
Era un 12 de diciembre de 2009, la noche que Iris, Lili y Lupita (Dulce Guadalupe Santillán Rivera), debían regresar a sus casas a más tardar a las 8:30. Ellas por la tarde habían festejado el cumpleaños de Lupita, quien como regalo recibió una motocicleta Honda. Las jóvenes aprovecharon el obsequio y subieron a la moto para transportarse a sus hogares. Pero al ir avanzando por el kilómetro 23 de la carretera San Martín Hidalgo-Ameca, también transitaba Rodolfo Márquez en una camioneta Chevrolet Cheyenne a toda velocidad y en estado de ebriedad.
Rodolfo las golpeó con su automóvil y los cuerpos de las jóvenes volaron 16 metros. Ahí perdieron la vida. Rodolfo siguió su maniático curso hasta quedar varado en una gasolinera, donde fue detenido por los lugareños.
La gente de Ameca y de San Martín Hidalgo se enteró de la tragedia y llegaron los días de luto colectivo. Los periódicos locales mostraron imágenes de las carrozas funerarias seguidas por cientos de personas que tomaron las calles del pueblo.
Rodolfo, en la cárcel despertó preguntando si había matado a una vaca. El Ministerio Público de Ameca lo consignó con dos agravantes: exceso de velocidad y alcoholemia, ya que llevaba 228 miligramos de alcohol por 100 mililitros de sangre. Estas dos agravantes no le permitían salir de la cárcel hasta cumplir una condena que dictaminaría el juez.  
Pero la justicia no llegó en ese momento. La juez de Ameca, Adriana Yáñez, desestimó la agravante de la velocidad y le fijó fianza, alegando que los expertos en ciencias forenses habían dictaminado que no rebasada los 70 kilómetros. Pero el mismo Rodolfo confesó que iba a más de 80 kilómetros; los testigos aseguraron que superaba los 100, y que además conducía sin luces y que llevaba más que alcohol en sus venas.
Rodolfo, antes del novenario, salió libre. No pagó indemnización, ni gastos funerarios a los familiares. Ingresó una fianza de 601 mil pesos. Los padres de las jóvenes aseguran que parte de ese dinero se lo quedó la jueza, quien no continuó con el caso, porque conocía al abogado que defendía a Rodolfo y además se cambio de juzgado.
El conductor estuvo dos años libre y fue reaprehendido el 20 de abril de 2011, porque el Ministerio Público en Guadalajara retomó su caso.
El juez del juzgado tercero de lo penal, Mario Hernández, dictará sentencia a Rodolfo antes del 14 de diciembre de 2012. El juez analizará los argumentos de los defensores del conductor y las exigencias del Ministerio Público, que pide indemnizar a las familias, además de tres a 10 años de cárcel para el conductor. Los padres de las jóvenes fallecidas sólo esperan que no salga pronto.

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