Arte en piel: me dedico al oficio desde hace 15 años. Aprendí en la calle. Ya ves, la calle es la universidad, la escuela superior. Aprendí con algunos compas que me pasaron tips. Les copié ideas, y como viajé y anduve con los indios del norte, agarré conceptos de aquí y de allá.
Sin par: a la gente le gustan los zapatos, sobre todo porque están cómodos; otros, porque son originales, artesanales. No son zapatos fashion, comerciales. Estos tienen más ingenio, creatividad y arte. Eso es lo que les gusta, además de que son durables, prácticos y accesibles en precio.
El costo: los más económicos cuestan 150 pesos, pero hago botas en piel de 800 o mil pesos, más sofisticadas, con dibujos pirograbados o con pieles más finas. Tengo un catálogo con más de 30 modelos y la gente escoge el que le gusta. Si le echas ganas y tienes buen surtido, te va bien.
Clientes: la gente que me frecuenta es original, quiere a sus pies. Quienes más me compran son los turistas de México. Les gustan a los gringos, pero me compran más los europeos.
Forma de vida: esto para mí es un medio, no un fin; un pretexto para sobrevivir y sacar para tener la libertad de viajar para donde tú quieras e irte de retiro al desierto, a la montaña, al mar. Lo importante es que tú seas dueño de tu tiempo. La libertad tiene un precio, que no todos estamos dispuestos a pagar.
Competencia: pocos somos los artistas que trabajamos la piel. Huaracheros hay muchos, pero en Guadalajara no pasamos de tres o cuatro los que hacemos botas y zapatos de esta calidad. No tengo mucha competencia. Tardo tres o cuatro días en hacer un par de buenas botas. El trabajo uno no lo hace al aventón, en serie. Esto se hace con conciencia.
Quítate los zapatos: un día en la calle un cliente vio mis zapatos y me dijo que si se los vendía. “No, pero yo te puedo hacer unos iguales. No, véndeme los tuyos”, me contestó. Me los quité para que se los midiera, y ya no me los quiso regresar.
