Intermedio

1417

La otra noche me llama por teléfono una niña de nombre Melissa Nungaray. Me dice que conduce un programa en Radio Universidad y que necesita hacerme unas preguntas sobre cine. Me hace varias, me da las gracias y cuelga. Me quedé como en trance. Recuerdo la última pregunta con su respuesta y pienso en lo que le pude haber contestado y que no le dije, porque a veces soy de efectos retardados y mi memoria a corto plazo hace que mi viaje al pasado se vuelva más lento. Cuando fuiste niña, ¿qué películas te gustaba ver?, interrogó. La primera que me vino a la mente fue Tiburón (1975), de Steven Spielberg, que prácticamente vi con los ojos cerrados, pues cada vez que escuchaba el tan tan tan tan, de John Williams, me hacía bolita en el asiento y me tapaba la cara. La otra que recordé fue Leyenda (1985), de Ridley Scott, una historia fantástica en la que hay una princesa, un bosque encantado y un demonio con el que más de algún niño seguro tuvo pesadillas, y Laberinto, de Jim Henson (1986), también fantástica, en la que una niña debe atravesar un laberinto lleno de duendes para rescatar a su hermanito bebé. La niña es Jennifer Connelly y el malo de la película, David Bowie, quien al final canta una canción bien “padriuris”. Pero fue lo único que recordé en ese momento. Después de colgarle a Mel, me di cuenta de que había una laguna en mi memoria, del 75 al 85. ¿En ese tiempo no fui al cine? Sí, al cine, porque en esa época la única forma de ver las películas era en el cine, no había de otra. Y sí, vaya que fui, vi prácticamente todo lo clasificado con la letra A, desde películas que me encantaron, como Encuentros cercanos del tercer tipo o E.T, de Spielberg, sin olvidar Star wars, de George Lucas, las animaciones de Disney o las que fueron súper taquilleras, como Superman, King Kong, Gremlins, todas las de James Bond, así como la saga de películas en que animales y plagas de insectos atacaban a los seres humanos, como Las abejas asesinas, Marabunta, Tentáculos, una de un oso que ni el nombre recuerdo, pero que terminaba comiéndose a todos y vaya que no hablo del documental de Werner Herzog, que es excelente, así como una serie de filmes protagonizados por una pareja de idiotas, uno gordo y otro flaco, que a veces salían de policías, en otras eran ladrones, en fin, y otros tantos churros. Es curioso, pero lo que más recordé fue la parte del intermedio, ese momento en que a mitad de la película se prendían las luces, y mientras los papás iban a la dulcería, los niños, no sé por qué razón, nos poníamos a correr por toda la sala. Recuerdo que algunos de estos cines (ahora ya todos clausurados y algunos derrumbados), como el Reforma, el Variedades, Gran vía, el Rex, y otros tantos que ahora no me vienen a la memoria, tenían una especie de rampa donde por lo general los niños nos aventábamos y dábamos maromas hasta llegar al suelo. Poco después se apagaban las luces, todos gritábamos y regresábamos a tropezones a nuestros asientos. Esto lo hacíamos tres veces, pues fue la época de las funciones dobles. Entonces eran tres los intermedios: el de la primera película, el de la segunda y el que dividía una película de la otra. Creo que ahora entiendo porqué corríamos.

Permanencia voluntaria
Esto de la permanencia ya no existe, y menos en los nuevos complejos cinematográficos, que mal se acaba la película, te prenden la luz y ni siquiera te dejan ver los créditos con tranquilidad, porque los niños de gorrita ya empezaron a limpiar la zona, amén de un recordatorio permanente de que no estamos ante un arte romántico, sino un negocio implacable y no se puede retrasar la siguiente función. Pero bueno, aún así, continuo pensando que el mejor lugar para ver una película siempre será el cine. Por fortuna existen lugares como el Cine foro de la UdeG o las videosalas del Centro de Arte Audiovisual y la del exconvento del Carmen, donde, aunque tampoco hay permanencia voluntaria, al menos te dejan ver los créditos con la luz apagada y se esmeran en la proyección de ciclos como el que acaba de pasar en el Cine foro. Me refiero a esta XLVI Muestra internacional de cine, que considero estuvo muy completa, por lo que espero que estos espacios permanezcan abiertos por mucho, mucho tiempo.

Artículo anteriorPrograma de titulación para posgrado
Artículo siguienteEl voto en el extranjero: una interpretación al desinterés