[…] había algo extraño en mi campo visual.
¿Algo extraño?
Había engranajes semitransparentes que giraban sin cesar.
Ryunosuke Akutagawa

Era uno de esos días en que no hallaba la silla ni la cama para descansar. Descansar era lo que más necesitaba. Al no encontrar un sitio ni una cosa para salirme del tráfago diario, opté por colocarme los audífonos y perderme en YouTube. Por mero azar, me topé con un podcast en el que dialogaban un escritor, a quien nunca había leído, y un creador de contenido a quien tampoco conocía. El escritor que hablaba en ese podcast se llama Benjamín Labatut, y del creador de contenido no pude guardar su nombre.

Las ideas que fue soltando Labatut fueron las que me hicieron buscar sus libros. El primero que leí fue Maniac, y luego leí La piedra de la locura. En estos momentos estoy esperando recibir Un verdor terrible, que pedí por paquetería. Lo otros libros suyos, según parece, no son fáciles de conseguir.

Sin duda, Benjamín Labatut es un escritor que hay que leer con mucha atención. En su escritura las fronteras de realidad y ficción en absoluto conviene atenderlas o detenerse en ellas. Él mismo es un gran admirador de Jorge Luis Borges; señal clara de que en Labatut las fronteras literarias son formas para desbaratar o para conjugar de una manera sui géneris. En Borges como en Labatut lo mejor está en dejarse conducir por la fuerza de los pensamientos que circulan en esos trazos de sintaxis clara y precisa. Así también, se puede afirmar que en uno y en otro, la forma semántica que mejor los define como escritores es el libro, y no el género literario.

«Suelo escribir sobre la locura en mis libros, y tal vez por eso, cada vez que publico, hombres y mujeres extraños aparecen en mi vida como los mosquitos después de la lluvia. ¿Acaso me ven como uno de los suyos? ¿Acaso añoran que alguien escriba elogiosamente sobre sus ideas demenciales? ¿Se sienten justificados, vistos, apreciados? ¿O sencillamente no pueden controlarse, como les ocurre tanto a locos como a cuerdos? Uno de mis libros trata sobre varios descubrimientos científicos que desafían la lógica y que alteraron profundamente nuestra visión del mundo».

Esto lo dice Labatut en su libro La piedra de la locura (2024). Y dice muchas otras cosas más, todas deambulando por los claroscuros que punzan en las verdades luminosas.

Una de las ideas que le escuché decir a Benjamín Labatut en el podcast, fue la que dijo al tiempo que se sacaba una pelusa de la manga de su chaqueta oscura: “La novela de hoy es una tecnología que en absoluto ayuda para comprender el mundo en que vivimos”, cito según mi memoria, tan desquiciada en esa tarde como en esta madrugada en que ahora escribo.

Si yo no me hubiera sentido tan cansado en aquella tarde, tan agobiado por los embates del quehacer obligatorio; si yo no hubiera decidido echarme a descansar en las múltiples ventanillas del hipertexto, jamás me hubiera enterado de la existencia, como escritor, de Benjamín Labatut. Sin ese momento en que atendía lo que iba diciendo Labatut en el podcast, creo que jamás habría vuelto a recuperar la necesidad de abrir más libros de literatura.

Estaba cansado en esa tarde, incluso, de leer poesía. Abría un libro y lo cerraba a las pocas páginas. Los libros de teoría literaria y de filosofía decimonónica me dejaron de interesar hace bastante tiempo; las novelas de ciertas escritoras y de ciertos escritores ya no me golpean ni me sacan el tedio en que vive mi mente ni me tiran a las profundidades de lo inefable.

En un momento dado, ya casi cuando asomaba el crepúsculo, me di cuenta que para leer a los clásicos hay que tener mucha fortaleza, mucha templanza y mucho tiempo. En ese instante no tenía fortaleza ni templanza ni mucho tiempo. Debía continuar revisando y calificando trabajos escolares. El colmo fue que, cuando comenzaba a leer uno de esos trabajos, supe que lo que estaba leyendo había sido elaborado con ayuda de alguna inteligencia artificial. Enseguida, el cansancio y las náuseas se hicieron una sola realidad dentro de mi cuerpo.

Me levanté y me eché a andar por toda la casa. Caminé y caminé hasta sentir que me desbarataba en las sombras. ¿A dónde vamos, profesores de literatura, con estudiantes que nos hacen creer que leen literatura y que acaban abdicando a la necesidad de pensar escribiendo, que en absoluto les interesa experimentar, en sí mismos, qué es escribir bajo las sensaciones que dan las palabras y las ideas que llegan de otros? Esta y otras tantas cuestiones me hice mientras deambulaba sin parar dentro de casa.

En un medio de comunicación electrónica leí las palabras de una académica norteamericana, Emily Bender, cuya postura intelectual es completamente contraria a lo que se dice acerca de todas esas virtudes que -afirman a diario- se encuentran en la inteligencia artificial. Dice ella: «Los chatbots no son más que máquinas de plagiar» / “Nos han vendido una mentira” / “No es inteligencia, es automatización” (en https://www.xataka.com/robotica-e-ia/ia-no-que-bola-8-magica-pretensiones-emily-bender-linguista-academica/amp, consultado el 23 /06/25).

Cuando leemos a un clásico, es como prepararnos a consumir fuerzas y energías que, a su vez, nos consumen y nos permiten convertirnos en otros, como lo quería Rimbaud; al grado que experimentamos, en la naciente sensación, que el cuerpo y la mente se unifican hasta el colmo de vivir la totalidad de un instante inapresable; algo así como zozobrar en la eternidad que se esconde en un élitro de mosca.

[…] “nunca debemos olvidar que la ciencia no es sólo método: también es un delirio metafísico, la ilusión de pensar que nuestro mundo se conforma a un orden que podemos descubrir y entender”. Estas palabras se encuentran en “La extracción de la piedra de la locura”, primera parte del libro de La piedra de la locura.

Han pasado muchas tardes desde entonces y sigo atorado en esa idea de Labatut, esa de que la novela de nuestros días es ya una tecnología inútil o de poca ayuda para permitirnos comprender el mundo en que nos encontramos bregando todos los días. Posiblemente en el mundo en que Labatut vive, la novela sea una tecnología sin provecho individual, carente de sustancia intelectual y de sustancia estética, y por esto mismo, que el mundo suyo puede que esté más allá del mundo de tantas novelas publicadas en los últimos años. Tal vez esto mismo le ocurría a Borges, y por eso nunca quiso escribir una novela.

El mundo: la novela: ¿existen realmente? Antes, indudablemente pienso que existieron, cuando pensar y sentir se entretejían en los contornos de la perplejidad. Hoy, a diferencia de antes, la complejidad es una realidad que condiciona el valor de las cosas, aunque producidas en entornos culturales, son cosas impulsadas con propósitos distintos al del -y para el- desarrollo cognitivo.

Artículo anteriorEnseñarán las matemáticas de forma lúdica y entretenida
Artículo siguienteAbraham Escobedo-Salas, cine que muestra la realidad