Woody Allen la prolijidad y los altibajos

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Buena parte de los libros que se han escrito sobre Woody Allen mezclan su biografía con sus películas a tal grado que el lector comienza a preguntarse si no tendrán razón, y a reinterpretar sus guiones como un espejo que a veces refleja las fantasías doradas de un tipo peculiar en la segunda mitad del siglo XX, lo mismo que sus preocupaciones filosóficas, las confesiones distorsionadas de su vida íntima, su innato sentido del humor aplicado a los problemas de la modernidad, y su incontenible urgencia de contar las historias que se le ocurren.
Independientemente del grado de verdad que guarde lo anterior y las interesantes conclusiones que surjan de esta interpretación cruzada, lo que sí es un hecho es que Woody Allen se ha construido un personaje a medida, que le ha gustado tanto y le ha quedado tan bien que ya no puede devolverlo a la percha. Nacido en Brooklin en 1935 como Allan Koningsberg, de una familia venida a menos con el crack de 1929, poco se habla de su infancia y juventud como estudiante mediocre y deportista destacado en el beisbol y el box, a tal grado que estuvo a punto de inscribirse en un torneo profesional.
Pero su vida dio un giro drástico y radical cuando en vez de hacer un segundo semestre en la Universidad de Nueva York e intentar pasar la asignatura de cine, decidió apostarlo todo por el humor. Desde muy joven había demostrado ingenio para los chistes y quiso hacer de ellos su profesión, así que empezó vendiendo gags a algunos columnistas, para luego pasar a ser guionista de televisión, dramaturgo, comediante de escenario y finalmente cineasta (director, guionista y actor), además de cuentista y un buen clarinetista.
Siguiendo el hilo (auto) biográfico, en su filmografía pueden verse con claridad algunas épocas, delimitadas por una parte y hasta cierto punto por sus relaciones amorosas: Louise Lasse (los primeros tres filmes), Diane Keaton (los años 70, principalmente) y Mia Farrow [prácticamente todo entre A Midsummer Night’s Commedy (1982) y Husbands And Wives (1992)].
Sin embargo —y especialmente descontando el escándalo de los 90, época marcada a su vez por su polémico romance y matrimonio con la hija adoptiva de Farrow, Soon-Yi Previn—, los cambios de musa no han empañado el genio, el estilo ni la narrativa de Allen; ácido y despreocupado observador de la urbanidad, el ambiente intelectual y los inevitables enredos que provocan las relaciones afectivas y sexuales, todo lo cual pone cuidadosamente en pantalla a través de historias y personajes más o menos complejos, más o menos hilarantes, más o menos trágicos.
Todo depende de cuál de las 45 películas que ha dirigido hasta ahora (Midnight in Paris, la número 46 se estrena en septiembre), se elige: entre semejante cuerpo de obras hay que poner cuidado en los altibajos y claroscuros para hacer una buena entrada en el universo de Woody: una dimensión que domina más en la circunstancia que en el retrato psicológico, y cuya transformación en el tiempo parece seguir a Aristóteles en el mayor aprecio por el drama, pues el propio Allen ha admitido que mientras que las comedias le salen fácil, el drama lo confecciona con más trabajo y minuciosidad.
Parsimonioso, basado en los diálogos, divertido o estremecedor, tributario de los clásicos y clásico en sí mismo, el cine de Woody Allen es uno de los mejores ejemplos para definir qué es el “cine de autor”, una parada obligada en la historia del cine e incluso ya un icono cultural cuyos seguidores han hecho casi un credo de sus frases célebres, que se pueden recibir como salmos diarios a través de Twitter en @WoodyQuotes.

Variaciones sobre un mismo tema de jazz
Conocerás al hombre de tus sueños —como se ha titulado en español— es la película más reciente del prolífico cineasta Woody Allen, una comedia sobre la necesidad de creer en algo, de romper con el presente y adentrarse en un futuro impredecible pero fracasado de antemano.
Situada en Londres, la trama se concentra en dos parejas que se rompen y las ramificaciones subsecuentes: tras cuarenta años de matrimonio, Helena se abandona a los consejos de una vidente charlatana cuando su marido, Alfie, la deja para revivir sus años de soltero y luego casarse con una joven prostituta, con la esperanza de tener un hijo varón. Por su parte, su hija Sally se enamora del dueño de la galería de arte donde trabaja, mientras aguanta cada día menos a su marido Roy, un escritor venido a menos que se dedica a enamorar a la vecina a través de la ventana.
Todo lo anterior, enmarcado por un narrador cuyas apariciones como voz en off serían completamente prescindibles de no ser porque enmarca el episodio de poco más de hora y media entre dos parafraseos del célebre soliloquio de Macbeth, en el que Shakespeare escribió: “La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”. Esto podría interpretarse como una sutil forma de banalizar la historia, la propia existencia de la película, o incluso el hecho de realizarla.
En todo caso, es verdad que el nudo detonante de You will meet… resulta más interesante, divertido y está mejor contado en  su anterior intento, Whatever works: un hombre que ya ha entrado a la vejez se casa con una mujer joven, aunque sin mucho idilio y un mal final.
Literatura, sexualidad, relaciones personales: los temas allenescos de siempre con fondo de jazz y remezclados en un guión agridulce, donde el diván del psicoanalista es sustituido por el antecomedor de la falsa pitonisa. Sólo ha faltado el retrato ácido de la cultura judía norteamericana, pero es que un álter ego nunca será tan efectivo como el ego. J. R. Jones describe esta misma impresión en su reseña para Chicago Reader cuando dice: “Pasé parte del tiempo calculando cuántas películas flojas más va a hacer Allen, con base en su índice de productividad (una al año), su promedio de bateo (cuatro yerros por cada éxito), su edad actual (74) y la longevidad de su padre (Martin Konigsberg vivió 100 años) ¿Están listos para otros 20 refritos de Manhattan?”
Además de gozar de absoluta libertad creativa, el prestigio le sirve hoy a Allen y para llenar el cartel de nombres sólidos y atractivos que le garanticen además una cierta cantidad de público variado: ¿A quién no le llama la atención ver en un solo elenco a Anthony Hopkins, Naomi Watts, Antonio Banderas, Gemma Jones y, en menor medida, a Josh Brolin (No Country For Old Men), Anna Friel (Pushing Daisies) y Freida Pinto (Slumdog Millionaire)?

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