Soy un poeta hipersensible

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El oficio poético comenzó en Ricardo Yáñez hace más de cuarenta años. Aunque su interés y gusto por los versos le venían de chico, no lo veía entonces más que como un pasatiempo feliz. Pero sería en 1971, a los veintitrés años de edad, cuando ante su incredulidad, ganara el concurso de la revista Punto de Partida que con su nombre marcaría su destino: “Había decidido casarme, hacerme cargo de la empresa familiar, cuando viviendo por la calle de José María Vigil, recibí el telegrama. Y que me enojo y que salgo furioso a la calle, y ahí me decía: ‘Estos estúpidos qué se creen que van a manejar mi vida’”. Luego, aceptaría que la suerte de su vocación estaba echada: “Ya me premiaron ya me chingaron, si esta gente dice que soy, ya no puedo decir que no soy”.

Después de años de labor poética, tanto en su escritura como en la enseñanza, de publicaciones y reconocimientos, Yáñez vuelve otra vez a su ciudad natal esta semana para recibir el Homenaje-Premio Juan de Mairena en el Octavo Verano de la Poesía.

¿Cuál es la sensación al recibir un nuevo premio?
Tengo la impresión de que no me lo merezco demasiado. El trabajo de uno es como el de un albañil; es trabajo. Están bien, pero no son sino hitos, no en un sentido glorioso, sino como un punto de referencia o trayecto que ya se pasó. Un reconocimiento al trabajo, no a la persona. No se ha hecho siempre bien, pero se ha hecho bastante. El trabajo trabaja con uno, y si se hace bien es porque te trabajó bien a ti.

¿Cómo ha evolucionado tu trabajo a lo largo de los años?
Un amigo que me publicó un libro, me dijo que tenía una curiosa vanguardia que apunta al siglo XVI. Yo creo que incluso más allá, a la Edad Media. Es curioso, yo empecé como vanguardista ingenuo, y terminé trabajando la forma de manera muy formal. Y le encontré el encanto porque es una muy buena maestra.

Si no se tiene mucha poesía, al practicar una forma la poesía sale. No hay que confiarse de que la poesía sale sola. Hay que aprender de los maestros y ellos siempre trabajaron la forma. Ésa es mi evolución: de la naturalidad natural, a la forma natural.

¿La poesía es una necesidad para ti?
Es una manera de sentir que no perdí el tiempo en esta vida. Pero también hay poesía no escrita en la vida de cada quien. Me refiero a la que he vivido también, aunque no siempre la haya escrito, porque tampoco puede uno volverse amanuense de sí mismo. Algunas cosas de las que uno hace en la vida, otros las recordarán para fortuna o infortunio del personaje. Y no todo lo que se vive es poesía. Pero los versos que uno escribe, sostienen la vida que uno vive, y los escribes bajo esa necesidad. Dices: “Para que no se me caiga el universo”.

¿Cómo has visto el cambio en el medio de la escritura?
No había las posibilidades de los jóvenes de ahora, ni se pensaba tanto en publicar libros, ni en las becas. A la vez era bueno, de pronto la gente es más ambiciosa que poeta. Carecíamos de ambiciones económicas y espectaculares. Y yo venía de un lugar en que no había perspectivas. Había pocos escritores aún en la Ciudad de México, todos se conocían, y ahora es legión, un maremágnum.

¿Tu ambiente te influyó?
Sin hacer crítica, no tenía dinero ni vida social, sino de barrio y bastante bajo, ni siquiera como el de Santa Tere. Aunque nací ahí me crié por San Andrés que no era parte de Guadalajara y se llamaba Villa Mariano Escobedo.

¿La poesía se hace para todos?
Es indispensable, materia prima, canasta básica, sin ella nos asfixiaríamos. Ahora es más necesario. Yo crecí mitad en el campo, mitad en la ciudad. Tenía jícamas, sandías, caballos —no mi familia, sino que ahí estaban—, flores, ajolotes, norias, pozos de agua, empedrado, nubes y estrellas. La poesía ahí la teníamos mucha gente, ahora la poesía está oculta bajo el espectáculo, el urbanismo. La poesía está traslapada por muchas cosas, incluso de los festivales, encuentros, porque no hay un contacto directo, sólo es la apariencia, el lucimiento. El contacto real se da por ritual.

¿Qué te lleva a emocionarte tanto y a llorar cuando hablas de ti o de poesía?
De que creo que no me lo merezco. Pero también de que estamos en territorio sagrado, como en ritos de paso, como la Comunión. Cada que estoy en un escenario de poesía estoy en un rito así, y tengo que hacer que la gente se dé cuenta de que está frente a uno. Pero no de mi palabra, sino de la Palabra, porque es el aliento de lo sagrado. La gente cree que lloro por mis propios poemas, y si fuera así es que serían malísimos. Es el respeto a la palabra y hay que tomárselo en serio. Si no te conmueves, para qué vienes, si no te conmueve la poesía para qué la lees, no es para informarse. Al leer se es un ente consagrado ante la palabra, y te tiñe de lo sagrado.

¿Eres un poeta que vive conmovido?
Creo que sí. Pero también son cosas psicológicas; padezco ansiedades, pesadillas, no todo es qué lindo y sensible, sino también qué cabrón, ya se enojó. La hipersensibilidad no siempre es señal de buen poeta y yo soy hipersensible.

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