Sobre Bolaño y el nuevo canon

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Sergio González Rodríguez es escritor, periodista, editor y personaje literario. Ha publicado De sangre y sol, El hombre sin cabeza y recientemente la novela Infecciosa. Es asiduo a la Feria Internacional del Libro (FIL), apenas en julio vino a dar una conferencia sobre literatura y violencia, y este 10 de septiembre volvió para abrir el ciclo “Diez novelas para entender el México contemporáneo”, que organiza el Instituto de Cultura de Zapopan.
El tema de las casi dos horas de charla fue Roberto Bolaño, y su obra leída a través de sus motivos y peculiaridades: específicamente sus preocupaciones morales, su relación-interacción con la imagen externa y sus lazos con la realidad a través de indicios. Por eso, la conferencia se anunciaba con el título “Roberto Bolaño zen: fotografía, narrativa indicial”.
Aunque nacido en Chile en 1953, Bolaño pasó en México su juventud y buena parte de su vida, antes de emigrar a Cataluña, donde falleció en 2003. Aquí y allá se encontraron él y González, se llamaban por teléfono, intercambiaban correos. Ambos se interesaban e investigaban el fenómeno de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua: González escribió un amplio reportaje, Huesos en el desierto; Bolaño hizo una novela, 2666, donde aparece un periodista que se llama Sergio González Rodríguez, “Le estoy robando la idea a Javier Marías”, se excusó Bolaño cuando el otro preguntó si estaba seguro: se refería a Negra espalda del tiempo, novela con la que comparte los pasos inadvertidos entre realidad y ficción.
Y aquí entran la fotografía y los indicios: “En el análisis puntual de los detalles que nadie ve es donde se expresa lo más significativo de la representación figurativa”, explica González. De ellos se valía Bolaño para constituir sus textos, para evocar un pasado sin nostalgia, pero con la necesidad compenetrar intelectualmente esos pendientes históricos: la fotografía cobra vida, sale de su marco y pasa a una nueva dimensión, la dimensión literaria.
“Bolaño creía que existe una forma de investigar el mal profundo y eliminarlo, porque el mal es real: no lo metaforiza. El misterio y las soluciones absurdas eran lo que desataba su narrativa, para en ella resolverlos”, explicó González respecto al tema y la ejecución de 2666.
Sin embargo, el mismo sistema aplicó para otra de sus novelas fundamentales, Los detectives salvajes: en ella “deja constancia del medio literario de México en los setenta y critica la estratificación, la jerarquía vertical que imperaba”, continúa.
Los desplantes, aventuras y vicisitudes de la vanguardia “real visceralista” que relata a través de su propio álter ego y el de sus amigos es una representación de los desplantes que ellos mismos cometían bajo el nombre de “hiperrealistas”: apersonarse con sus perros sujetos de la correa en la presentación de un libro que introducía Octavio Paz, por ejemplo, para interrumpir y satirizar su solemnidad con los ladridos y la sola presencia de las bestias, por ejemplo.
Sin saberlo, con esas anécdotas González Rodríguez parecía dotar de evidencias lo que ya había dicho Mark Z. Danielewsky (autor de House of leaves) en una entrevista recientemente publicada en la revista electrónica Hermano Cerdo: “Me gusta la dirección desde la que viene [Bolaño], contra Octavio Paz, contra Gabriel García Márquez. Elimina lo romántico sin hacer que su mundo pierda interés”.
Según Rodríguez González el éxito de Bolaño en los países de habla inglesa comenzó cuando Susan Sontag prologó uno de sus libros al editarse en Gran Bretaña. Ahora, el New York Times lo reseña favorablemente, y el interés se ha reanimado entre los hispanos, que lo leen como a un nuevo autor de culto y se ven influidos por su técnica posmoderna (juego de intertextos, multiplicidad de voces, enfoque prospectivo, etcétera), su estilo transvanguardista y sus preocupaciones temáticas, que según González “nos parecen inverosímiles, pero siguen vigentes”.

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