Pinocchio o la negación del placer

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No menos terrible que alguno de los cuentos más difundidos de Hans Christian Andersen, resulta la historia de Pinocchio, que fue dada a conocer por su autor, Carlo Collodi —antes que en libro— como un cuento largo por entregas en el Giornale per i bambini de Florencia, bajo el nombre de “Storia di un burattino”; desde el primer capítulo publicado en las páginas del diario (a partir de 1881 y hasta el año siguiente), el éxito obtenido entre los lectores infantiles y adultos, fue rotundo.
En 1883 la historia fue ilustrada por Enrico Mazzanti, y apareció en forma de libro con el nombre definitivo de Le aventure di Pinocchio. No sin antes modificar el final de la historia, pues Collodi (en las entregas para el diario florentino), después de las muchas desgracias del muñeco de madera, en un dramatismo que resulta increíble, Pinocho se ahorca, pero el clamor conseguido para su reprobación fue tan grande, que al tiempo lo hizo reaparecer en las mismas páginas del Giornale per i bambini otogándolela conversión en niño de carne y hueso; dicha transformación al personaje ha colocado a la obra (y a su autor) en la franja de la literatura fantástica, donde ha encontrado, desde entonces (y quizás por siempre), una difusión universal.
Al igual que otras de las obras “infantiles”, como Alicia en el país de las maravillas (de Lewis Carroll), Los viajes de Gulliver (de Jonathan Swift), o Blanca Nieves (de los hermanos Grimm), nuestra noción inicial de esas obras maestras de la literatura, han provenido de versiones libres para la televisión o, en todo caso, del cine.
Sin temor a equivocarnos, el más grande difusor de la obra literaria de Carlo Collodi ha sido Disney, quien todo el año de 1939 (o tal vez desde antes) trabajó con su equipo para la realización del largometraje animado que ha dado innumerables vueltas al mundo.
Sin embargo, la casi inocente (pero moralista) versión de Disney tiene una enorme distancia con el libro original, puesto que algunos elementos fueron modificados (o inventados para el propósito cinematográfico), sin desfavorecer las posibilidades del filme para lograr que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos la encontrara merecedora de un Oscar, después de su estreno el 7 de febrero 1940 (con un fracaso económico inicial, según se sabe). No obstante, la cinta colocó en definitiva a Disney en un lugar privilegiado dentro de la industria cinematográfica, y es hoy reverenciado como uno de los genios de la Edad de Oro de la animación, pues ya se realizan los preparativos para la celebración del 70 aniversario del filme.
La obra de Carlo Collodi, por otra parte, a lo largo del siglo XX, ha incitado el análisis de diversos pensadores, y algunas lecturas permiten hoy leer en la fábula mucho del pensamiento de la época —y del autor—, que no solamente incluye a Italia, sino a toda Europa y, se podría decir, que a gran parte del mundo.
Algunos han encontrado un caldo de cultivo muy rico en el texto para el análisis de la sociedad actual, el ensayista Julio Cortés ha mencionado que la historia de Pinocho es más bien la “fábula del violentamente represivo proceso de socialización de niños en la edad moderna, de los intentos desesperados de resistencia infantil, de la inexorable victoria del ‘principio de realidad’ por sobre el ‘principio del placer’, y así, a través de las aventuras y desventuras del muñeco de madera podemos rastrear (en él y en nosotros mismos) el doloroso proceso señalado por Marcuse cuando decía que ‘la historia del hombre es la historia de su represión”’.
Cortés recuerda que “en este afán, siguiendo las recetas de la Escuela Positiva de la criminología (cuyos máximos exponentes, al igual que Carlo Collodi, eran italianos), daba exactamente lo mismo si los delitos se habían cometido o no, y de hecho, el trato dispensado a los ‘niños infractores’ no era diferente del otorgado a los ‘niños víctimas”, y Pinocho —en la historia original, la del libro—, en busca de la libertad de su ser, se vuelca ante los ojos de una sociedad y su pensamiento expresada en boca de Collodi, en un significativo “infractor”, pues el personaje incluso acude a los tribunales a clamar justicia, en un capítulo que recuerda al Kafka de “Ante la Ley” y El proceso.
Carlo Collodi lo describe inigualablemente en un perturbador y singular diálogo, y que recuerda Cortés y he podido constatar en la lectura del libro publicado por la editorial Norma:
Pinocchio fue conducido a la cárcel, donde tuvo que permanecer por cuatro meses; y hubiera permanecido aún más tiempo si no fuera por una afortunada casualidad. Cuando el Emperador de “Atrapa-bobos” obtuvo una importante victoria sobre sus enemigos, ordenó enormes celebraciones públicas, y “quiso que se abrieran todas las cárceles y que salieran de ellas los malandrines”.
Al llamado aparecieron “dos mastines vestidos de guardias”, a los que el Juez dijo: “A ese pobre diablo le han robado cuatro monedas de oro; así que apresadlo y llevadlo en seguida a la cárcel”.
—Si salen de la prisión los demás, también quiero salir yo –dijo Pinocho al carcelero.
—Usted, no —respondió el carcelero—, porque no es de ésos.
—Lo siento —replicó Pinocho—; yo también soy un malandrín.
—En ese caso, tiene toda la razón —dijo el carcelero; y, quitándose respetuosamente el gorro, lo saludó, le abrió las puertas de la prisión y lo dejó marchar.

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