Para escribir con espuma

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Quiero escribir, pero me sale espuma,
Quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
No hay pirámide escrita, sin cogollo.
César Vallejo

Con apenas diez años, Gustavo Sainz descubrió su oficio. Luego de ver un anuncio de la Embajada Argentina que invitaba a concursar escribiendo una biografía del General San Martín, Sainz leyó, escribió y ganó. Lo que vino después lo sabemos, una lista de publicaciones y novelas que rebasaron por mucho la clasificación que lo ubica dentro de la Literatura de la Onda. Sainz murió el pasado 26 de junio en Bloomington, Indiana, ciudad que eligió como propia desde hacía muchos años. Nos deja casi una veintena de novelas, un sin número de publicaciones y para quienes lo conocimos, el recuerdo de su sentido del humor, su hablar pausado y sus ojos enormes coronados por el negro imposible de sus cejas.

Gazapo (1965) abrió su camino y le colocó una etiqueta que seguramente le sobrevivirá: autor de la Onda. Sin embargo, no se tardó en demostrar que sus intereses y capacidades se inscribían más en el complejo ámbito de la experimentación. Con Obsesivos días circulares (1969) obra que él mismo definió como “cerebral”, demuestra su necesidad por convertir al lector en un cómplice. Gran narrador, exigente, disfrutaba de provocar. Buscaba en sus lectores la astucia que requiere un compañero de juego. De espíritu crítico, Sainz encuentra en sus personajes la posibilidad de crear un articulado mecanismo de reflejos que haga dudar, cerrar los ojos, tallarlos, volver a mirar y descubrir algo que sin ser evidente, está.

El círculo vuelve a aparecer en Retablo de inmoderaciones y heresiarcas (1992), obra en la que el lenguaje se agrupa así, en redondo. “¿Y no había ningún rostro humano que tuviera algo conocido?, ¿Rostros humanos sin nada humano?, ¿Recuerdas…?” Los inquisidores no hacen sino preguntar, desdoblar pensamientos que convertirán en dolor y tortura. La muchacha que tenía la culpa de todo (1996) es una de muchas novelas con las que el recién desaparecido autor mexicano demostró su interés por trascender modelos narrativos convencionales. Escrita como una cadena de interrogaciones sin una sola respuesta, en esta obra Sainz estimula al lector para que vaya contestando en silencio y al hacerlo, identifique la forma de cada pieza para hacerlas coincidir limpiamente, sin forzarlas, hasta armar su propio sentido.

El escritor sin libro publicado es una de las ideas y representaciones más angustiosas, más aún —quizá— que la página en blanco.  “Quiero escribir pero me sale espuma”,  famoso poema de César Vallejo, le sirve a Sainz, no sólo para titular una novela (1997), sino fundamentalmente para describir la impotencia, el punzante malestar de quien camina a tropezones con un texto bajo el brazo. De verbalidad exuberante y provocadora, la literatura de Sainz es un reto a las convenciones lingüísticas al hacer de la voz narrativa un acertijo, un gancho que aparenta todo el tiempo hasta que la astucia del lector desvela el juego.

Como a La Princesa del Palacio de Hierro (1974), la muerte de Sainz nos tomó por sorpresa. ¡Preservativos zapotecos!, ¡dragones masturbados!, ¡jirafas sin escroto! grita la Princesa al saber la noticia mientras se abraza al Guapo guapo. Yo busco los libros que tengo de Sainz, los encuentros amarillos, abiertos, con hojas sueltas y recuerdo que también gracias a ellos, aprendí a escuchar boleros.

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