Nona Fernández

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El escritor Roberto Bolaño regresó a Chile en 1997, después de veinticinco años de vivir en México y España para fungir como jurado del concurso de cuentos de la revista Paula.  Ahí conoció a Nona Fernández (1971), una joven actriz que comenzaba a hacerse un camino en la literatura. El autor elogió su trabajo como escritora y un par de años después la invitó a ser parte del taller que ofrecería en la Feria del Libro de Santiago, en una nueva  (y última) visita a su país natal.

La amistad entre ambos duró hasta la muerte de Bolaño, pero la influencia de su literatura fue fundamental para la escritora, quien ha dicho que fue “sacudida por el huracán Bolaño” al igual que muchos escritores de su generación que crecieron en medio de la dictadura pinochetista y maduraron a la par de la transición democrática de ese país.

La escritura de Fernández, recién galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, es también resultado del influjo ejercido por un mar de autores chilenos que publicaban desde la resistencia: Diamela Eltit, a quien apoyó junto con otras narradoras para que le fuera otorgado el Premio Nacional de Literatura, Pedro Lemebel, Pía Barros o Raúl Zurita.

La literatura se fue mezclando con su vocación escénica de manera natural. Una combinación que pronto dio frutos en Mapocho (2002), novela que retoma la figura del río del mismo nombre que atraviesa la ciudad de Santiago y a donde eran arrojados los cuerpos sin vida de los detenidos desaparecidos tras el golpe militar de Augusto Pinochet, en 1973.

El libro marcó la narrativa de Fernández, que luego publicó Fuenzalida (2012) y Space Invaders (2013) en los que la memoria y el pasado suelen volver una y otra vez.

Dramaturga y guionista, en sus textos los personajes y hechos históricos de la década de los setenta y ochenta se sujetan de la ficción, siempre sustentados por investigaciones exhaustivas. Así sucedió con Dimensión desconocida (2016), la novela que le valió el Premio Sor Juana y que el jurado calificó como un trabajo “a medio camino entre el periodismo, la literatura y el diario personal”.

La novela se centra en Andrés Valenzuela Morales, “El Papudo”, un antiguo agente de las Fuerzas Armadas de Chile que participó en los operativos organizados por el llamado “Comando conjunto” creado para detener, torturar y asesinar a los disidentes de la dictadura, quienes después eran lanzados al mar desde un helicóptero.

Desde su computadora —en alguna comuna de Santiago de Chile—, Fernández cuenta a o2 Cultura que “El Papudo” llamó su atención desde que era niña y desde entonces quedó “encandilada” con él. El exagente contó su historia a los medios de comunicación y la autora sabía que quería escribir algo acerca de este “bizarro personaje”, pero “no sabía qué”.

¿Cómo fue el proceso creativo de Dimensión desconocida?
Lo primero que hice fue investigar el caso, buscar información, entrevistar a personas que lo habían conocido y habían estado con él, meterme en su cabeza, en su historia, en los rastros que han quedado de su vida en Chile. Como un detective fui entrando en él y en ese gran testimonio que dio cuando decidió hablar, el año 1984. Un testimonio brutal y feroz. Pero no tenía mucha claridad de lo que iba a hacer con todo esto. Nunca hay plan de escritura, me enfrento a los materiales y los dejo hablar para ver dónde me llevan. En algún momento pensé que esta sería una novela de ficción a lo John Le Carré, algo que siempre he querido hacer, con espías y traidores y perseguidores, pero el material con el que me encontré era tan delicado y sensible, que no podía ser trasgredido por la ficción. Me pareció un insulto. Todos los personajes que circulan por este libro son personajes reales, con historias reales que no son conocidas y que merecían un enfoque, un lugar. Así el libro comenzó a tomar esta forma hibrida de crónica, ensayo, biografía, ficción y documento.

Luego apareció el cruce con la serie de televisión, La dimensión desconocida. Lo que la serie planteaba y lo que yo misma percibía en los años setenta, cuando era niña y la veía en mi vieja tele en blanco y negro, era que vivíamos dos realidades. Una clara y concreta que salía en la televisión, en los medios, donde la gente hacía su vida con normalidad. Y la otra, desconocida y oculta, pero no por eso menos real. Una realidad que intuíamos, pero que era negada en esos oscuros años.

Ese juego esquizofrénico de realidades que muestro no busca quitarle espesor histórico a lo que pasó, sino evidenciar la ceguera de una población que prefirió negar, que prefirió pensar que el otro plano de realidad, ese lugar donde habitaba la monstruosidad y el horror, estaba lejos, en una dimensión desconocida. Se corrió un tupido velo. Hasta el día de hoy hay gente que tiene la soltura de decir que no sabía nada, que nunca se dio cuenta. El país que tenemos ahora fue construido sobre las bases de esa dimensión oculta, una realidad vergonzosa de la que queremos creer que hemos escapado, pero que se evidencia en la segregación, la violencia y la desigualdad de nuestro día a día.

Hay un cierto interés entre los escritores de tu generación en ahondar en temas relativos a los años de la dictadura pinochetista, ¿qué tanto sirve la literatura para crear memoria y que la gente hable de estos temas?

Vengo de una generación que está medio condenada a este ejercicio. No fuimos los protagonistas, pero crecimos ahí, lo observamos y hasta intentamos movilizarnos. No lo elegimos, pero así fue. En un país donde aún no terminamos de recordar, de resolver, de enjuiciar a los culpables, de saber las verdades completas; en un país que aún se rige por una constitución hecha por militares, tenemos derecho a la escritura. A intentar entender desde ahí. A pataletear desde ahí. A enfocar desde ahí. A iluminar desde ahí. A veces me gustaría que nuestra infancia hubiera estado trazada de otra manera y que la escritura fuera pautada por otras líneas más felices. Pero la dimensión desconocida nos pena y está más cerca de lo que queremos creer.

Escritura intensa y poderosa
Nona Fernández pertenece a una serie de escritoras hispanoamericanas que se han distinguido por poseer una escritura potente y de voz propia. Un “mapa escritural femenino intenso y poderoso”, afirma.

¿Qué opinión te merece la literatura Hispanoamérica hecha por mujeres?

Hay mucha diversidad, pasión y efervescencia. Hay riesgo, hay cruce de géneros, hay locura, delirio, transgresión. Y si debiera mencionar nombres, quisiera hacer de embajadora literaria y enfocar el trabajo de maestras chilenas notables cuyos escritos han sido y seguirán siendo significativos para mí; pienso en la gran poeta Elvira Hernández, en la comprometida dramaturga Isidora Aguirre, en la tremenda María Luisa Bombal, en Marta Brunet, en Stela Díaz Varín, en Diamela Eltit y su escritura peligrosa y remecedora, en la inspiradora Guadalupe Santa Cruz, en la querida Pía Barros, maestra generosa, en la pluma investigadora y arriesgada de Mónica González desde el periodismo.

La lista podría ser eterna, soy injusta mencionando sólo a algunas, los hilos de su escritura caen al resto de las generaciones de escritoras chilenas, que son mis colegas, que hemos crecido leyéndolas y que nos hemos formado bajo esas lecturas iluminadoras.

 

La escritura femenina de Nona

La narradora Nona Fernández recibirá el Premio Sor Juana en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, un galardón que tiene un significado especial pues la autora novohispana ha sido una de las figuras “iluminadoras” para su trayectoria literaria y personal.

“Es un regalo inesperado y un tremendo lujo ser galardonada con este premio. Ha sido pura felicidad y festejo hasta ahora. Y más allá de la obviedad de ser distinguida, que siempre es una alegría, este es un premio especial por lo que representa. Sor Juana es una figura iluminadora para mí más allá del plano literario. Encerrada en su celda, en su vida de claustro, para poder ejercer sus inquietudes intelectuales. Tanto talento, tanta entrega a su escritura, y a la vez tanto obstáculo para poder ejercer naturalmente su oficio, son los grandes temas que me dan vuelta cuando pienso en ella. Tener que abjurar de sus libros, de su biblioteca, de su escritura. Yo no puedo llegar a imaginar lo que puede ser eso. Sor Juana encarna de manera icónica la dificultad de siglos que han tenido las mujeres para ejercer la escritura. Por eso es tan interesante este premio que busca visibilizar la escritura femenina y dispararla a todo el mundo.

Para saber más
Es autora de las obras de teatro El taller y Liceo de niñas, ambas estrenadas por su compañía La Pieza Oscura.

Ha escrito y adaptado guiones para teleseries, como Los archivos del Cardenal, basada en los archivos de la Vicaría de la Solidaridad y transmitida en México por Canal 22.

Ha ganado el Premio Altazor en cuatro ocasiones por sus guiones para TV y obras de teatro.

Algunos de sus libros han sido traducidos al alemán, francés e italiano. En 2011 fue elegida por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los veinticinco Secretos Mejor Guardados de América Latina.  [

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