Mozart y sus cómplices

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Mozart, el niño genio y compositor prolífico, nació en enero de 1756, en Salzburgo, Austria. Hoy recordamos el talento del virtuoso intérprete a 254 años de su nacimiento. Su importante figura no se entiende sino a partir de la Ilustración, el clasicismo musical y las simientes de la Revolución francesa.
En el siglo XVIII la Europa empobrecida y prerrevolucionaria hacía flotar ideas que redefinían al hombre desde lo social. La necesidad de entenderlo a partir de su autonomía alteró claramente las formas de organización, pero también modificó un aspecto central: el concepto de felicidad. Ese espíritu consiguió tocar la inagotable imaginación de Mozart. Creador de obras cortesanas y religiosas, a Mozart se le adjudican más de 600 composiciones, como motetes, conciertos, serenatas, misas, réquiems, cánones, sinfonías y obras vocales, entre las que destaca, por supuesto, la ópera.

José II, el emperador
Como en otras cortes europeas ocurría, en Austria el emperador no sólo dominaba y decidía el gobierno y la estrategia militar, sino además la vida artística. José II de Habsburgo, hermano de María Antonieta, reina de Francia, extendió el pensamiento enciclopedista con una actitud modernizadora, con la que intervino la escena vienesa de las últimas décadas del siglo XVIII.
El singspiel, género teatral alemán, tuvo en José II un gran impulsor que apoyó su desarrollo, con la intención de hacerlo verdaderamente popular. Para este emperador, el singspiel, cuyas formas musicales son menos complejas que la ópera, resultaba la opción que permitiría la consolidación de un auténtico teatro nacional. No obstante, no se opuso al ritmo que la ópera italiana seguía marcando en toda Europa.
Entre 1780 y 1790, el compositor de la corte austriaca era el mítico Antonio Salieri. Mozart, en cambio, a pesar de sus esfuerzos por obtener el reconocimiento, no había conseguido el nombramiento oficial de ninguna de las cortes europeas en las que con tanto interés se presentaba. Sin embargo, su indiscutible talento y su virtuosismo le valieron la simpatía de José II, lo que le permitió concentrarse en la composición de obras que empataban perfecto sus intereses con los del emperador, la aristocracia y la burguesía intelectual: la ópera.
Mozart conocía y gozaba de las formas musicales italianas dominantes. En 1770 el compositor visitó Italia y obtuvo un éxito notable, especialmente en sus presentaciones en Florencia, Nápoles y Roma. En ese mismo año presenta en Milán su extraordinaria ópera Mitríades, rey del Ponto. Para entonces ya contaba con obras como Apolo y Jacinto (1767), Bastián y Bastiana y La falsa ingenua (1768).

Da Ponte, el amor burgués y la ópera
Acostumbrado a los viajes y las diferencias culturales, Mozart se demostró abierto y sensible al cambio. A esta actitud sumó la belleza creativa de su imaginación musical y el talento del poeta y libretista italiano Lorenzo Da Ponte, con quien formaría una de las mancuernas más importantes en la historia de la ópera.
Proveniente de una familia judía, Da Ponte se convierte al catolicismo e influido por su padre, opta por el sacerdocio. Sin bien en aquellos momentos la vida religiosa no implicaba los compromisos morales que hoy conocemos, Da Ponte llevó al extremo sus licencias sexuales. Son famosas sus historias al lado de Casanova, a quien le uniera una gran amistad. Da Ponte se establece en Venecia en 1774, para convertirse en profesor de humanidades del seminario de esa ciudad. Su interés en las doctrinas de Rousseau, así como el sinnúmero de escándalos amorosos, lo llevan a ser expulsado del seminario y también de Venecia. Se refugia en el territorio vienés de Goritzia y vive como maestro particular en diversas casas aristócratas. Finalmente, en 1782, se establece en Viena. Ahí comienza a trabajar con Salieri, el compositor de la corte, y aunque juntos producen óperas como Axur, Re d’Ormuz, la maravilla vendría después. En 1783 el barón von Plankenstern presenta al joven Wolfgang Amadeus con el libretista italiano, encuentro que daría origen a tres obras maestras de la ópera.
La sensibilidad de Lorenzo Da Ponte le permitía recuperar aspectos de la personalidad de los compositores con quienes colaboraba e incorporarlos en sus libretos, mientras que Mozart buscaba influir a los libretistas para satisfacer su gusto dramático. Ambos temperamentos creativos llevaron a la trilogía Mozart-Da Ponte: Las bodas de Fígaro (1786), Don Giovanni (1787) y Cossi fan tutte (1790).
Las convenciones morales del amor cortesano fueron alteradas por la nueva visión de la burguesía y también por las ideas de la Ilustración. La trama de esas tres óperas no se concentran exclusivamente en las formas en las que se daban los enredos conyugales y amorosos en ese momento, sino también presenta una postura crítica frente a un orden social establecido a partir de las diferencias que marcaba el estatus, y las ventajas que siempre obtenía una pequeña clase social. Mozart, el indiscutible genio musical de inagotable imaginación, también merece el crédito de un hombre que no sólo se abría al cambio del nuevo orden social, sino que también participaba en la ruptura.

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