Mijita te casastes con un migrante

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Sus vidas transcurren en medio de una larga espera. Sin poder protestar, decidir o rebelarse. Nada es fácil para ellas. La dependencia económica, el control y la vigilancia estrecha por parte de la familia del esposo, el apego a los hijos, su situación vulnerable de mujeres solas, las convierten en víctimas de la angustia, depresión y la baja autoestima. Sólo anhelan que su marido regrese pronto del Norte. Ése es el drama de muchas mujeres cuyos hombres trabajan en Estados Unidos.
“Él vino al pueblo. Me ilusioné, nos casamos. Estuvimos juntos tres meses. Me dijo: ‘Tengo que volver, te dejo, voy a arreglar los papeles para también llevarte’. Me dejó en casa de sus papás. Ahora soy responsable de muchos quehaceres domésticos. La familia de él se molesta si saludo a un amigo en la calle, porque luego dicen que ando de volada, de resbalosa, y cuando habla mi esposo le dicen: ‘Ya ves con quién te casaste’. Hoy estoy peor que muchacha, porque ahora sólo vivo encerrada y aparte sin poder salir a divertirme. Quise recurrir a mi mamá. Ella me dijo: ‘Mijita, te casaste, es tu obligación estar allá’”.
Los testimonios fueron recogidos en poblaciones rurales de los Altos de Jalisco por el equipo que encabeza José Luis López López, académico adscrito al Departamento de salud pública del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), dentro del estudio “Percepción de la mujer del migrante mexicano cuando su pareja se va a Estados Unidos”. Los nombres de las entrevistadas se mantienen en el anonimato.
El dinero que ganan sus maridos no lo reciben ellas, le llega a la familia del esposo. El suegro es quien lo administra. “Dentro de este esquema, las remesas son un instrumento represivo, de control extramarital. En este contexto hay poca oportunidad de transformar las relaciones de poder, porque la mujer depende económicamente del varón, dado que son pocos los trabajos remunerados disponibles para ellas”.
Éstas tienen que pedir dinero hasta para el hijo que se enfermó. El testimonio de una de ellas es más que ilustrativo: “Cuando mi niño está malo tengo que decirle a mi suegro porque él administra y controla lo que envía mi esposo”. Otra asegura: “El dinero que manda le llega a sus papás. Ellos dicen cómo y en qué se aplica”.
Este control económico pasa a muchos planos de la vida de la esposa. La familia de él llega a determinar hasta la manera de educar a los nietos. “Todo depende de mis suegros, no puedo criar a mi hijo como yo quisiera, todo depende de ellos”.
Aunque muchas mujeres creen que sus parejas serán infieles en Estados Unidos, los hombres generalmente no esperan lo mismo de sus esposas, pero sí sospechan de ellas. “La fidelidad de la mujer es vigilada cuidadosamente por la familia de éste. Los maridos pueden vengarse de cualquier desliz porque son los que envían los recursos”.
Son pocas las que viven en su propia casa, que el esposo les compró o construyó, pero aún así no se escapan de la vigilancia de la familia de él. “Encontré dos casos donde el suegro se va a dormir a casa de la nuera para cuidarla. Ellas no pueden decirle nada… es el papá del esposo, el abuelo de los hijos”, explica José Luis López.
“Como muchos hombres del pueblo me ven sola piensan que soy presa fácil para los galanteos, ha de ser por eso que mis suegros me vigilan, también mi propia familia y hasta mis amistades”, cuenta una de las entrevistadas.
Ellas también tienen que sufrir las agresiones de su entorno. No pueden darse, por ejemplo, el lujo de ir a un baile porque serían la comidilla del pueblo, a menos de que se trate de una fiesta familiar, y aún así los ojos están puestos sobre ellas, pues deben “darse su lugar”. “Las familias de ellas son elementos de refuerzo de la cultura predominante. Les dan la razón a los papás de él.
Algunas de estas mujeres se rebelan ante todo este sistema, pero tarde o temprano doblan las manos. La presión social es fuerte. Un dato curioso: la mujer que emigra a Estados Unidos para trabajar y ganar dinero tiene una relación de pareja más equitativa, muy diferente a la tradicional de su pueblo. “No sabemos si son mal vistas o bien vistas por su comunidad de origen, pero sí son aceptadas porque las consideran exitosas, adquieren cierto grado de igualdad genérica”, indica José Luis López.
La mayoría de las mujeres de estas poblaciones contraen matrimonio a partir de los 16 años. “Una muchacha de 25 en este tipo de comunidades, se considera que va a ser muy difícil que se case; 30 y más, para ellos es seguro que no lo haga”.
Llega un momento en la vida de algunas de estas mujeres en el que creen que no son capaces de enfrentar los problemas sin ayuda, se sienten muy dependientes. “Mis suegros siempre me apoyan, sola no hacía nada. Salgo adelante con la ayuda de la familia de él, es de mucho apoyo”.
Muchas presentan un estado de ansiedad constante, de baja autoestima, caen en la tristeza, sufren alteraciones de su sistema nervioso. Estos problemas psicológicos pueden repercutir a nivel somático. Según manifestó el investigador: “Una persona alterada puede presentar problemas digestivos, colon irritable, cuadros de gastritis o ulcerosos, falta de apetito o consumo excesivo de alimentos y descuido de su figura”.

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