Los reyes de la tortilla

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Al llegar al poblado de Juanchorrey, después de cruzar mesetas desgarradas por profundos barrancos y sortear un lienzo charro, lo primero que recibe al visitante es un arco inconcluso que constituye la puerta de entrada al pueblo y al mismo tiempo su símbolo. Sobre la arcada oblonga, por la cual se divisa el cerro chato que domina el aglomerado de casas, se recorta un molino para tortillería.
Para entender lo que este monumento inacabado representa, es inútil caminar por las pocas calles que cruzan esta localidad del municipio de Tepetongo, en el sur de Zacatecas, buscando en las viejas casas de cantera mujeres encorvadas sobre un comal o atareadas en preparar la masa. Tampoco escudriñar los vastos campos que las rodean en pos de atisbar plantaciones de maíz. Juanchorrey no huele a tortillas recién hechas. Más bien la historia de la tortillería, desde que la automatizaron, se compenetra y corre paralela a la de este poblado, que cuenta con apenas 200 habitantes.
Es más: se puede decir que Juanchorrey es la cuna de la tortilla como hoy la conocemos y la comemos. Por eso, para entender lo que simboliza el molino a la entrada del poblado, hay que remontarse a una historia que inició en 1958. Una historia de pobreza y migración que, como está describiendo en su tesis de doctorado la maestra de la Universidad de Guadalajara Kenia Ortiz Cadena, a través del espíritu emprendedor y la organización familiar de los habitantes de este lugar se ha convertido en un modelo económico exitoso que les ha permitido constituir un verdadero imperio de la tortilla.

La fiesta
Cada año hay un periodo en que la tranquilidad casi sepulcral de Juanchorrey se ve interrumpida por el estruendo de cuatrimotos, de metales y tambores que acompañan las procesiones por las mañanas y los bailes por las noches; en que las viejas casas derruidas de la cabecera y las nuevas y lujosas mansiones de los alrededores se llenan de gente ataviada con sus mejores camisas de cuadros, con sombreros y botas a la última moda vaquera; cuando en cada esquina se pueden observar SUV’s del año con placas de varios estados de la república.
Son los días en que celebran el novenario a la Inmaculada Concepción, patrona del lugar, que culmina el 2 de febrero; días en que Juanchorrey parece rejuvenecer justo cuando celebra su tradición más antigua.
El escenario no difiere mucho del de cualquier otra fiesta popular en México: procesiones y misas, “coleaderas”, puestos de fritangas, tacos y bebidas alcohólicas, juegos para niños y cuartetos de músicos alrededor del kiosco llenan la estancia de los “hijos ausentes” que regresan por una semana a su terruño, como sucede en varias zonas del país donde la migración a Estados Unidos es importante.
Pero la fiesta de Juanchorrey es más que esto. Ortiz Cadena explica que “constituye un elemento central para el mantenimiento de la comunidad de migrantes, porque en ella se conjugan el regreso al terruño, la tradición religiosa, la industria tortillera y el fortalecimiento de las relaciones familiares”.
Estos últimos dos elementos son los que caracterizan principalmente a esta celebración. La mayoría de los migrantes de Juanchorrey se establecieron en varios estados mexicanos para trabajar como tortilleros o, como dicen ellos, de industriales de la tortilla: “Las redes familiares han sido fundamentales en la creación en cadena de las tortillerías, porque el juanchorreyense cuando migraba se llevaba a toda la familia, que contribuía al desarrollo del negocio”, dice la académica.
Por eso, agrega, “existe una estrecha relación entre la fiesta y la industria de la tortilla: por una parte, ésta apoya la organización de la celebración a través de importantes contribuciones, pero al mismo tiempo aquella es un mecanismo que favorece el negocio de los tortilleros, porque en ella se puede intercambiar información sobre los negocios y refrendar alianzas estratégicas”.

La historia del imperio tortillero
El último censo realizado por Enrique de la Torre, un exitoso migrante tortillero de la primera generación, contabilizó 3 mil 822 personas de Juanchorrey que poseían una tortillería. Sin embargo, es difícil decir cuántas son en la actualidad, ya que siguen abriendo nuevas y hay personas que cuentan con más de un negocio. El mismo De la Torre afirma que posterior al conteo abrió 10 tortillerías en Monterrey.
En la base de este imperio industrial hay una historia que inició en 1958. Don Benjamín de la Torre fue uno de los primeros migrantes que salieron de Juanchorrey y luego, de regreso a su antiguo pueblo, se dedicó a escribir sobre el desarrollo de las tortillerías de sus paisanos. “Juanchorrey vivía de la ganadería y la agricultura”, explica sentado en el patio umbrío de su casa. “En 1957 hubo una fuerte sequía y la gente empezó a migrar, porque aquí no había para comer”.
“Uno de ellos, llamado Juan Gámez de la Torre, se fue a vivir en Torreón”, continúa con su forma recia de hablar, retaje de sus años en el norte del país, “y empezó a trabajar con una señora que tenía un comalito sencillo y le ayudaba en el reparto, con su bicicleta”.
Después de un tiempo la dueña decidió vender el negocio y se lo ofreció a Gámez: “Pero él estaba pobre, no tenía dinero para comprarlo. Entonces invitó a otro señor, Melesio Nava, un muchacho de aquí que estaba estudiando en Torreón, quien tenía más posibilidades económicas y a pesar de que al inicio no quería, decidió adquirirlo”.
Esto sucedía en la populosa colonia Vicente Guerrero, cuando todavía la mayoría de las personas hacían las tortillas en casa. Pero los tiempos estaban cambiando y de esto Nava pronto se dio cuenta: “Vio que el negocio iba bien. Compró otros comales y se llevó gente del pueblo a trabajarlos. Aquí en los años 60 estaba casi desierto”.
Al inicio los juanchorreyenses trabajaban en los negocios para Nava, pero luego éste empezó a transferírselos, ayudándolos con conocimientos y apoyos económicos, y ellos a su vez se traían a más familiares y gente del pueblo abriendo nuevas tortillerías.
“El negocio iba tan bien que Nava decidió comprar las primeras maquinarias automáticas, conocidas como ‘Monarca’”. Al inicio la gente estaba desconfiada, porque decían que eran “máquinas del demonio” o que “tenían adentro muchas mujeres haciendo tortillas”. En cambio fue el principio de una nueva era, que hizo la fortuna de los juanchorreyenses: su expansión coincide y se vio favorecida por la mecanización de esta industria, que les permitió aumentar el volumen de su negocio cuando todavía se producían las tortillas de manera artesanal.
En un decenio se extendieron por toda la Comarca Lagunera, donde en la actualidad el 70 por ciento de las tortillerías pertenecen a sus descendientes, como asegura José Guadalupe de la Torre, presidente de la Unión de Industriales de la Tortilla de esa región.
A partir de finales de los 50 del siglo pasado, muchos empezaron a salir de Coahuila en busca de otros mercados vírgenes, estableciéndose en particular en Durango, donde hoy detentan el 80 por ciento de los negocios, en Querétaro y en Guanajuato, estados que se constituyeron en la segunda zona de influencia más importante de los tortilleros de Juanchorrey.
Actualmente hay tortillerías de juanchorreyenses en toda la república, en Estados Unidos, América Latina e incluso exportan el producto a Japón. Muchos de ellos han contribuido al desarrollo de las maquinarías, mientras que otros han ampliado su mercado al ofrecer, además de tortillas, productos preparados como tacos y nachos que venden por mayoreo.

Beneficio para el pueblo
“Fue una industria que sacó de la miseria a este rancho, porque antes había mucha pobreza”, dice don Benjamín. De hecho los beneficios de la tortillería se reflejan en el pueblo de origen. Eso es parte de los circuitos de negocio que crearon los juanchorreyenses, centrados en la familia y en el apego al terruño, como explica Ortiz Cadena: “Muchos industriales han logrado posicionarse en la economía y relacionarse con los ámbitos políticos de las regiones donde viven, y gestionan proyectos para el pueblo de forma independiente o con sus familias”.
Además, la fiesta que los reúne es una fuente de ingresos. Para su organización, explica José María Sánchez, propietario de una tortillería en Tepatitlán, “hay un comité de cinco personas, llamados empresarios, que recorren durante un año todo el país visitando a los juanchorreyenses para que cooperen en la celebración del novenario”.
El dinero que sobra de la fiesta lo emplean en la realización de infraestructura para el pueblo: “Hemos pavimentado calles y realizado otras obras. Todos hacemos un esfuerzo. Venimos a ver la tierra donde nacimos, a los parientes y a apoyar nuestra gente”.
En 2006 nació la Unión Nacional de Industriales de la Masa y la Tortilla, a través de la cual los tortilleros crearon una red de apoyos mutuos para hacer frente a la liberalización del mercado de la tortilla. Esta asociación, que involucra a uniones regionales que ya habían nacido antes, además de proporcionar recursos para obras en el pueblo, actualmente gestiona con el gobierno federal para que declare a Juanchorrey como el pilar de la industria de la masa y de la tortilla en México.
Ortiz Cadena explica que la Unión “ha logrado posicionarse políticamente a escala nacional, siendo consultada por el gobierno para la toma de decisiones que conciernen a la industria de la tortilla”. Aparte de esto, el poder de los tortilleros es más de hecho: la red que lograron crear a lo largo del país los convierte en un referente para este tipo de actividad.
Como dice el representante de una marca de maquinaria apostado en la plaza: “Cuando nos piden una máquina para una tortillería, si nos dicen que es alguien de Juanchorrey, no necesitamos otras garantías: estamos seguros de que el negocio va a funcionar”.

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