Levantados del lodo

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En Cuzalapa la vida, aparentemente, sigue tranquila. Por las calles polvorientas mamás con sus hijos piden “aventón” a las escasas camionetas que pasan para acercarse a sus ranchos. En las casas el fuego ya está prendido y la masa lista para hacer tortillas. Los niños, en la escuela primaria, entre cochinitos y perros sueltos que corren por todos lados, se preparan para celebrar el día de muertos. Es mediodía del 2 de noviembre y, como es tradición aquí, en la noche velas coloradas iluminarán los varios altares que recorrerán las calles adornados con flores y frutos típicos de esta región de la Costa Sur de Jalisco.
“Afortunadamente no tenemos que recordar víctimas por lo que acaba de pasar”, aclara un maestro de la escuela. Bastarán los puentes abatidos por la furia de los arroyos, los cauces desbordados y carcomidos por la corriente, las casas inundadas que aún llevan la marca del agua que se metió la madrugada del 11 de octubre, para recordar la destrucción que el huracán Jova trajo a esta comunidad indígena de 700 habitantes del municipio de Cuautitlán de García Barragán.
Agua y más agua. Y lodo. Cerca de 400 milímetros de lluvia cayeron en 24 horas en esta sierra, según datos del Imecbio, la cuarta parte de las precipitaciones usuales en un año. El río Cuzalapa y el arroyo El Majo, que rodean a la comunidad, desbordaron inundando parte de las viviendas. Quedará en la memoria de la gente la masa parda y aullante que se abatió sobre el pueblo arrasando y llevándose todo lo que encontraba en su camino. Pues como dice doña Rosa Martínez, oriunda del lugar, esa noche el agua aullaba, de tal forma que no se podía escuchar a alguien a un metro.
Pero hay una marca indeleble que el agua, en lugar de llevarse, contribuyó a imprimir más hondo en la vida de estos indígenas: la pobreza que sume su comunidad en la miseria y el abandono. Cosa que difícilmente se olvida… allí están el hambre y las penurias cotidianas para reavivarla. Y si el huracán acabó con las pocas hectáreas de maíz o de café, y las flacas vacas que representaban el único sustento y patrimonio para muchas familias, es comprensible que a Jova se le recordará durante mucho tiempo por estos lares.

Llover sobre mojado
“Fue muy fuerte este ciclón… Muy fuerte”, repite don Javier López, un anciano de una edad indefinida, balanceando su cabeza canosa. Habla del huracán con actitud impasible, como si no le hubiera tocado vivirlo en persona. Como si no fuera él quien perdió todo lo que tenía.
–¿Allá dónde vive usted no estuvo tan fuerte?, me pregunta. —No, casi no llegó. —¡Ah! Gracias a Dios.
Don Javier vive en la orilla de El Majo, uno de los dos arroyos que pasan por la cabecera de Cuzalapa. La noche en que Jova se abatió sobre la costa de Jalisco con categoría dos, a él y a otras personas cuyas moradas se encuentran cerca del cauce, tuvieron que rescatarlos con unas cuerdas los pobladores, porque aquí Protección Civil llegó después de cinco días del desastre.
“El agua se metió a la casa, subió más de un metro”, explica. “Es un milagro que no se la haya llevado”. Y en verdad que lo es: la de don Javier más que una casa es una choza de tres por dos metros, construida con palos de madera, láminas y pedazos de cartón. Quedó medio hundida en el lodo, tanto que en la única habitación que la compone no se puede estar de pie.
El agua en cambio logró llevarse lo que estaba adentro, y también alrededor: “Perdí mis cultivos de maíz y lo otro poco que sembraba”, dice. Lo que representaba todas sus pertenencias.
“Fue muy fuerte este ciclón”, repite continuamente el indígena, arrastrando sus sandalias en el polvo. “Ayer empezó a aclararse el agua del río. Antes era puro lodo. Apenas pude lavar mi ropa… ¿Allá dónde vive usted no les pegó tan fuerte?… ¿No? Qué bueno”.

Otras pérdidas
La economía de Cuautitlán, como la de los demás municipios de esta zona, se basa principalmente en la agricultura. Exceptuando la caña de azúcar, el café y el plátano, que son destinados al comercio, la mayoría son cultivos de subsistencia.
En Cuautitlán, La Huerta, Casimiro Castillo, Villa Purificación y Cihuatlán, localidades de la Costa Sur, resultaron afectadas 8 mil 373 hectáreas de plantaciones, y siniestradas, es decir, con pérdidas totales, más de 15 mil hectáreas, según los datos preliminares de los distritos de riego de la región. El más dañado es Cihuatlán, donde tocó tierra el huracán, en el que la superficie total afectada es de 16 mil hectáreas, con pérdidas del cien por ciento en cultivos de maíz y plátano.
“Esto va a tener un impacto muy fuerte, porque esta zona es prevalentemente agrícola. Se va a requerir una fuerte inversión. Habrá que ver cuántos de los recursos que se enviarán del seguro del estado se destinarán al sector agropecuario”, explica Armando Martínez, jefe del Departamento de Producción Agrícola del Centro Universitario de la Costa Sur. “Además habrá que ver los daños colaterales: si habrá todavía terrenos susceptibles de ser trabajados y cuanto de superficie va a quedar con estancamientos de agua”.
En la información de los distritos de riego se concentran sólo los agricultores más fuertes, agrega al respecto Luis Eugenio Rivera, responsable de la Unidad de Protección Civil del mismo centro universitario: “¿Pero qué pasa con todos aquellos campesinos que viven en la sierra y que su siembra no es para vender, sino de subsistencia?”
Estos daños además no consideran a las personas que se quedaron sin empleo en las grandes plantaciones destruidas. “Lo que perdieron ellos no está cuantificado, y es uno de los aspectos que queda de lado en este tipo de evaluaciones”.
Tal es el caso de Ricarda Elías Bartolo, una señora que vive en El Vigía, un rancho a cinco kilómetros de Cuzalapa. “Perdimos los tres animales de carga que teníamos, una hectárea sembrada de maíz y matas de café, y 18 colmenas. De esto comíamos”, dice señalando frente a su casa el cráter arenoso, lleno de troncos de árboles arrancados y enormes piedras transportadas por la corriente, que antes había sido su parcela. Asombrada, agrega casi a gritos: “Aquí nadie ha venido a ver lo que perdí, y tampoco a ofrecerme apoyos”.
Explica que las despensas llegaron a los cinco días del meteoro. ¿Cómo le hicieron para comer mientras tanto? “No teníamos, y ni tenemos. Yo estoy manteniendo dos casas: la mía, con cuatro niñas y mi marido que ya está grande, y la de mis padres. Mi papá además está enfermo y no me alcanza el dinero para las medicinas. Esto me dejó en la calle”.
Lo que se dice, literalmente, “llover sobre mojado”. Cuautitlán es uno de los municipios más rezagados de todo Jalisco: con un valor de 0.66, es antepenúltimo en la escala a nivel estatal del índice de Desarrollo Humano (IDH), usado por la ONU para medir la pobreza. En este se toman en cuenta factores como PIB per cápita –que aquí es de poco más de cuatro dólares, cuando en Zapopan, el municipio más rico del estado, es de 16.5–, nivel educativo y servicios de salud.
Con base en estos datos, el Consejo Estatal de Población señala como “alto” el nivel de marginación del municipio y “muy alta” la pobreza por ingresos. El único factor que se diferencia con un “muy bajo”, es justamente el desarrollo humano. Tal vez por eso, a pesar de la devastación del huracán, la vida en Cuzalapa sigue, aparentemente, tranquila: para sus habitantes la caída al abismo de la miseria y el desamparo, donde ya estaban hundidos, ha sido más leve.

Infraestructura
Los apoyos, además de tarde, llegaron a Cuautitlán y a sus comunidades a cuentagotas. El DIF municipal había requerido tres mil despensas más, que les fueron negadas para destinarlas primariamente a Cihuatlán, como explica la regidora de Cuzalapa, Arcelia Quiñonez: “Yo sé que allá tienen más necesidad. Lo entiendo. Pero aquí también hay mucha gente que perdió todo y que no tiene para comer”.
La entrega de víveres se tuvo que realizar con el helicóptero del gobierno del estado y solamente en la cabecera, lo que implicó que la gente de las comunidades tuviera que bajar a pie o montando bestias para recibirlos, ya que, tanto en su interior como hacia el exterior, Cuautitlán estuvo incomunicado durante más de dos semanas.
Apenas la primera semana de noviembre, 20 días después del huracán, repararon los tramos colapsados de la carretera federal 80 Guadalajara-Barra de Navidad, que impedían el acceso al municipio de Cuautitlán, tanto por el lado de Autlán, como del de Cihuatlán.
En cambio, todavía el 2 de noviembre pudimos constatar que tres comunidades de Cuzalapa y la misma cabecera estaban incomunicadas porque el río se llevó la mitad del puente de acceso al poblado. Cruzar el cauce sólo podía realizarse con vehículos 4×4 o tambaleándose sobre una escalera para encaramarse en lo que quedaba de la estructura.
El de Cuzapala es uno de los 13 puentes que colapsaron en el municipio, donde además resultaron dañados por desbordamientos, derrumbes y deslaves 10 tramos carreteros, según el recuento del ayuntamiento. “Se nos ha dificultado llegar a muchas localidades, sobre todo por la microrregión de Chacala, donde tenemos todavía unas comunidades incomunicadas. Tuvimos que abrir provisionalmente pasos por los mismos ríos, improvisando accesos”, explica el director de Obras Públicas, Juan Manuel García.
Agrega: “Ya hicimos limpieza en los tramos asfaltados, que son la minoría, pero seguimos ahora con las terracerías, pues contamos en el municipio con 500 kilómetros de brechas y caminos vecinales”.
Si en viviendas no se sufrieron grandes afectaciones, dice, “somos el municipio con más daños en infraestructura. Estimamos que en este rubro necesitaríamos arriba de 200 millones de pesos”. Más de 200 millones de pesos: ¡que es prácticamente el monto del seguro contra desastres que contrató el estado de Jalisco, que asciende a 20 millones de dólares! Y que se requeriría en un solo municipio de los 37 que la Segob incluyó en la declaratoria de desastre y que recibirán ulteriores recursos del Fonden, aun si a la fecha de cierre de esta edición no se había dado a conocer todavía el monto que entregarán al estado.
Además de las carreteras, en el municipio resultaron dañados el sistema de electricidad y sobre todo el de agua potable. “En Cuzalapa tuvimos que hacer una reubicación de la red eléctrica. Tardamos una semana en restablecer el servicio”.
En esa comunidad todavía los primeros días de noviembre las viviendas recibían una cantidad limitada de agua a través de tuberías provisionales conectadas a las plantas de tratamiento, como señalaron los pobladores. “Tenemos 80 localidades con problemas en el sistema de agua potable. La mayor parte fue afectada por los mismos ríos, porque son redes que pasan por los cauces”, explica García.
Cuzalapa fue una de las localidades más golpeadas. De hecho, el funcionario afirma que si el puente derrumbado por el río no se hubiera colocado del lado del centro poblacional, haciendo de alguna forma represa, los daños serían mayores, incluso con pérdidas de vidas. “El puente tapó el arroyo, desviándolo del pueblo”, explica don Javier. “Gracias a Dios, porque si no, de Cuzalapa no quedaría nada”.

Las flores del pantano
El huracán Jova, según datos de la Coordinación Nacional de Protección Civil, dejó en Jalisco 27 mil damnificados y dos mil personas que perdieron todo lo que tenían. Las cifras oficiales del gobierno reportan cinco fallecidos, más dos en el vecino estado de Colima.
Pero a veces, en medio del barro, pueden nacer flores. Ninguna muerte se puede compensar o resarcir, pero la comunidad de Cuzalapa contribuyó a contrarrestar con nuevas vidas el poder mortífero del meteoro. El 11 de octubre y en los cuatro días sucesivos, cinco mujeres dieron a luz en esta pequeña comunidad náhuatl que se encuentra aproximadamente a 15 kilómetros de la cabecera municipal de Cuautitlán.
Una de ellas es Severina Hernández, una indígena de 24 años que vive en la localidad de El Vigía. “La noche del huracán yo estaba aquí en Cuzalapa, trabajando en la cooperativa del café. Me dijeron que el arroyo se había llevado todo mi terreno, que acababa de comprar allá en el rancho”, dice, rodeada de los más pequeños de sus seis hijos.
“Tenía piña, lechuguilla, mamey, 300 matas de café y mucha milpa. Por un total de una hectárea. Con eso comíamos, y lo arrasó todo”. Añade: “Ayudas no vamos a tener… Ni modo, ahora a quitar piedras y a empezar todo de nuevo. Será más duro, pero no nos queda de otra”.
Al día siguiente del huracán, embarazada, recorrió caminando con el lodo hasta las rodillas, los cinco kilómetros de empinada terracería hasta su casa, para constatar que sus sembradíos se habían convertido en un pantano pedregoso.
“Luego me regresé aquí al pueblo y empezaron a darme las contracciones”. Era la noche del 13 de octubre. “Me querían llevar en avioneta a Guadalajara, pero yo dije que no; ¡cómo dejaba solos a mis hijos en la situación en que estábamos! Aquí no sabíamos nada de Cuautitlán, y ellos no sabían nada de nosotros, y tampoco de los demás ranchos. Estábamos totalmente incomunicados”.
Entonces prefirió “aliviarse”, como dicen por aquí, “a como Dios diga”. A las cuatro y media de la mañana parió en el centro de salud de la comunidad: “No había ni luz. Me aliviaron con velas; luego también se acabaron, y teníamos nada más una lámpara”.
El parto terminó con éxito, al nacer una niña sana de tres kilos. Entre el 11 y el 15 de ese mes otras cuatro mujeres de Cuzalapa dieron a luz en el hospital de Cuahutitlán. Todas rechazaron el traslado en avioneta a otros hospitales cercanos. Prefirieron parir en medio de la tragedia. En medio del lodo. “La primera que se alivió el 12, se fue caminando hasta Cuautitlán. La tuvieron que cruzar por el río con una ‘carrucha’”, cuenta la indígena.
Aquí en Cuzalapa, del barro pueden nacer flores. La bebé de Severina, que duerme apaciblemente en sus brazos, aún no tiene nombre: “Me dicen que le ponga Jova… Pero no, no”, concluye la mujer, con una sonrisa melancólica: “No quiero acordarme de esa noche”.

CUCSur con los damnificados
En los días anteriores y sucesivos del huracán Jova, el Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur), estuvo activo, tanto en tareas de protección civil, en el monitoreo del meteoro y en la entrega de apoyos.
“Fue un fenómeno nunca visto aquí en la zona, que rebasó las expectativas”, explica Luis Eugenio Rivera, encargado de la Unidad de Protección Civil del CUCSur. “Los huracanes en el Pacífico normalmente corren paralelos a la costa. Este en cambio impactó de lleno en esta zona.
“Lo que evidenció fue la falta de una cultura de la prevención. No estamos preparados para este tipo de eventos, y demostró cómo las mismas autoridades no previeron esta situación, porque con la información que se tenía sobre el meteoro era para haber evacuado las zonas de riesgo.
“Nosotros trabajamos en las tareas de prevención con las autoridades correspondientes, y gracias a esta coordinación afortunadamente no hubo desgracias y fallecimientos que lamentar en Autlán, aunque mucha gente corrió el riesgo de ser arrastrada por los dos ríos que se desbordaron en el municipio”.
Las inundaciones se deben en mucha medida a la deforestación de la cuenca en la que se encuentra Autlán, y al crecimiento de la mancha urbana. “La intervención humana es determinante en estos fenómenos: se van confinando los ríos, reduciendo su capacidad de movimiento. Un evento extraordinario como este, de todos modos es muy difícil predecirlo, pero cuando tenemos el crecimiento urbano que invade las zonas aluviales y acotado a los ríos, habrá consecuencias como las que hubo, porque el agua vuelve a buscar su cauce”, explicó Luis Manuel Martínez, director del Departamento de Ecología y Recursos Naturales.
En Autlán “el daño ocasionado es mayor en la pérdida de pertenencias de enseres domésticos, que va en el orden de un millón 312 mil pesos, mientras que en el caso de construcciones es de 325 mil 400 pesos”, explica el doctor Donato Vallín, que realizó un análisis sobre las infraestructuras habitacionales del municipio.
En cuanto a los apoyos, la coordinadora de extensión del CUSur, Iliana Hernández, explicó que realizaron una campaña de acopio de víveres y de insumos para los damnificados de la zona. “Recolectamos cinco mil productos, tanto de alimentos como ropa, y a partir del sábado 14 de octubre repartimos despensas en diferentes comunidades, tanto aledañas al municipio como en la sierra”.
Añadió que “además en Casa Universitaria alistamos un comedor para los más de 100 alumnos indígenas que por el huracán no pudieron regresar a sus comunidades”. Concluye que “otra campaña que realizamos fue ‘Autlán de pié’, que consistió en organizar a estudiantes y trabajadores para limpiar las calles de la ciudad”.

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