Las palabras canallas

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Decía Sergei Eisenstein que había que apartarse del realismo para ir hacia la realidad. Así, el cine documental no inventa, sino que performa, puntualiza la realidad con la mirada. Y últimamente el latinoamericano está posando la suya en ese tejido social subterráneo y descompuesto, afectado por las anomalías jurídicas y las violaciones a los derechos humanos.

De las cifras oficiales, frívolas y deshumanizantes, emergen las visiones sensibles de una realidad abrumadora: la de los desaparecidos. Aunque en sentido estricto “ninguna materia puede desaparecer.

Es machacada, pero no desaparece, nada desaparece; a menos que se queme o que se tire al río. Por eso la palabra desaparecido es una palabra muy canalla, como lo es la desaparición de las personas que han tenido vida”, dice Laura, en voz baja, en el documental El tiempo suspendido (2015) presentado en la más reciente edición del FICG. Con sus más de ochenta años Laura Bonaparte, como bien la conocen por su tristemente célebre activismo como una de la Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, recuerda la desaparición forzada por parte de militares de tres de sus cuatro hijos y su ex marido.

Para cuando su nieta, Natalia Bruschtein, realiza el documental “centrado en el desgarro de la espera y la larga búsqueda” —asegura— Laura apenas puede recordar los detalles de la que fue la constante e inconclusa batalla de su vida, el enfrentamiento durante décadas a un Estado que le arrebatara “no sólo a sus hijos, sino la memoria de que existieron”. Allá, en la artificialmente lejana década del setenta en el país sudamericano, “el aflictivo conteo de los desaparecidos asciende a 30 mil”, comenta Natalia frente a los espectadores tapatíos, y no ha terminado la frase cuando un asistente concluye “no podemos dejar de notar la amarga similitud con nuestro país”. El silencio finaliza la conversación.

No parece haber mucho que agregar, excepto la pregunta que da sustento al trabajo de Alicia Calderón, periodista mexicana realizadora del documental Retratos de una búsqueda (2014), que proyecta en pantalla la perspectiva de tres madres mexicanas ante el constante cuestionamiento “¿dónde están nuestros hijos?”, con el que a pesar de sus evidentes diferencias comparten un elemento común: la búsqueda que desde el día en el que sus hijos no volvieron a casa han debido emprender “por su cuenta y con sus propios medios, pues hay mucha incapacidad por parte de nuestro sistema de justicia, y algunas veces existe incluso una vinculación entre los criminales y la gente que forma parte de ese sistema”.

Una visión que sirve de muestra para atestiguar la impotencia detrás del viacrucis que muchos de los familiares de los más de veinticuatro mil desaparecidos en nuestro país, realizan entre la indiferencia, la burocracia y la implícita reprobación social “cuando se piensa que si alguien desapareció, por algo sería, o quizás porque estaba metido en algo turbio”, confiesa Calderón. Con ello, decidió emprender el rodaje de una herida tan reciente en la vida de sus entrevistadas, precisamente para “contribuir a quitar esta especie de estigma de los desaparecidos, pues no nos importa si alguien es o no criminal, sino el hecho de que son muchos y no sabemos dónde están”.

Tampoco sabemos dónde están los cientos de mujeres que año tras año, partiendo de diferentes países centroamericanos emprenden un camino anónimo e ilegal buscando alcanzar la frontera sur de los Estados Unidos; pero no es sino en otro sur, el mexicano, donde su rastro se desvanece, esta vez sin tener siquiera una estadística de respaldo. Marcela Zamora, fotoperiodista salvadoreña, reconstruye a través de entrevistas de sobrevivientes anónimas en María en tierra de nadie (2011) el camino que no logran atravesar aquellas que, desdibujadas por efecto del anonimato, la pobreza y la impunidad, han desaparecido debajo de las vías del tren, a manos de policías o crimen organizado, en los prostíbulos de la frontera o en lo profundo del río; sumando a aquella “canalla” palabra que tanto molestara a Laura, otra que se le confabula: la migración ilegal. Un asomo documental hacia una realidad más allá de todo realismo.

Migración en documentales
La verdadera razón de ser del cine documental es, precisamente, dar cuenta por medio de las pantallas de la realidad social, por cruda que ésta pueda llegar a ser. A través de los recursos estéticos que tiene el cine, creadores mexicanos y latinoamericanos se han apropiado de las problemáticas que representan un emblema poco favorecedor de la población a la que pertenecen para llevarlas al mundo y hacer una cuenta de ello.

Llévate mis amores (2014), Hotel de paso (2015), El cuarto de los huesos (2015) y Ausencias (2013) son algunos de los muchos títulos que tuvieron fuerte presencia en las pantallas de festivales de cine, sobre todo los latinoamericanos, como por ejemplo Ambulante, y que tratan sobre la difícil travesía de los migrantes en su cruce por México para alcanzar el sueño americano, cuyo único escenario posible es Estados Unidos. Los creadores de las cintas, originarios de México y de El Salvador, han demostrado estar comprometidos con la causa: mostrar un panorama real de lo que ocurre en los países en los que nacieron y llevarlos al mundo del cine como un grito desesperado de la situación injusta en la que viven, y de la que las autoridades hacen caso omiso.

Paulina Sánchez, directora de Hotel de Paso, es originaria de Mexicali, lugar en el que se desarrolla la historia narrada en su producto fílmico. Para ella “trabajar con migrantes no se trataba sólo de una preocupación personal, sino evidentemente de una preocupación y necesidad social, y sobre todo humana”. El documental cuenta la historia de un hotel en el que se hospedan inmigrantes deportados de Estados Unidos mientras arreglan su situación antes de volver a sus países. Muchos se quedan varados ahí por tiempo indefinido, víctimas de explotación y malos tratos.

Para la directora, la importancia de esta clase de productos cinematográficos radica en la reflexión que promueven respecto al tema de la migración, y que la estética de la imagen y los retos técnicos del cine sean una ventana para que el público conozca lo que está ocurriendo y que a veces le es difícil ver: “Creo que es necesario, pertinente, hablar, seguir hablando de migración, de migrantes. Es un tema inagotable que es fundamental para la sociedad en la que vivimos. Empezando por que ninguna de las demandas en materia de derechos humanos, por ejemplo, se han respetado o se ha hecho algo que de indicios de que la situación de estas personas va cambiando para bien, sino todo lo contrario”.

En su caso, la documentación y grabación le llevó aproximadamente cinco años: “Y mi proceso creativo fue cambiando, adaptándose, repensándose conforme también mi cercanía era mayor, y sobre todo conforme el lugar se iba transformando e iba permitiendo la entrada a personas de diversas procedencias. Es decir, no solamente deportados de los EUA —como era en un inicio— sino centroamericanos que viajaban en el tren hasta llegar a Mexicali, migrantes que tenían tiempo varados en la frontera, en algún momento gente en situación de calle, etcétera”.

Del otro lado de la República, en Veracruz, Arturo González Villaseñor llevó a cabo un trabajo que retrata a Las Patronas, un grupo de mujeres que regalan comida, agua y artículos para el viaje de los migrantes que van montados en “La Bestia” rumbo al Norte. El director de Llévate mis amores, quien ganó en Los Cabos Film Festival el premio México Primero, señala que para él “el documental es indispensable para darle voz a quien no la tiene; gracias al documental podemos conocer historias como la de Las Patronas, como la de madres que buscan a sus hijos desaparecidos, que ningún medio televisivo sería capaz de transmitir. El documental no sirve para resolver problemas sino para abrirnos fronteras y caminos sobre temas de relevante importancias que nos ayuden a cuestionarnos más”.

Este film es especialmente “natural”, no está musicalizado y las escenas son más bien sencillas.

González Villaseñor, al respecto, señala: “Desde un principio quisimos que la película fuera de lo más honesta, que el espectador se sintiera cercano a ellas a la hora de conocer sus historias, a la naturaleza que hay a su alrededor y que las retrata como mujeres campesinas, así como orillar al espectador a sentir el peligro de estar sobre piedras frente a una máquina de más de 30 toneladas, a velocidades que alcanzan los 80 km por hora al lanzar bolsas de arroz y frijol, que arrastra rostros y manos queriéndolas alcanzar”.

Para este productor mexicano, también el reto de la película es motivar la recuperación de la empatía y la esperanza por los valores más humanos: “La película no pretende concientizar a la gente, tampoco  sensibilizarla. Su mensaje está en rescatar lo que significa la palabra ‘humano’. Esa condición del hombre por ayudar al otro y que se ha perdido y perturbado en un mundo de vicios, competencia, consumo y desigualdad. Este no creo que sea el destino de la vida humana”.

Si bien la migración, como la violencia, el narcotráfico y las desapariciones en México y en América Latina, han sido temas tocados en el cine, éste siempre tendrá dentro de sus fronteras algo nuevo que mostrarnos hasta que sigan siendo asuntos sin resolver de manera eficiente en los países involucrados.

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