La máquina del sueño de Remedios Varo

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Nos sorprende porque pinta sorprendida.
Octavio Paz

Cauteloso, Octavio Paz en su libro de ensayos Corriente alterna (1967), apenas dibujó en pocas líneas, casi a manera de aforismos, un acercamiento a la obra de la pintora Remedios Varo.

En “Apariciones y desapariciones…”, Paz no va sino hacia el apunte rápido, que no tiene, por cierto, que ser desatinado, pero sí podríamos hacer un reclamo a destiempo al poeta, pues con toda seguridad un texto más amplio sobre la obra de la Varo nos hubiera dado luces para una interpretación de su trabajo en nuestro tiempo. Dice, en cambio, que Remedio Varo “no pinta el tiempo sino la fantasía contra el furor en que el tiempo reposa”; “las apariencias son las sombras de los arquetipos: no inventa, recuerda. Sólo que esa apariencia no se parece a nada ni a nadie…”.

De allí que podría declarar que la pintura de la española naturalizada mexicana (Anglès, Gerona, 1908-Ciudad de México, 1963), está conformada de breves e intensos fragmentos de sueños, que ocurren casi siempre entre los elementos naturales, y eso la acerca a la obra del escritor Gastón Bachelard, quien escribió las poéticas del aire, la llama, el viento y los sueños. Ambos, en todo caso, resultan extraños, pues su visión es un tanto medievalista y, sobre todo, cercana al esoterismo y a la alquimia. Se podría decir, entonces, que Varo y Bachelard son unos brujos del arte, unos hechiceros que encantan porque fueron encantados… en realidad en la obra de Remedio Vario “el espacio no es una extensión sino un imán de las apariciones” —como ha dicho Paz—, y uno, al ver los cuadros de Remedios, no puede sino asombrarse y, también, espantarse, porque no es este mundo el que reflejan sus obras, sino otro, uno que está siempre entre el miedo y el asombro de quien lo mira.

El universo encantado
Su obra, que es de algún modo surrealista, también es hija del Bosco, de Brueghel, de Goya y de las leyendas medievales como la de San Jorge y el Dragón, y muy cercana a la de Sofía Bassi, Corzas y Gironella, que provienen del sueño, de las apariciones y la imaginería no de este mundo, sino del otro: del mundo encantado.

Lo más cercano que encuentro en la obra de Paz a la obra de Remedio Varo, son quizás algunos de los textos incluidos en Arenas movedizas, donde ocurren asuntos “extraños” y extraordinarios, surrealistas y mágicos. Quizás por eso, su acercamiento a la obra de la pintora no es tan amplio, ni tampoco ofrece algo más sino sus apuntes, sus interpretaciones, que a la luz de nuestros tiempos parecen un tanto obvios, pero que en su momento tal vez fueron sorprendentes. Cercanos y lejanos, Paz y Varo son también hermanos: los dos eligieron al surrealismo como bandera y modo, como visión y espacio para muchos de sus trabajos, en el caso de Paz, y todo, en Varo.

Aunque surrealista, la pintora más bien parece decirnos que hay otro mundo, uno más allá: la más pura imaginación. Hecha de sueños, la amplía obra de la artista también está ligada a la arquitectura, a la ciencia y —ya lo habíamos dicho— a la magia y a la alquimia. Sus cuadros son poemas y también son narraciones. Son asombrosas visiones de lo que negamos. Es la negación y la afirmación de lo que somos y deseamos ser.

Pero desear ser otros nos atemoriza, y por eso lo que miramos al mirar la obra de Varo nos ofrece la oportunidad del temor. Uno no sale bien librado cuando observa con detenimiento su obra, sus obras: la inquietud y las pesadillas acompañarán nuestros sueños. Y uno podrá preguntarse al despertar: ¿lo soñó Remedios Varo o lo soñamos nosotros? ¿Somos el sueño que soñamos o el sueño que vimos?

Hay, en todo caso, un laberinto de sueños en los trabajos de Remedios Varo.


La narrativa del poema
En todas las obras de la Varo hay un poema, pero también coexiste no una historia, sino un sustrato de ficción narrado que luego poetas y narradores han logrado desarrollar. Hay, pues, una narratividad porque la acción y el constante movimiento están presentes. No es, es claro, la forma narrativa que empleó el pintor y caricaturista satírico Daumier, que retrató escenas parisinas de su tiempo tomadas directamente de las calles de la Ciudad Luz, muy cercanas a las historietas contemporáneas pero basadas en la realidad. No. La Varo es una narradora que “pinta la Aparición”, como dice Paz. Y ofrece historias que nos meten irremediablemente a su universo, a su mundo, y nuestro asombro y temores son parte de la propia historia allí, en los cuadros, narrada.

Hay, entonces, una poética del instante y, además, una narración del asombro: los mundos de Remedios están en otra parte y no se confunden con la realidad-real. Van más allá: son las narraciones de lo que ocurre en nuestra imaginación. Y podrían parecernos terribles, abrumadoras, pero estamos ciertos que son reales: podría ser el mundo al otro lado del espejo de Alicia.

Narrativa, acción, movimiento: Varo siempre está contando, pero sus historias provienen de las “máquinas de la fantasía”, y “las formas buscan su forma, la forma busca la solución”, diría Paz.
Finalmente —hay que decirlo con claridad— el breve texto de Paz escrito sobre Remedios Varo no admite reclamos, es deslumbrante aunque ya rebasado, de alguna manera, por el tiempo. Desde el primer apunte en su texto ya había dicho lo sustancial, lo perdurable:
“Con la misma violencia invisible del viento al dispersar las nubes pero con mayor delicadeza, como si pintase con la mirada y no con las manos, Remedios despeja la tela y sobre su superficie transparente acumula claridades”.

Quizás le faltó solamente decir a Paz que la Varo crea historias y poemas asomándose a lo profundo de sí misma y, asombrada, de lo que mira en su interior logra el asombro del que sabe mirar(se), porque en su espíritu habitaba lo sobrenatural…

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