La línea del fin del mundo

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Todo habitante del norte de México conoce La Línea. Como esperanza, límite, transición o accidente geopolítico la frontera como un trazo artificial sobre el territorio es la referencia y la antesala al otro lado, Estados Unidos de América.

Y la línea se torna río, o el Río Bravo se extiende bajo el desierto de Sonora hasta desembocar como reja de acero, muro, en las playas de Tijuana.

Francisco Cantú, quien escribe lo anterior en el libro La línea se convierte en río: una crónica de la frontera, es el resultado de los procesos sociales contradictorios que rodean la frontera norte: hijo de migrantes, miembro de la patrulla fronteriza, mexican-american que se ve a sí mismo en los migrantes.

Su libro es una denuncia al sistema, a los prejuicios en torno al proceso migratorio, pero sobre todo es una búsqueda. Su proceso interior y exterior, sus dudas y cambio de perspectiva visibilizan lo fácil que es caer en maniqueísmos, ejercer la discriminación o la desidia.

Esta narración está salpicada de referencias a otros textos fronterizos (novelas, ensayos) y marcada esencialmente por los testimonios de migrantes, miembros de la Border Patrol, habitantes fronterizos en lugares donde la ley es de la zona, de la comunidad o del más fuerte y no la que establece el Estado.

Alrededor, siempre presente, el desierto.

El viaje de un individuo, un hombre que escribe y se escribe, es el viaje de todos los migrantes. Es la transformación de todos los migrantes. Es la transformación de una persona y su familia y su comunidad y su país, mientras la memoria recupera un pasado que siempre fue mejor y el presente nos enfrenta a controles aduanales, leyes restrictivas y detenciones políticamente correctas.

Leo este libro fronterizo y reflexiono sobre mis propios prejuicios, sobre las acciones o la inmovilidad que hacen posibles familias separadas, los niños en campos de detención miserables, ranclaros como nuevas milicias patrullando la frontera con impunidad.

Leo los testimonios y me parece recorrer Oaxaca y Chiapas y Guerrero y Michoacán, un país de migrantes cruzado por migrantes en el que aún persisten el racismo y el desdén por el otro.

Este libro sigue la línea de mojoneras, marcas de una frontera real e imaginaria, en un paisaje abierto al cielo donde las personas parecieran pequeñas hormigas buscando refugio, buscando cruzar, quedarse, permanecer, vivir.

Y luego el río, el Bravo, el Grande, por el que fluyen las historias, el miedo, la esperanza, la pérdida y el triunfo de llegar al otro lado. En palabras de Cantú, sin importar de qué lado de La Línea estemos los anuncios son los mismos:

Lleve suficiente agua para beber. Cuidado con las serpientes. No compre artesanías a los vendedores de la frontera. No cruce el río Bravo. Siempre informe a alguien a dónde se dirige y en cuánto tiempo planea regresar.

Tras el viaje de la escritura, Cantú confiesa sin remedio: “… hasta que al final, por un breve instante, olvidé en qué país me hallaba parado.” Nosotros también.

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