La ley del barrio

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Viven excluidos de la sociedad y son invisibles a los ojos de las autoridades. Es la colonia El Vergel y puede ser descrita con tres palabras: miseria, violencia y marginación.
En la Zona Metropolitana de Guadalajara, tres de cada 10 colonias viven las mismas condiciones de pobreza extrema: no tienen agua potable ni luz; los centros de salud, las escuelas y la vigilancia policiaca no son comunes en las zonas. Calles en buen estado o áreas verdes son una ilusión para las miles de personas que habitan en colonias como El Vergel, Lomas del Camichín, 5 de Mayo, Lomas de Tabachines, Mesa Colorada, Bethel y El Briseño.
Para estas familias que habitan en humildes viviendas, el acceso a la educación es limitado y sus ingresos económicos van de uno a tres salarios mínimos por día, debido a que sus empleos son de albañiles, obreros y en el caso de las mujeres empleadas domésticas.
De las poco más de mil 500 colonias que existen en Zapopan, Guadalajara, Tlaquepaque y Tonalá, en los últimos dos municipios mencionados existen el mayor número de zonas pauperizadas, informa la investigadora del Departamento de Estudios regionales-INESER, Amparo del Carmen Venegas Herrera, quien alerta que en los últimos años se han seguido incrementando los niveles de marginación y han aparecido nuevas colonias pobres.
“El porcentaje actualmente puede ser de 30 por ciento porque la ciudad crece y cuando algunas colonias se han regenerado porque se les ha provisto de servicios, a la vez nacen nuevas colonias que se integran a este estrato pauperizado”.

“Todos se la pasan inhalando”
“Como no es una droga prohibida [los solventes] y es barata todos se la pasan inhalando. Todo el mundo vende solventes entonces hasta las señoras créeme que andan inhalando. Hasta hay niños de cinco o seis años que todo el día se la pasan inhalando”, dice la señora Rosa Cárdenas quien vive en la colonia El Vergel, en Tlaquepaque.
Según describe, la drogadicción con thinner usando una pequeña estopa empapada de la sustancia (conocida como “mona”) se ha convertido en un problema severo en los últimos tres años en la colonia y la venta del químico se ha incrementado al grado de que en varias viviendas se pueden observar botes con el líquido que comercian hasta por quince pesos sin ocultarlo.
Rosa, vecina de la colonia desde hace varias décadas, intentó ayudar a una madre de cinco hijos de los cuales dos, uno de 8 y otro de 9, eran adictos a los solventes.
“Quedó de venir la señora porque la iba a llevar al DIF Tlaquepaque y nunca se presentó. Es triste que a la mamá no le interese porque ella también se droga. No sé que pasa si es la ignorancia, la falta de comunicación, pero vemos a los niños en la calle con su estopita”, confió Rosa.
Describe que se han acostumbrado a convivir con vecinos que saben donde venden la sustancia en cajas de jugo y a la fecha por temor a represalias, ningún habitante de la colonia se ha atrevido a denunciar dicha venta ilegal.
Aunque a escala nacional incluyendo Jalisco, no existe ninguna restricción en la venta de inhalantes a menores de edad, en Durango la Secretaría de Salud de ese estado ha sancionado ferreterías por vender a menores de edad sustancias tóxicas baratas como pegamento amarillo. Este problema no está estipulado en la ley como un delito a pesar de que según datos de la Comisión Nacional contra las adicciones, el 0.49 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 17 años de edad han inhalado algún solvente.

La violencia de cada día
Ubicada muy cerca del Cerro del Cuatro, niños y jóvenes de la colonia El Vergel también han conformado sus propias pandillas. No hay reglas ni edades. Cuentan los vecinos que se observan niños desde los 10 años y adultos de más de 35.
Las pandillas de más de 100 integrantes se han adueñado de la tranquilidad de la colonia, principalmente en el cruce de avenida de las Rosas y la calle Olivo. Los vecinos saben que deben evitar estas calles todos los sábados y domingos sin excepción, días en que las pandillas pelean con piedras, palos o con lo que se encuentran, incluso se escuchan balazos.
“A diario hay robos en la calle, en las casas, con las personas que se van temprano a trabajar. A mi me da miedo salir en las noches. Ven un sábado en la noche y puras pedradas y hasta balazos, niños bien chiquitos en pandillas de los mismos que viven aquí, mucho vago y mucho ‘marihuano’ que le hace a su vicio”, cuenta la señora Martha Regina.
Los vecinos comentaron que pedir ayuda a los cuerpos de seguridad pública es inútil, ya que las patrullas que corresponden al municipio de Tlaquepaque sí acuden al lugar pero una hora después de las riñas. Además, denuncian que no cuentan con un módulo de seguridad dentro de la colonia. El más cercano está en Las Juntas, a unos 15 minutos de distancia, comunidad en donde también se ubica el centro de salud más cercano.
“Pandillas de 80 o 100 chavos han volteado con las ruedas hacia arriba las patrullas, hasta traen perros de pelea que se avientan unos a otros”, denuncia Martha.

Los 18 de la Romita
Era un jueves a las 12:00 del día. Treinta minutos antes de que salieran los niños de las escuelas comenzaron a escucharse gritos y amenazas. En unos segundos se desató un enfrentamiento entre pandillas. Como es costumbre el punto de la riña fue la avenida de las Rosas y Olivo. Más de 60 integrantes de la banda “Los 18” de la Colonia Romita llegan a amenazar a la pandilla local.
En el DIF de la comunidad, las mujeres que llevan a sus hijos a talleres se esconden en el pequeño local. Protegen a sus hijos de los vidrios rotos que saltan y esperan a que afuera terminen con la “bronca”, como dice Martha. Puede pasar una o dos horas. “Hay semanas en que todos los días hay bronca. Nos atrincheramos a las 12 del día, y esperamos a que los vándalos terminen su pleito”.
La noche del domingo 22 de mayo en una riña entre pandillas murió a cuchilladas Jonathan Nieves, de 20 años, apodado “El Dálmata”, del grupo “Cursotes 13”. Mientras se realiza una misa de cuerpo presente afuera de la casa del joven que falleció, uno de sus amigos apodado “El Pino” cuenta que Jonathan es el cuarto de su pandilla que matan en una riña.
“El Pino” ha estado dos veces en la penal. “Una vez, nueve meses; la segunda un año, por robo” y dice que tener antecedentes penales le ha complicado su sobrevivencia.
“Por eso no tenemos trabajo, el gobierno nos hace de menos por que caímos en la penal. Si no nos dan trabajo ni nada, ¿qué oportunidades podemos tener?, ni una familia que podamos mantener”.
Los otros seis hombres que lo acompañan, quienes aparentan entre 25 y 30 años de edad están sentados en la banqueta; unos pistean y dos más fuman marihuana. Los ojos de color rojizo y la vista perdida delatan el estado de uno de los jóvenes que prefiere no decir su nombre. Excepto sus manos temblorosas, sus movimientos son lentos, al igual que las palabras e ideas que repite constantemente.
Mientras toman una bebida del color del tequila combinado con refresco de toronja, recuerdan la muerte de su amigo “El dálmata” y se quejan de que en la colonia, las peleas entre pandillas son comunes.
“Aquí falta trabajo, cada rato se ven ‘calacas’ o sea muertos, como lo que le pasó a mi compa que le dieron un fierrazo al lado del corazón y se nos ahogó el vato porque los leyes no lo querían llevar”, describe.
Dice que es casado y padre de dos hijos, pero no tiene un trabajo estable, lo que lo ha orillado a robar. “Por más que uno se quiera calmar es cuando más caen las broncas. Me he querido calmar por mis hijos pero me traen bien asado. He estado como cuatro veces en la penal porque salimos y no tenemos trabajo. Yo tengo estudios, tengo secundaria pero no nos dan porque tenemos antecedentes”.
Después de que en el 2003 recibió “una retrocarga de balas” en una bronca entre pandillas, ingresó a un centro de rehabilitación pero él y los otros internos sólo recibían maltratos. “En los centros de rehabilitación lo tratan a uno bien gacho; yo he estado en el Perla de Occidente y son bien culeros, lo amarran a uno y sale uno peor, más resentido”.
Además de trabajo, los miembros de la pandilla piden al gobierno que les pongan áreas deportivas.
“No tenemos nada, ni un seguro ni unas canchas como en otras colonias. En otros lados hay juegos pa’ los niños o plazas, nosotros no tenemos nada mas que el templo y lo bueno es que el padre es chido”.
La comunidad ha sido estudiada principalmente desde el enfoque nutricional por la investigadora del Departamento de Salud Pública, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Josefina Fausto, quien advierte que “los problemas más fuertes en la comunidad son la drogadicción, prostitución y el embarazo en niñas hasta de 10 años. El problema de bajo peso es grave y está despuntando la obesidad a causa de la mal nutrición por excesos”.
Para Venegas Herrera, esta realidad es un resultado de la marginación que han provocado las autoridades al dejar sin oportunidades a los habitantes de estos tugurios, como define la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a las zonas más pobres en las ciudades.
“Es necesario que se generen nuevas políticas de apoyo para la población en el área de la educación. Darles becas, apoyos a las amas de casa y generarles empleos, principalmente porque son mujeres solas que tratan de sacar a su familia adelante. Apoyo a mejorar la situación donde se encuentran”
Ambas especialistas coinciden en que El Vergel y el 30 por ciento de las colonias de la ZMG que viven marginadas y olvidadas necesitan apoyo y oportunidades por parte de las autoridades y de la misma sociedad.

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